Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XLIX)

  • Resumen capítulo anterior: Los relatos apasionantes de Rivera y la descripción de los paisajes vistos en sus viajes por América animaban a Diego a escribir y criticar la labor traidora de los hombres vendidos al ejército francés. La caída de las bombas sobre el entablamento de la iglesia interrumpía la lectura de la dedicatoria que sobre la imagen de la Virgen de Guadalupe, una madre escribía a sus hijos en el frente de combate.

HOY es el segundo día que vengo a esta escondida sacristía. Hoy, sábado santo de una semana de Pascua que paso sin pena ni gloria en mi encierro. Estoy restablecido de mis males y no sé si conseguiré por mucho tiempo continuar al servicio de este fraile que me trae y me lleva por todos los lugares de esta tierra, esta tierra que se marchita día a día.

Abrir la máquina de imprimir y ver salir el papel mojado en tinta, con aquellas palabras mías, esas frases hirientes y subversivas que pretendían provocar el odio, la ira y la venganza entre esta gente que se ha acomodado a la situación de ocupación me sentaba bien.

El tiempo pasa y estas islas de la bahía, Cádiz y la Isla permanecen indivisibles. Y lo hacen no solo por la resistencia que presentan los muros arpillados de los baluartes y de las baterías, no solo por lo intrincado de los caños, cortaduras y marismas que poderosamente la protegen. Hay algo más que todos los franceses intuyen, la gallardía de los valientes que la defienden y no solo son los soldados o las milicias, son esos hombres y mujeres que han perdido sus caudales, que soportan el peso de los impuestos continuos, que han puesto sus manos artesanas al servicio de los ejércitos de Alburquerque y de los guerrilleros de las montañas.

¡Cuánta necesidad hay de estos panfletos en esta zona ocupada de la patria! Esta zona robada, en la que el rey Bonaparte se pasea reglamentando y ordenando la formación de milicias, de guardias cívicas que espíen a sus propios vecinos, que les delaten, que les obliguen a participar como mercenarios en sus embestidas. Todos lo cuentan sentados en los barriles que sirven de mesas para depositar la comida, este mismo mes, en Chiclana, Francisco Amorós ha redactado la nueva organización administrativa y policial que va a permitir la creación de estos cuerpos. ¡Qué pueden sentir más que odio por Diego Sánchez, que en Vejer no solo se ha dedicado en estos meses a suministrar todo lo necesario a los ejércitos enemigos, sino que además ha sido nombrado capitán de esos cuerpos!

Apenas hace unos días que desde el Real Alcázar de Sevilla se ha decretado dicho reglamento. Los militares retirados son nombrados encargados de los mandos. Más hombres para ser mantenidos por los propios y arbitrios de los pueblos, más hombres que no empuñarán las armas en pos de la pacificación de nuestro suelo, más hombres traidores.

Aquí, en este Puerto Real bendito que huele a lentisco y romero, por donde ando, la milicia recorre los caminos y las calles donde antes solo eran vecinos desarmados. Ahora que las armas fueron requisadas al principio de la ocupación o fueron robadas por los contrabandistas, andan sin uniforme y desarmados, pero son útiles para lo que se les precisa. Vigilan y hacen la guardia en los pueblos, patrullan y acompañan la ronda, atentos por la seguridad pública, mientras abandonan a su suerte las tierras y los oficios que ejercen.

Fray Damián detesta a estos hombres como el general Vargas, al que el Duque de Dalmacia ha nombrado responsable de estas milicias. Contra él y los hombres que se acercan a los enemigos buscando su propia gloria, su propio encumbramiento, van mis escritos. Hombres espías, que por el premio concedido de seis mil reales se han apresurado a formar las milicias en sus pueblos. Pero, ¿puede un pueblo en el que el hambre y la carestía lo ocupan todo negarse a esto? ¿Pueden las madres continuar alimentando a los más pequeños de sentimientos heroicos y patriotas mientras las huestes aniquilan a sus esposos en el frente? Medina, Arcos, Chipiona y otras poblaciones están formando sus cuerpos, aunque parece que Chiclana está exenta , es tal mano de obra necesaria para que los campos sigan dando sus frutos y alimentar al cuartel general francés, que allí no quieren milicias.

Contra estos hombres, a los que algunos vecinos ven como hombres instruidos y de bien que han optado por el mejor de los bandos, pero también contra aquellos salteadores de caminos, mercenarios y contrabandistas que por unos pocos reales enseñan a las águilas los senderos, entre las piedras rocosas de Grazalema, donde se esconden los valientes, que señalan con cruces en los riscos las cuevas y grutas donde se guarecen los guerrilleros, poniendo en peligro una y otra vez el poco y escaso número de hombres con el que contamos los españoles fieles a Fernando. Víctor y Soult se sienten orgullosos de estos individuos que han elegido estar de su lado, del lado de los que ofrecen dinero y garantías por no tener más patria que la codicia, la avaricia y la cobardía.

Ha empezado a llover en esta primera primavera de mi edad adulta sin María, y las aguas desfilan de forma sigilosa por las calles, colándose a través de las bajas ventanas que rozan el suelo de la sacristía. Algunas gotas logran entrar por los resquicios de madera de las ventanas, donde la masilla rota deja a la intemperie el ladrillo y la piedra. Allí solo estábamos el fraile, Alonso manejando la imprenta y yo, que vestido con mi saya de preso y los calzones gastados apenas me parecía al hombre que dejó Madrid en busca de la aventura. Las cuartillas eran sacadas una a una y colocadas sobre las sogas que, tensadas, atravesaban la sala de punta a punta. Fray Damián estaba pletórico y no creo que no hubiese sido capaz de escribir lo que sentía como yo lo había hecho, solo que necesitaba un pretexto para que las palabras no salieran de su boca, de sus manos. Una ocasión única para leer de manos de otros lo que él mismo pensaba, lo que el autor de un diario, mi diario, era capaz de escribir para soliviantar los ánimos de los enemigos y alterar la paz fingida de los que estaban acostumbrados a vivir de rodillas.

MI escrito colgaba de la cuerda, sujeto por unas pinzas de madera el justo tiempo para que la tinta no se corriera. Allí, la imagen de los traidores, la de los seguidores de José, al que llaman botella.

Las duras palabras, que intentaban demostrar a todos lo endemoniado del alma de Bonaparte, se mezclaban con dibujos y caricaturas de estos hombres que han usurpado nuestra patria.

No sé si harán el efecto que quiere y desea el fraile, no sé si lograrán que impacte en los corazones ajados y desesperados de la gente que sufre en estos pueblos pisoteados. El intento está hecho, solo cabe esperar la respuesta de la gente humilde de las calles.

Diego de Uztariz.

Continuará

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