Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXXXII)

  • Resumen capítulo anterior: Amanece en la Isla. La vigilia, el hambre y el cansancio hacen mella en todos nosotros. El olor a pólvora y a fuego impregna el aire frío de esta mañana de Marzo, mañana en la que todos y cada uno de los hombres aquí destinados se han batido de un modo u otro contra los enemigos en la batalla de la Barrosa.

A pesar de los días transcurridos desde la lucha en los campos de Chiclana no se saben los detalles de tan gloriosa acción. Apenas a tres leguas de distancia del cuartel general y no podemos publicar de oficio ninguna noticia que esclarezca a los ciudadanos que pueblan esta ciudad de Cádiz los acontecimientos ocurridos. Las ventajas de poder contarlos son numerosas y entre todas la de aumentar y reanimar el espíritu nacional se convierte en la primera. La gente que discute en la calle Ancha transmite cierta inquietud ante el silencio, una población a la que se somete a sacrificios continuos ve la apatía de los dirigentes ante la negación de informar de lo que pudiera reavivar su fervor por la lucha.

Y mientras en cafés, ventillas y calles la gente pide un motivo para la esperanza, en las Cortes los temas tratados parecen carecer de la fuerza necesaria para arremeter en la guerra. Argumentos faltos de interés para las miles de madres que desde hace años no saben el paradero de sus hijos, para los miles de esposas cuyas camas muestran un lado frío y distante desde años. Que los vocales no deben tener honores ni tratamientos, pero sí el trato de excelencia para el cuerpo de las Juntas no interesa a nadie de los que pueblan nuestras calles; si pueden hacer gala o no hacerla de credenciales o estar aforados como los están los diputados, no son temas del interés de aquellos hombres que, heridos, regresaron tras la batalla del Puerco hace tan solo unos días.

Desde el Conciso vamos a insertar cuantas noticias e información tengamos sobre estos hechos, sin juzgar, entendiendo que están demasiado próximos para saber a ciencia cierta qué ha ocurrido. Las palabras de Lapeña fueron insertadas en el Conciso de hoy junto a la carta de un oficial inglés que puede aclarar lo ocurrido.

Para este oficial las fatigas de los soldados españoles e ingleses fueron soportadas con bien por amor a la patria. El día 3 de Marzo estaban al pie de Vejer, partiendo al día siguiente para Conil con el propósito de descansar antes del combate. Sin embargo, para este oficial inglés no hubo posibilidad de descanso, porque el oficial español cambió de planes y tuvieron que hacer una marcha de más dieciséis horas para llegar a la Barrosa. Toda la vanguardia, a mando de Lardizábal, entró en el pinar con la intención de franquear el paso a Santi Petri, todo con el mayor honor y cumplimiento del deber. Algo ocurrió que a los soldados ingleses y a su mando el General Graham desconcertó, la orden de marchar hacia el bosque. En estas estaban Graham y sus tropas cuando éste divisó que el enemigo venía marchando rápidamente por la llanura. Intentó contramarchar su división y al salir del bosque observó una columna enemiga avanzando sobre su izquierda y otro cuerpo más en posición de altura.

"No sé lo que sucedió en las alturas después de que nosotros lo abandonamos, he oído que la caballería alemana y española, cargando al enemigo, dos batallones españoles de la división de Begines hacían un fuego vivo al enemigo, todos con la orden del General en Jefe de retirarse. No me atrevo a determinar ninguna de estas circunstancias: lo que sí diré es que cuando salimos del Pinar ninguna tropa española estaba a nuestra vista.

Cuatro mil hombres desfallecidos, faltos de alimentos y exhaustos por la marcha forzada, que rechazaron una fuerza superior, que además se situaban en una posición ventajosa. Solo dos batallones, Walonas y Ciudad Real, se afanaron por bajar al Pinar para socorrernos en el empeño del Brigadier Cruz, que con amplio celo y ansias lucharon, sin conseguirlo, por llegar a nuestras líneas. De nada sirvió el empeño de estos hombres, de nada el noble sentimiento y firmeza de la Nación española ante la falta de actividad del General Lapeña, de sus consejeros y de su estado Mayor".

Esta es la mayor de las críticas al comportamiento del Oficial en Jefe español, y en las voces de todos está la absoluta convicción de que Lapeña obró sin medir las consecuencias para esos hombres que, ya dentro del Pinar, debieron combatir en soledad. Pero no estaba presente, ni lo estaba él ni ningún miembro de su Estado Mayor, para llevar en persona el estado de la acción. Quizás si hubieran estado presentes se hubiera conseguido la liberación de Andalucía.

Redacto estas letras para el periódico y, en el mismo momento en que la pluma levanto al aire, en el momento de cerrar la frase con un punto, ya están anticuadas. La mañana ha traído sonidos y ruidos de guerra y esos ruidos y sonidos lo cambian todo, mudando por completo las palabras. Desde el amanecer, en el único reducto virgen de mi casa donde Matamoros no ha dejado parte de su grandioso equipaje, en esta torre mirador desde donde percibo el aire mortecino de la batalla, oigo el tiroteo de las guerrillas desde la Isla. El fuego de artillería desde el Portazgo y desde los fuertes de la Maquina y el Lastre. Las granadas vuelan hacia la carretera de Chiclana, destrozando cuerpos y carros que a esta hora de la mañana llevan provisiones a Santa Ana. Un camino recordado por mis huesos, que a duras penas se resiste a recordar a fray Damián, quizás en esos mismos carros. Los enemigos intentan construir un reducto en la casa del Coto y las guerrillas, pertrechadas y protegidas por fuerzas sutiles, intentan impedirlo a costas de sus vidas.

La voz de Matamoros se escuchaba desde las escaleras. Mi cuñado y la propia María, enmudecidos, escuchaban con estupor la defensa de los toros del cubano ante la petición de Francisco de Laiglesia y Darrac de construir una plaza de toros a su costa para funciones ecuestres y corridas de novillos sin muerte. Los gritos en defensa del carácter nacional de las corridas, de Campamany y Montpalau salían a borbotones por la boca de Matamoros, que, sin haber visto nunca una corrida de toros, se apresuraba a defender por su condición de petimetre de una Corte a la que le hubiera encantado pertenecer.

Diego de Ustáriz

Continuará

03153017

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