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Crítica 'The Inmigrant'

La piel del melodrama

The Inmigrant. Drama, EE.UU.-Francia, 2013, 119 min. Dirección: James Gray. Intérpretes: Marion Cotillard, Joaquin Phoenix, Jeremy Renner.

Se esperaba a Gray y Gray llegó, aunque fuera a una pequeña e incómoda sala que obligó a muchos a sentarse en el suelo. Se esperaba a Gray porque se quiere ver gran cine, poco importa que sea europeo o producido por los inefables Weinstein. Se esperaba a Gray y Gray llegó, se vio y venció, para vergüenza del último jurado de Cannes, incapaz de apreciar la mejor reescritura del clasicismo y el género norteamericanos en tiempos de formas sin cuerpo ni memoria.

Variación sobre unos mismos temas (el inmigrante, la etnia, la cultura, el clan, las pasiones destructivas) y esquemas (el triángulo como recorrido de ida y vuelta) ya presentes en sus cuatro filmes precedentes, deudores todos de una filiación consciente con la tradición y la revisión que de ella se hizo en los setenta, The immigrant se aleja del presente y cambia su foco hacia el personaje femenino, una mujer polaca que llega a Ellis Island rescatada in extremis de la deportación por un empresario del espectáculo, enfundándose una melancólica y analógica piel de melodrama (lo operístico sigue trabajando como sustrato, aunque ahora lo haga en sordina) en un Manhattan de 1920 que destila sus luces y sombras, sus colores y texturas tenues, casi siempre en interiores, pura densidad de la materia fotográfica, bajo el portentoso ojo cultivado de Darius Khondji, un diseño de producción de los que ya no se ven y la elegancia concisa de un cineasta que modula como pocos los tiempos, las proporciones del plano, las elipsis y las velocidades emocionales.

El triángulo de deseo ambiguo, cruzado y no correspondido entre unos soberbios Cotillard, Phoenix y Renner se carga de voltaje trágico entre cuadros de belleza crepuscular y arrebatadora, acelerones, huecos narrativos y accesos de violencia, aunque es la suavidad y la calidez del personaje de Cotillard, la integración de su mirada en los espacios, su propio tempo íntimo, lo que acaba creando el tono de la película, ése que nos dirige irremediablemente hacia una salida sin billete de retorno que podría haber filmado el mismísimo Béla Tarr.

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