La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¡Hemos venido a emborracharnos!

Se notan ya los efectos del trago largo en las plazas de toros. Se abre el debate sobre la conveniencia de prohibir el consumo en los cosos, al igual que en los estadios 

Aficionados al fútbol y furgones de la Policía Nacional

Aficionados al fútbol y furgones de la Policía Nacional / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

Algunos esperpentos vividos en las tardes de toros de las dos principales plazas de España, Sevilla y Madrid, han abierto el debate sobre la necesidad de prohibir el consumo de alcohol en los cosos. Llega a la fiesta nacional el problema que hace años se sufre en el fútbol y en otros acontecimientos de masas, como la Semana Santa. En las plazas de toros se sigue vendiendo alcohol, no así en el fútbol, donde sólo se puede tomar en el palco de autoridades o en los de empresa o abonados que pagan localidades VIPS.

Recuerden los meses de la denominada desescalada, cuando el Gobierno andaluz enfocó las medidas a evitar el consumo de alcohol por las tardes. Se trataba de cerrar los bares tras los postres y que ya no abrieran hasta la cena en una clara intención de reducir el tardeo.

Por supuesto que hay literatura sobre el consumo de alcohol en las fiestas y, cómo no, sobre su función como lubricante de las relaciones sociales. Nada nuevo bajo el sol de este mayo metido en calores de julio. Pero la mala educación, llamada así sin más (¿para qué más circunloquios?), unida al consumo excesivo y a una palmaria degradación de la convivencia urbana, han provocado situaciones desagradables, problemas de orden público y el afeamiento de los cascos históricos de las ciudades, que sufren las consecuencias.

No digan que siempre así, porque no siempre ha sido así. Andalucía, por ejemplo, tuvo dos sedes en el Mundial'82 (Sevilla y Málaga) y no se recuerdan altercados de ningún tipo. Tampoco en la final de la Copa de Europa que se jugó en el Sánchez Pizjuán en el 86.

Es evidente que hemos ido a peor. Comenzamos a plantearnos hasta qué punto son rentables ciertas grandes finales deportivas si conllevan el padecimiento de hordas embriagadas desde por la mañana. El alcohol tiene una incidencia directa y duradera sobre el consumidor, lo que repercute en espectáculos como los festejos taurinos donde el público tiene reconocidas competencias sobre la valoración de los actuantes.

Hay jornadas de Semana Santa, caso de la Madrugada sevillana, donde impera la ley seca. La autoridad tiene claro dónde está el problema, distinto es que no se quiera reconocer con claridad porque los políticos siempre prefieren mensajes buenistas. Los toros acabarán con refrescos y horchata. Y las ciudades tendrán que echar las cuentas y reforzar los protocolos de seguridad si de verdad les sale rentable acoger una final de fútbol. Nunca resume mejor un problema que el cántico por todos conocido: "¡Alcohol, alcohol! ¡Hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual!".

Esta sociedad infantilizada necesita también que le enseñen a beber o que directamente se lo prohíban. ¡Vivan las cadenas!, que le dijeron a Fernando VII. Las degradaciones no se producen de un día para otro. Se trata de una tendencia en la que influyen, ¡cómo no!, los valores que marcan la sociedad de un período concreto. Antes una primera comunión se celebraba con un sencillo desayuno y ahora asistimos a verdaderas bodas. Las fotos en blanco y negro muestran señores trajeados en la grada de un estadio y ahora parece que hay que ir al fútbol con el atuendo de un indio, que también sirve, por cierto, para hacer turismo. Siempre queda la posibilidad de llegar al estadio ya alicatados. Que vayan tomando nota los taurinos. Aunque en el principal palco de convite de la plaza de la Real Maestranza siempre te ofrecen con amabilidad un refresco al doblar el tercer toro. Seguidamente el camarero te susurra al oído: "¿El señor desea algún aliño? ¿Ginebra? ¿Escocés?".

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