Accidente aéreo

El niño que lloraba en la Catedral

  • Decenas de personas despiden a las cuatro víctimas mortales del accidente del A400M, en un funeral en el que el arzobispo pidió que la investigación sirva para evitar más siniestros.

Un niño llora en la Catedral. Está sentado en la primera fila de sillas, las reservadas a los familiares de los muertos en el accidente del A400M del pasado sábado. Alguien trata de consolarle con una caricia, pero sirve de poco. La Catedral está llena. El personal indica a los que entran a última hora por dónde pueden acceder a sus sitios. A la puerta de San Miguel llegan cuatro coches fúnebres con los féretros de los fallecidos: los pilotos Jaime de Gandarillas y Manuel Regueiro y los ingenieros de vuelo Jesualdo Martínez Ródenas y Gabriel García Prieto. 

 

No estaba previsto que los restos mortales de las víctimas estuvieran presentes en el funeral, ya que estaba pendiente todavía la identificación por ADN. Los forenses terminaron a tiempo su trabajo, a última hora de la mañana. Un grupo de personas espera los ataúdes en la puerta del templo. Familiares, compañeros y amigos los portan desde la calle hasta la nave central. Allí son cubiertos con cuatro banderas de España. 

 

El niño sigue desconsolado al ver cómo se depositan los ataúdes junto al altar. Unos metros a su izquierda, las autoridades forman a la espera de que comenzara el funeral: el ministro de Defensa, Pedro  Morenés; la presidenta de la Junta en funciones, Susana Díaz; el alcalde, Juan Ignacio Zoido; el delegado del Gobierno, Antonio Sanz; el consejero delegado de Airbus Defence and Space, Tom Enders;  el presidente de la compañía, Bernhard Gerwert; y el presidente de Airbus España y jefe de la división Military Aircraft, Fernando Alonso, recién llegado en el A400M desde Toulouse.

 

En la calle hace un intenso calor. El interior del templo es un refugio. Es fresco pero la temperatura sigue siendo alta. A Zoido lo abanica su esposa mientras espera que aparezca el arzobispo, Juan José Asenjo, que oficia la misa. "Pedimos a la Virgen que la investigación que ahora se abre evite futuros accidentes y que se procure la estabilidad laboral de los empleados de Airbus. Le pedimos, por fin, que lleve de la mano a los fallecidos ante el trono de Dios para que puedan gozar de la compañía de los santos y contemplar por toda la eternidad la infinita hermosura del rostro de Cristo resucitado. Dales Señor descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Amén". Así termina monseñor Asenjo su homilía, que había empezado con una referencia a la "pena honda" que desde Sevilla se extendió "muy pronto a España entera y a Europa".

 

Acaba la misa y se recogen las banderas españolas, que se entregan a los familiares de las víctimas. Las doblan y las abrazan. El niño sigue llorando, esta vez con el mínimo consuelo que le aporta la bandera que envolvía instantes antes el féretro de su familiar. Asenjo bendice los ataúdes y terminan las exequias.

 

Los compañeros, amigos y familiares vuelven a colocarse para llevar a hombros los féretros hasta la calle. Hay uniformes del Ejército del Aire y un chico lleva el de cadete de la Armada. En todo momento mantiene la entereza, como si fuera consciente de los riesgos de la profesión que ha escogido. Tres de los muertos eran de formación militar. El órgano rompe el silencio con una canción cristiana del siglo XIX, Cerca de ti, señor, y surge una ovación espontánea, que acompaña a los cadáveres hasta la calle. Los periodistas buscan alguna reacción. No quieren acercarse a los familiares, rotos de dolor, y buscan al ministro de Defensa, a la presidenta de la Junta, al presidente de la compañía. Nadie habla. Sólo Fernando Alonso se dirige a los medios para pedir respeto. El niño sigue llorando. Abrazado por su madre, camina detrás de uno de los coches fúnebres.

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