Susana Díaz. Candidata del PSOE a la Presidencia de la Junta de Andalucía

La marca soy yo

  • Quiso hacer militante del PSOE a toda la pandilla de juventud. Demuestra su listeza en haber mandado pintar su fachada política con la brocha de la amabilidad.

Pasión por la Coca-Cola. Y por los municipios medios, donde el olfato le dice que están las claves de la remontada para alcanzar la mayoría absoluta de aquellos tiempos de la socialdemocracia moderada, del rodillo y la cabra junto a las siglas del PSOE arrasando en las urnas. Ahora ya no hay cabra, ni se habla de mayorías absolutas. Los políticos -todos- emplean siempre el tabú de la mayoría suficiente. Lo absoluto suena a radical, contundente y autoritario. En cambio, lo suficiente evoca austeridad, moderación y equilibrio.

La candidata del PSOE a la Presidencia de la Junta de Andalucía, Susana Díaz (Sevilla, 1974), es un tren de alta velocidad en una política que no admite estaciones: el que se baja se queda. Y ella es una locomotora siempre al ralentí que ha sabido subir, colocarse donde otros estaban y pasar después la brocha de la amabilidad por su fachada política. Dicen que es tremendamente lista y que es la reina leona en la selva de la política. Dicen que es una mujer pegada a un teléfono hasta en la tarde de los domingos, que ya se sabe lo peligrosa que es una tarde sin agenda política en la casa de un político que se precie. Dicen todo eso y más, porque en la política efectista que hoy impera vivimos ahora la era del efecto Susana. Pero donde más demuestra Susana Díaz su listeza es en haber sido perfectamente consciente de que alguien debía afanarse en reducir su imagen de dirigente implacable antes de alcanzar la cima del PSOE andaluz y esperar el fin del griñanato. Con tal objetivo vimos no sólo un cambio lento y suave en el estilismo, sino hasta reportajes concienzudamente preparados en los que esos amigos de toda la vida de su amada Triana le lanzaban petaladas en esos impagables totales de televisión: el cofrade con cargo, la compañera de aulas, el camarero del bar Santa Ana, el vecino...

Sería injusto aseverar que no ha hecho más que escalar posiciones desde sus años de inquieta alumna en las aulas de la Facultad de Derecho, donde después de varios intentos logró ser -¡por fin!- delegada de clase. Ha habido etapas en que ha sufrido destierros, como cuando fue castigada a la bulla de diputados de la Carrera de San Jerónimo. Pero los listos, lejos de instalarse en la queja para justificar su fracaso, saben sacar partido de las crisis, rentabilizarlas y salir reforzados. Ella ha sabido rodearse en cada momento de la gente precisa. No olvida a los enemigos, con los que no tiene concesiones una vez derrotados, pero es cierto que guarda cierto respeto a los que, considerándolos generales como ella en el campo de batalla, han sido derrotados por ella misma o por las circunstancias del sube y baja de la política.

Su actual guardia pretoriana es reducida. El manchego Máximo Díaz Cano, el portavoz y muy sevillista Miguel Ángel Vázquez, Enrique Cervera, el gaditano Juan Cornejo y el cofrade y ex costalero del Silencio Mario Jiménez, el único que en algún momento ha podido hacerle sombra a La Que Manda en el PSOE y en Andalucía, cuando no hay sol que brille más que ella en la órbita socialista. ¿Quién es Pedro Sánchez? Que venga lo mínimo por aquí. Hasta Marhuenda, que no pasa por enlace sindical de los Astilleros, elogia su figura y glosa su proyección más allá de Despeñaperros. Y es en esas tertulias de televisión de difusión nacional donde se juega ahora los cuartos de su imagen aquella estudiante de Derecho que pretendía afiliar al PSOE a toda la pandilla, en aquellas noches de fines de semana a la intemperie junto al Monumento a la Tolerancia desde el que, presagios del destino, se admira la fachada principal del Palacio de San Telmo, donde en tiempos se formaban los curas y donde ahora dirige Andalucía aquella animosa catequista que se emociona con la Semana Santa.

No hay más sol que ella en el universo socialista. Ni tampoco más marca. La política de los hashtags es la consagración del triunfo de las marcas personales por encima de las siglas. Del fin de las ideologías a la decadencia de las siglas. Un hashtag vale más que mil argumentarios: #yoconsusana. Ten una marca y échate a dormir. En la hora de los personalismos, el PSOE andaluz se ha encontrado con un mirlo blanco, con una presidenta que viene de ser experta en "hacer los pueblos" cuando dedicaba los fines de semana a poner orden en las agrupaciones de Andalucía ("Voy de turronera"). Ahora, tarea mucho más fina, vende estabilidad, fortaleza y unidad. Ella está embarazada, sí; al igual que hay alcaldes que publican en las redes sociales su estreno como abuelos. Los niños son marcas blancas para sanear una política enconada.

De motor, el ego. De gasolina, la Coca-Cola. De vocación, sacerdotisa de la política. En los cuarteles del PSOE andaluz hay una proclama: todo por ella.

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