Bicentenario

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXXXIX)

Matamoros continúa con sus intrigas y sus aires de grandeza, en la seguridad de que ninguno de nosotros hará nada contra él. Efectivamente, no he encontrado prueba alguna que verifique mis ansias de sorprenderle realizando algún acto de espionaje que pudiera llevarle a la muerte. María me tranquiliza a menudo, y no duda en arriesgarse casi a diario para vigilarle y registrar las valijas que guarda en su estancia. Va acumulando como un avaro tesoros, y creo que eso es todo, guarda toda la documentación, cartas, informes, incluso botones y casacas de los enemigos, quizás con el único propósito de revenderlo al mejor postor cuando acabe la guerra. Lo único que deseo es que se marche con sus aires de grandeza de nuevo a Cuba y abandone nuestra casa y nuestras vidas.

Las autoridades españolas andan embelesadas contando el número de tropas francesas que han entrado en España. A los más de quinientos mil hombres primeros deben añadirse los más de ciento cincuenta mil que entraron por Cataluña y Aragón, es decir, unos setecientos mil soldados. Andamos revisando en esta redacción del Conciso las Gacetas de Bayona y de Madrid, intentando demostrar que, a pesar de la pérdida de números del ejército a manos de los españoles, rebasan con amplitud las fuerzas de nuestros ejércitos. El número de muertos entre las huestes francesas ascendieron en el año de 1809 a unos trescientos diarios, lo que hace una cifra de unos ciento nueve mil en ese año. Si en el recuento de los partes hospitalarios de 1808 se recogen un total de cincuenta y cinco mil muertes, podemos pensar que más de ciento sesenta mil soldados franceses han empezado a formar parte de la tierra de esta España. Contar muertos puede resultar más fácil que contar vivos y es que es muy complicado entender la destreza con la que se mueven estos ejércitos por nuestro suelo. Solo el movimiento de algunas tropas en las inmediaciones de Huelva da algo de esperanza al levantamiento del sitio.

Parece por los papeles llegados a la ciudad, después de once días en que no llegaba ninguno, que la lentitud, el desasosiego y el desánimo están haciendo mella entre los franceses. Parece que desde Salamanca a Almaraz han desertado más de doscientos hombres, además de otros tantos que vienen por las barcas de Bazagona, por lo que podría hablarse de hasta quinientos hombres huyendo de los mandos franceses. Asturias está siendo evacuada por el propio Bonnet ante el temor de la rápida marcha que el Santocildes ha emprendido sobre el puerto de Pajares. El cuartel general de Blake permanece en Gibraleón con el propósito de internarse hacia Niebla, acontecimientos que levantan y estimulan a los que soportan el sitio.

De este modo las noticias llegan a la ciudad y sirven para acrecentar los ánimos. Acciones como la de Don Julián Sánchez, quien atacando a un convoy formado por ochocientos gabachos que escoltaban dinero y alhajas sólo dejó escapar setenta, siendo el resto degollados. O la gran deserción de soldados del ejército de Marmont, que van llegando exhaustos hacia Valencia de Alcántara en grupos de a veinte, en la esperanza de que les sea perdonada la vida.

Soult permanece en Badajoz y sus inmediaciones; aunque ha hecho intento de entrar hacia el Alentejo no se atreve a invadirlo, por la proximidad del ejército de Lord Wellington y sus fuerzas. Fuerzas bien pertrechadas por la continua llegada de víveres, tropas y munición a Lisboa. Soult terminará por retirarse de Badajoz al igual que ocurrió con Astorga, evacuada pero totalmente arrasada e incendiada.

Parece que los acontecimientos se precipitan, algunos hablan de que ahora mismo, en este mes caluroso de Julio, puede irse desde Ciudad Rodrigo a Salamanca sin encontrar casi un soldado. Apenas diecinueve soldados guardan Ciudad Rodrigo, abriendo las puertas de la ciudad a las ocho de la mañana y cerrándolas a las cinco, sin más temor ni más lisonjas. El sitio de Tarragona también está próximo a levantarse. Los refuerzos recibidos de españoles e ingleses se suman al valor de estos hombres para acabar con el asedio.

El cuartel general del Señor Blake está en Gibraleón, acompañado por el quinto ejército. La intención es marchar sobre Niebla y desde allí a Sevilla. Los numerosos convoyes que están entrando en Huelva aprovisionan a los soldados diariamente.

Las noticias llegan asimismo desde América. Hasta hace muy poco hubiera sido impensable que los americanos estuvieran tan ávidos de noticias de nuestra tierra. Desde Filadelfia el partido galo-americano advierte que los españoles son mirados allí con entusiasmo y admiración, hasta el punto de que hay noticias de la llegada a esa ciudad de un retrato del Empecinado, que inmediatamente han mandado grabar y anda de mano en mano aumentando el fervor por este héroe castellano. Quizás éste sería un modo especial de entusiasmar a las naciones a favor de los españoles, quizás con el mismo valor que el de prodigar los escritos. Quién puede olvidar el maravilloso discurso que Mr. Horsey hizo en el Congreso americano contra la conducta del gobierno francés y en honor de la justa causa de los españoles.

Sin embargo, la muerte insiste en aparecer por las esquinas de este país, es imposible que en una tierra en guerra no esté presente. La muerte llama a la puerta de muchos pueblos y aldeas españolas, zonas pequeñas y desprotegidas, donde los franceses descargan toda su ira y soberbia incluso sobre mujeres y niños. Lo triste es que no es cosa solo de franceses, muchos españoles, descolgados de sus ejércitos, deambulan por las tierras abandonadas y esquilmadas queriendo sobrevivir. La dureza de los acontecimientos vividos les ha convertido en hombres crueles, a veces asesinos y bandidos, que han llegado a olvidar el verdadero sentido que les hizo participar en la guerra.

Muchachos jóvenes muertos en otros campos son traídos a la ciudad de Cádiz en barcos, gracias al interés de hombres como el duque de Veraguas y el señor Fernando Chacón. Experimentar la muerte de sus propios hijos en la distancia, lejos de la familia, la tristeza de no contar con sus cuerpos inertes y fríos para depositar sus lágrimas, les ha hecho buscar el modo de traer a casa a aquellos que, por su muerte cercana, es posible traer por mar.

Diego de Ustáriz

Continuará

Más allá de la muerte

03153017

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