Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. IV)

  • Resumen capítulo anterior: Diego de Ustáriz ha estado en la Isla de León, donde comprobó las obras de mejora que se están realizando en el puente de Suazo y en las fortificaciones ante la amenaza del ejército francés.

EL camino que une la Isla con Cádiz, es un camino tranquilo y bien asentado, que por aquí llaman del Arrecife, con dos leguas de longitud y unas catorce varas de ancho. Decidí hacer el camino a caballo, a sabiendas de que solo tardaría en completarlo unas dos horas. Todas mis pertenencias iban conmigo, algo de ropa y sobre todo papel y pluma, elementos indispensables para mi trabajo. Tenía la intención de conocer esa senda a conciencia. Y así fue. Recordaba la finura del camino, recordaba el olor a piedra de mar, las aguas parecen haberse separado como las del Mar Rojo, y una araña de salinas y esteros se esparcían a ambos lados del arrecife. A un cuarto de legua de San Fernando, Rio Arillo, que formando parte del arrecife tiene un puente de mampostería de un solo ojo. Junto a la batería de artillería de marina, el molino harinero de San Miguel, salinas y la venta de Isabel.

Era media mañana y salineros y pescadores almorzaban plácidamente haciendo un alto en sus labores. Aparecieron cuatro casas salineras, una de ellas completamente destruida. Los molinos de Santibáñez y San José daban paso a un cambio en el sentido de la ruta para llegar a Torregorda y el Caído. A la izquierda y casi en las dunas que dibuja el sendero, estaba el ventorrillo del Chato donde paré a comer.

Había cierto ambiente de conspiración. Hombres vestidos de paisanos conversaban animadamente con hombres uniformados. A veces el tono de las mismas se encrespó. Un retrato de Fernando VII presidía la parte más alta de la taberna; allí, en lo más elevado y olvidado, el rey ausente, el deseado.

Al mirarle, no observé diferencia con el coloso bonapartista; se me antojaba una reproducción del mismo: patillas, corbata de muselina, bicornio, pantalón ceñido, botas sin tacón y la adornada chaqueta. Hemos escrito antes de estas fechas mucho sobre él. Un hombre insensible, poco hablador y tímido, amante del billar y del bordado, inapetente por costumbre y gran fumador de puros habanos, jamás se dejó ver como es y al que ninguno sospechamos tan frágil de conciencia.

"Al Señor Don Fernando VII, cautivo en Francia

¡Que gime Fernando cautivo en cadenas sin cetro y corona en tierras extrañas. Aquel que aclamado en ambas Españas con júbilo fuera Rey y Señor!

Combaten su pecho mil bárbaras penas. El Sol cuando nace le encuentra llorando. Y al irse la noche medrosa acercando se aumenta su agudo, perpetuo dolor.

En sueños se ofrece al alma la imagen de un padre engañado con arte tiranas. Y la de una madre que cual tigre Hircana con sus propias manos se quiere rasgar. ¡Hembra mala! Dime si has visto que ultrajen las fieras de Libia sus propias hechuras, ¿o tienes más rabia o entrañas más duras que así te deleitas en atormentar? Siquiera en tu casa moviste la mano. Y tú por ti mismo hicieras castigo: No así te valiese de un tal enemigo que en pago decreta tú eterno sufrir. Aquel fiero digo, aquel africano que halló en tu delirio cruel instrumento para acabar su bárbaro intento ya hacer al León de España dormir.

Más ya ruge escucha ¿No tiemblas de oírle? La muerte y venganza rugiendo proclama. Ya prende, ya humea, ya se alza la llama del fuego sagrado en el pecho Español.

¿Te escondes al lado de esa águila fiera? ¿Y asido a tú cuello tú traidor amigo así piensa infame librarse contigo? Huid luego, luego si aun es ocasión. Que el tajo y el Betis y el Ebro y el Duero volando dirigen el bronce estallante. Y el Sena amenaza con eco tronante ¡Con guerra sangrienta, con guerra inmortal!"

Dolores, la del patio, atravesó la sala y bajó por vino. Todos la miraron. Su hermosura no tembló ante los ojos deseosos de cuantos la contemplaban. Su gracia y desparpajo no sabía de guerras ni de traiciones. Vestida de seda grana, ajustaba su busto con un escueto corpiño y por sus hombros pequeños se asoma una melena oscura recogida en una redecilla con madroños negros. Transmitía sensualidad y frescura, gracia y una voluptuosidad propia de esas muchachas que son hermosas y no le dan a eso mayor importancia. Al verla, no pude dejar de pensar en las majas pintadas por Francisco de Goya, gitanas hermosas que huyendo del erotismo eternamente usado en la mitología, daban muestra de una mujer real, como esta Lola que, como teletusa romana baila, dándonos a beber un sorbo de vino claro, conquistaba inexorablemente a cuantos la mirábamos.

"Y ven a comer conmigo

una sopa de ensalada

que te refresque la sangre"

El camino prosiguió hacía Cádiz por el arrecife. El mar estaba sereno y me encontraba feliz de haber llegado a mi destino. Ojala María estuviera aquí en este lugar limpio de inmundicias.

Bajé del caballo para apreciar las obras que se están haciendo en la Cortadura de San Fernando; algunas noticias sobre esta obra ya llegaron a Madrid desde principios de la guerra, es como si la ciudad se preparara para reorganizar todo un país, como si la ciudad supiera de algún modo que quizás le toque resistir. Los hombres se afanan por concluirla al pleno sol de este septiembre único. Sobre el lienzo ya construido, la exhortación de los representantes de la ciudad al pueblo gaditano, haciendo hincapié en el valor y espíritu patriótico de los que a diario dejan sus quehaceres para el bien de la nación.

El objetivo, batir sobre estos muros al tirano que bayoneta en mano quiere hacerse con nuestras propiedades. Saben que no distan mucho de aquí y que vienen resueltos a vengar la derrota de Rosilly. Se veían clérigos y religiosos de distintas órdenes trabajar junto a los batallones de la guarnición. Sobre la casilla de la obra las papeletas con los nombres de los valientes nada perezosos que desean ser recordados como beneméritos de la patria.

Hasta el barrio de San José y dejando a la derecha la punta de la Vaca, el castillo del Puntal y el ventorrillo de Castañeda, me adentré en un vergel de huertas y de árboles. Hermosas casas de comerciantes gaditanos y genoveses pueblan de forma diseminada el camino hasta el Torreón de las Puertas de Tierra, dejando a la izquierda el cementerio rural. Ventas, cafetines y casas de campo donde se veían familias de excursión en estos días aún de verano.

Diego de Ustariz

continuará...

03153017

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