Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXVI)

  • Resumen capítulo anterior: La Isla de León se prepara para la celebración de las Cortes. El trabajo de Diego de Ustáriz consiste en tomar nota de todos los acontecimientos que suceden en la Isla, participar en las reuniones y dejar constancia para la historia. Muy pronto volverá a Cádiz donde le espera su familia. Es hora de volver a casa.

El general Manuel Sapino había solicitado al jefe del Arsenal de la Carraca que fuera a verlo. Entrevistarme con este hombre, que junto a Nazario de Eguía estaba sumido en la defensa de la ciudad, era todo un honor que yo nunca he creído merecer. Sabía que la visión que yo podía darle de la situación de las zonas ocupadas tras el puente de Suazo era considerada de máxima utilidad para la organización de la defensa y para los estrategas de la guerra.

De un modo u otro yo había sido participe de muchos de los acontecimientos ocurridos en esos lugares. Meses de contrariedades y apuros, en parte subsanados y mitigados por hombres valerosos que, aún exponiendo sus propias vidas, se preocupan de ayudar a los presos y cautivos. Yo he sido un preso mimado por las manos de hombres que parecen a la voz de los españoles cautivos siervos entregados a los franceses, pero que diariamente se arriesgan ejerciendo un doble comportamiento, una doble actitud por la que pueden ser delatados sin más. Y es cierto que mi diario, entrañable compañero que aún perdido conserva las hojas sueltas en las que escribí mis palabras esos días de ausencia, recoge fielmente cada día, cada minuto y cada fracción de la vida y del desasosiego que se siente en tiempos de guerra.

Hoy lo que más me preocupaba era conseguir un alojamiento fuera del recinto militar. Quintana sabía que me hubiera gustado volver a Cádiz, dormir con María, abrazar a Eduardo y observar cómo habrá cambiado, su sonrisa, quizás sus primeros dientes, sus primeros pasos. Pero no era posible sin que antes las noticias de mi diario pasaran a manos de los responsables de la defensa de estas Islas.

Al llegar a la casa, en la calle Real 83, muy cerca a la iglesia Mayor, en la misma casa donde vivía Dº Nazario, se encontraba Dº Manuel Sapino, primer y segundo Jefe del Estado Mayor, hombres considerados justos por todos. Mientras que esperaba a que me atendieran pude observar una calle Real llena de gente que gustaba de comentar en corrillos las incesantes noticias sobre la formación de Cortes. El calor sofocante apretaba y el excesivo número de personas que se juntaban en las tablas de frutas no hacía más que empeorar ese ambiente. Frente a las casas consistoriales los productos frescos lo ocupaban todo, reses, corderos y recién carneros muertos y pateados por los matazanes hasta que derramaban los últimos hilos de su sangre. Qué curiosa esta abundancia frente a la carestía que he sentido al otro lado de esta guerra. La preocupación porque no falte comida es evidente y hasta los pinares del Infantado han sido talados para que no falte leña y madera con la que encender los hornos para cocer el pan.

Este era uno de los temas de los que se hablaba en la sala y aunque yo intentaba no estar atento a la conversación, el tono en el que lo hacían hacía imposible que no se oyera. Dº Pedro Agar, Sánchez de la Campa y Dº Diego de Alvear estaban insertos en una discusión sobre la mejor de las maneras de defender estas islas. El abastecimiento, junto al problema del alojamiento, era prioritario, como lo era me imagino saber por mis palabras la situación de los sitiadores en cuanto a este aspecto.

La necesidad de sostener a los ejércitos ha dado al traste con la economía civil y las ideas ilustradas de modernizar el país. Todo ha quedado supeditado a las necesidades de las tropas, el comercio prácticamente arruinado en las zonas ocupadas, las ferias, los mercados, las industrias, el artesanado y las tierras cultivadas están arrasadas y destruidas. Las poblaciones, exhaustas de tantos arbitrios y requerimiento; las pesquerías, descuidadas; los pósitos, vacios; el ganado y los bosques, mutilados y muertos. Conocer los apuntes de mi diario, mi visión de la zona es imprescindible para estos hombres que carecen de gente leal que se arriesgue a entrar en la zona ocupada si no es para asuntos de contrabando y enriquecimiento personal. La intención no es sólo la de asegurar el avituallamiento de esta zona libre y evitar que se produzca ese contrabando, sino también conocer la situación en la que se encuentra la población civil, presa y desconsolada.

Ya estaba allí, próximo a entrar a hablar con estos hombres que habían sido capaces con Grijalba, aposentador mayor y sus ayudantes de acomodar a tantos hombres importantes para este momento que vive la patria. Encontrar lugares donde de forma digna descansar, una labor muy difícil la de realojar a los militares sin atender a su graduación de forma que quedaran sitios libres para los diputados y políticos, todo sin problemas.

Se leía el acuerdo tomado por el cabildo el día de ayer 23 de Agosto de 1810, en el que se han nombrado los regidores que están tratando el tema del alojamiento. Los comisarios de barrios fueron los primeros en salir de la sala, llevando la orden de hacer una lista con las necesidades de alojamiento y con las casas y habitaciones disponibles. Hay que convenir con los dueños el mejor de los arreglos para no perjudicar a nadie en estos cambios del realojo en apenas dos días.

Salió en ese momento Francisco Pardo, comisario del barrio de San Francisco; intuí que me buscaba:

-¿Ustáriz? Ya hay lugar para su hospedaje, le anoto el lugar que le hemos asignado. Ahora, por favor, pase, Alvear le espera.

Dº Diego de Alvear y Ponce de León, el hombre que demostró el poder de la artillería que enfilaba al enemigo y que obligó en la batalla del Portazgo, por el mes de Febrero, a replegarse, esa misma batalla en la que caí preso, llevado en andas, herido por esos mismos hombres que retrocedían, estaba allí, pendiente de mí.

-Soy consciente, Diego, de su animosidad y de sus ansias de volver a casa, de la urgencia de ver a su familia después de estos meses de presidio y esclavitud. Pero sabiendo de su capacidad para escribir por Quintana y de la existencia de su diario, creemos que ha sido capaz de describir en este cómo ocurren algunos de los hechos que ha vivido. Necesitamos saber dónde guardan las provisiones y las armas, cuáles son los lugares que están más desprovistos de guarnición y, sobre todo, cuál es la situación de la población civil ante la tristeza de este modo de vivir.

Diego de Uztariz.

Continuará

03153017

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