Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XI)

  • Resumen capítulo anterior: Diego de Ustáriz, recopila ideas y noticias sobre los últimos acontecimientos ocurridos en el país. Los ejércitos españoles van cayendo derrotados y las colonias americanas empiezan a contagiarse del espíritu emancipador en el que sustenta España su lucha contra el francés.

ORIGEN Y ESTRUCTURA URBANA DEL CÁDIZ MODERNO

VISITA DE CARLOS IV Y MARIA LUISA DE PARMA A CÁDIZ 1796

ORDENANZAS MUNICIPALES 1792

Carlos IV

María Luisa de Parma

He encontrado la casa para mi esposa. Durante este miércoles caluroso en que el viento del Sur, siempre proclive a traer entre sus dedos rancias enfermedades, se hizo presente tras los días de duro levante, he deambulado por las calles de la ciudad. Y como digo, creo haber hallado un lugar adecuado donde instalarme con María. Ya la espero con cierta ansiedad, aunque según me hablaba en su carta de esta semana, no sé con seguridad el día en que llegará. Espero también, porque me causa un gran temor, que no encuentre problemas en los caminos, pero en verdad es harto complicado que sea así.

Franceses y españoles avanzan y retroceden en apenas instantes y los pueblos se alborotan cada vez más. En la prensa aparecen recogidas noticias sobre asaltos y pillaje en los caminos, sobre todo en los de entrada a Andalucía. Dudo que sea un buen momento para que realice este viaje, aunque entiendo que quiera hacerlo. Si fuera capaz de conciliar el sueño y aclarar mis ideas con la mente descansada de la mañana, posiblemente hubiera arreglado ya mi propia situación en Cádiz, y sabría si es necesaria mi permanencia aquí o por el contrario podría volver a Madrid con María, sin que tuviera que realizar ella un viaje tan peligroso.

Antonio Murguía, que ha podido hablar con Quintana, me ha pedido que empiece a escribir sobre todo lo que ocurre en la ciudad, que tome buena nota y plasme en mis escritos los cambios que las actuales circunstancias están produciendo en ella. Quintana va a trasladarse finalmente aquí, como es posible que tenga que hacerlo la Junta en su conjunto, conforme a los derroteros que toma el conflicto. Todos los editores de la ciudad están conmigo en que es la hora del recuerdo, la hora precisa en que debe quedar reflejado el antes y el después de una España en guerra.

Nosotros, que pretendimos mover cada una de las piezas de las nuevas corrientes ilustradas en pos del progreso, somos los que debemos dar fe de cómo un pueblo como este, que se siente libre, trabaja duramente por la libertad. Eugenio de Tapias, coautor con Quintana del Semanario Patriótico, ya está en Sevilla con su esposa María Jesús Monasterio, y pretende trasladarse a Cádiz en las próximas semanas. Eugenio ha sido mi mentor en Madrid y su esposa compañera asidua de la mía.

Deben vivirse momentos delicados en Sevilla. Martín de Garay secretario de la Junta Suprema dice estar enfermo y quiere dimitir de su puesto, pero el apoyo incondicional de hombres como Jovellanos, Camposagrado o Valdés, le mantiene cerca de lo que considera más oportuno: la convocatoria a Cortes a lo que se oponen políticos menos reformadores. Quintana y Garay forman el tándem perfecto para presionar en las reformas que tanto necesitamos. Tengo muy claro que mi trabajo está aquí, por lo menos hasta que acabe la guerra. Debo ir a Sevilla y hablar directamente con ellos.

María sabe que estoy instalado en esta posada y conoce su dirección, lo que me tranquiliza. La imagino recorriendo ya las extensas tierras manchegas, expuestas a los peligros de la guerra, y no entiendo como he podido permitir que esto ocurriera.

Al menos ya tengo alquilada la casa. Es una construcción de tres cuerpos; el inferior está lleno de negocios al por menor, donde se encontrarían hace no mucho tiempo las accesorias y almacenes de los propietarios de esta vivienda, comerciantes venidos a menos desde el bloqueo inglés. Sobre estos hay un entresuelo que es el espacio que se alquila y que fueron oficinas y estancias dedicadas a las mismas funciones, dejando la parte superior del edificio como el lugar donde habitan los dueños de la finca.

No querían más que a un hombre solo, sin embargo la recomendación que llevaba de algunos de mis amigos en Cádiz ha hecho posible que me permitan vivir con mi esposa, contando con una sala, dos dormitorios y una cocina. Los muebles, seguro restos de los no usados por los dueños, no son toscos y están en perfectos estado, yo diría sin temor a equivocarme que han sido trabajados por buenos ebanistas que conocen la moda imperio. Hay sabanas, toallas, cortinas y menaje limpio y cuidado y, sobre todo, entra mucha luz por los grandes ventanales que se abren a la calle del Empedrado, en el barrio de Santiago.

En esta ciudad gaditana hay hermosas casas y edificios, que no deben envidiar a las que existen incluso en la Corte. Todas ellas con estilizados balcones y cierros, a los que les faltan las rejas por haberse tenido que entregar para la fundición de cañones. Como sólo existe un pozo en toda la urbe, el de la Jara, cerca de la plaza de San Antonio, las casas, a pesar de que llega agua a diario en pipas desde El Puerto de Santa María, disponen de aljibes que recogen el agua de lluvia desde las azoteas. Todas limpias y blanqueadas ribetean al modo de crestas de espumas las calzadas, que siempre andan cubiertas de una arena blanca y fina que el levante deposita con cuidado.

Diego de Ustáriz

(Continuara)

03153017

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