Andalucía

El napalm desacostumbrado de Juan Marín

  • El tono del vicepresidente en su comparecencia del pasado viernes muestra su hartazgo por la actitud de la oposición en Andalucía

El napalm desacostumbrado de Juan Marín

El napalm desacostumbrado de Juan Marín

Juan Marín acudió el viernes a la rueda de prensa de San Telmo no con su habitual aire de el hombre tranquilo, sino como el Teniente Coronel Kilgore, aquel Robert Duvall de la arenga memorable a los soldados en el amanecer vietnamita: “Me encanta el olor a napalm por las mañanas”. La intervención de Marín fue artillera. “El Gobierno andaluz no va a dejar tirados a los autónomos como ha hecho el Gobierno de España”. Boom. Mensaje contundente en una economía de autónomos y pymes. Y detrás, otro boom, sobre los más de 400 millones de fondos para políticas activas de empleo que Moncloa toma de Andalucía: “son nuestros” pero, ya planificados, “el Gobierno de España nos los ha retirado”. Y detrás otro boom: las compras fallidas. Y otro. No es raro que un vicepresidente eleve el tono; de hecho, hay cierta tradición en que el nº2 haga de poli malo. Pero ese no es el papel habitual de Marín, que estila una bonhomía sanluqueña, sino más bien de Elías Bendodo, que ha gestionado con tacto la crisis, ofreciendo siempre lealtad hasta parecer San Elías Bueno y Mártir, como un personaje de Unamuno.

Tal vez, sin embargo, lo de Marín no se entienda tanto en clave interna como de hartazgo con la oposición. A cada momento enfatizaba “También he trasladado a los portavoces de los grupos…” o “Se le ha facilitado a los portavoces toda la información sobre…”. Tras la reunión del comité que incluye a la oposición –“es la tercera”, y repitió “tercera”– anunció que repetirían el Viernes Santo, porque ahora no hay festivos. Marín perseguía un golpe de efecto: mostrar que el Gobierno andaluz es dialogante y no actúa como el Gobierno central, con el que las comunidades y la oposición vienen enterándose de todo por los medios, incluso de las reuniones y de lo que van a aprobar. Pero se diría que Marín no estaba interesado en dejar en evidencia a la izquierda de Madrid sino de Andalucía, cada vez más beligerante, y esta semana en particular con él. Dedicó la traca final a denunciar la incoherencia del recurso de amparo presentado ante el Constitucional por el decreto de trabas administrativas, acusando a la izquierda de poner bajo sospecha a los letrados del Parlamento que siempre fueron “impolutos” hasta el 2-D. Otro boom. El olor a nalpam.

El PSOE parece, en este momento, un partido descerebrado. Susana Díaz, que siempre ha tenido una buena inteligencia política, ya debe de haber entendido que acelera su retorno o recompone la estructura, porque la marca, más allá del portavoz José Fiscal, está en manos de apparatchiks sin control que incurren en demasiados disparates, algo impropio del gran partido que gobernó durante décadas. Tal vez todo obedezca a un estado de nervios. Esta final de semana circulaba de whastapp en whastapp, más allá de memes y memeces, un estudio de una prestigiosa casa de encuestas que refleja un derrumbamiento del Gobierno Sánchez (saldo negativo de -19) y auge del Gobierno de Juanma Moreno (saldo positivo de +32). Si las cosas están así, los socialistas más que nunca necesitan estrategia, no disparar a todo lo que se mueva. La imagen del partido aquí está en mínimos, y el pacto con Iglesias ayuda más bien poco.

La percepción es que no hay un funcionamiento bien coordinado, eficiente, y eso tiene un coste. Sánchez pide un Plan Marshall a Europa, las comunidades a Sánchez, y los alcaldes a las comunidades. Incluso Juan Espadas habla de su propio Plan Marshall. Hay que manejarse con tacto ahí. No se sabe hasta qué punto la ciudadanía premia la lealtad, pero sí que detesta la deslealtad. Marín sin duda pretendía enfatizar el compromiso del Gobierno andaluz que ha sufrido a una izquierda desleal, y seguramente sabía lo que se hacía. Por eso planteó así su comparecencia, golpeando en ese punto débil que recogen ya las encuestas. En algún momento parecía que Marín sonreiría como Kilgore al confesar que la colina quemada por el naplam le traía el olor de… la victoria.

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