Bicentenario

Las crónicas de Cádiz (Cap. LXVII)

  • Resumen capítulo anterior: La presencia de Quintana en el Arsenal sorprendió a Diego. El periodista y editor estaba muy preocupado por la reacción de muchos a los que creía sus amigos por ver en él cierto aire afrancesado. Es el mejor para contarle todo lo que está ocurriendo en las Islas Gaditanas, todo está preparado para la celebración de las Cortes y está ocupado por la puesta en marcha de un nuevo proyecto editorial, el Conciso.

Los días discurren en la Isla con una actividad frenética. Es una ciudad nueva, una ciudad pletórica de gente donde los acontecimientos se precipitan de forma extraordinaria. Veinte leguas la separan de Sevilla. Tres leguas desde el Puente de Suazo, que la separa del continente, hasta la punta del Castillo de San Sebastián de Cádiz. Una isla tan dilatada que cuenta treinta leguas de circunferencia y diez de largo. La llaman la Isla de León porque está unida a las tierras del Marqués de Cádiz, casa ilustrísima de los Ponce de León, a los que los Reyes Católicos añadieron a la Corona Real dándoles cuatro villas muy fértiles contiguas a Arcos, Villamartín, Ubrique, Grazalema y Alcalá de los Gazules.

La Isla no era más que una tierra hermosa repleta de caseríos denominados con el nombre de las grandes estirpes de comerciantes y nobles gaditanos, Estopiñan, Villavicencio, Soto Avilés, Infante, Ahumada, Colarte y Ricardo, miembros del cabildo municipal que, conforme avanzaban los años, fueron dejando paso a los comerciantes gaditanos como Coghen, Massé o Roque Aguado. Lógico que los regidores gaditanos no hayan estado interesados en que la Isla de León quedara separada de la jurisdicción de Cádiz, cómo perder el lugar de recreo donde los grandes caseríos servían de reposo y alivio a las fatigas y excesos de la bulliciosa ciudad, una ciudad abierta, con pocas tierras de labor y por tanto de campesinos, con espacio suficiente para que los coches y calesas deambulasen libremente mientras al muelle de Fadricas llegaba a diario la barca que, desde el puerto de Cádiz, traía otros tantos pasajeros.

Los huertos y los jardines de estos hermosos caseríos eran impensables en un Cádiz falto de espacio y de tierras donde fabricar hermosos y placenteros oasis. El caserío de los Coven o el de los Massé llegaron a ser valorados en más de cien mil pesos. Árboles perfectamente podados al estilo francés, con laberintos, huertos y frutales que debieron hacer de la Isla un jardín de las delicias. Sólo así, en este orden de las cosas, en este lujo de viviendas donde no faltaría ninguna de las comodidades del momento, puede entenderse que en ellas se albergara el rey Felipe V en 1729.

Una opinión logró que, la hasta entonces zona de recreo de hermosos caseríos para ocio de los adinerados comerciantes gaditanos, se convirtiera en un lugar estratégico para los asuntos de la guerra. El desarrollo de la Isla sería imparable.

La apuesta de Cádiz a favor de los Borbones en la Guerra de Sucesión trajo consecuencias positivas, una nueva estrategia naval en manos de hombres como Patiño, Pez y Alberoni, una apuesta de la que nacería toda una Isla de León pletórica de proyectos, de construcciones y fábricas sin parangón en la época, el desarrollo del Arsenal de la Carraca a partir de las instalaciones del siglo XVI, el Real Carenero, el puente de Suazo, la Escuela de Guardia Marinas, astilleros, barrios nuevos como el de San Carlos, Hospitales, escuelas de artillería.

Todos los memoriales y dictámenes de la primera mitad del siglo XVIII apoyan la candidatura a convertir a la Isla de León en la sede de todos los proyectos navales, no sólo como intendencia, también con el deseo de articular una fuerza naval de escolta y defensiva con apoyo de la Capitanía General de Andalucía, en el contexto del traslado de la Casa de Contratación de Sevilla a Cádiz y sede del monopolio del comercio colonial español.

La situación estratégica y defensiva de la zona hacía merecer la pena el sacrificio tributario y el uso de medios financieros de toda índole y repercusiones. Consignaciones presupuestarias, fondos vitalicios, préstamos, arbitrios, donaciones siempre a cambio de gracias y benevolencias para los benefactores. Una tesorería hambrienta, que soslayaba unos impuestos con otros en la incapacidad de la Hacienda por conseguir otros recursos. El traslado del Departamento de Marina ha supuesto el inicio del imparable crecimiento de la Isla de León.

Y ahora aquí, como sentenciada por esta espiral de construcciones y de instalaciones para la Armada, le toca preparar la formación de Cortes, destinada a iniciar un proceso, quizás constitucional, que puede cambiar los designios que el monarca seguro tiene para este país a su vuelta.

Mi trabajo consiste en tomar nota a pie juntillas de todos los acontecimientos que se suceden en la Isla, participar de las reuniones de la Cortes y estar atento a cuanto deba quedar registrado para su perpetuidad.

Hoy algunos vecinos de esta Isla calurosa, donde los niños mojan sus pies en las fuentes a falta de poder acercarse a la costa, denuncian las obras que se están llevando a cabo en las salas capitulares por orden del gobernador militar y político de esta Isla. Dº Vicente Polanco, diputado del común, Dº Juan José de la Vega, síndico procurador y Don Fernando Miranda, síndico personero del común de los vecinos denuncian que esta misma mañana habían empezado a trabajar dentro del ayuntamiento un maestro y unos oficiales de albañilería, justo en la zona de las escaleras por la que se llegan a las salas capitulares, al parecer sin permiso ni autorización del Real y Supremo Consejo de Castilla. Esta obra que se comienza pretende realizar habitaciones para las milicias honradas que van a establecerse en la ciudad.

La forma de inmiscuirse en los asuntos del ayuntamiento y la falta de autorización y permiso por parte de los síndicos ha levantado la suspicacia del pueblo, que no ve con buenos ojos que la Junta de Gobierno, que parece ahora dueña de la ciudad, se meta en asuntos extraños a sus funciones.

Diego de Uztariz.

Continuará

03153017

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