Andalucía

"El médico nos dijo: 'Han quedado tres con vida; dadles el tiro de gracia"

  • Guardias civiles y de asalto y vecinos testigos de la matanza de Casas Viejas declararon ante el juez en 1933 y reconstuyeron lo ocurrido en el pueblo los días 11 y 12 de enero

La mañana del 11 de enero de 1933, los anarquistas de Casas Viejas secundaron una huelga revolucionaria convocada por la CNT y atacaron el cuartel de la Guardia Civil. Hirieron mortalmente (fallecieron después) a dos de los cuatro agentes destinados allí. A mediodía llegaron unos guardias civiles desde Medina en auxilio de sus compañeros. Mataron a un vecino. Por la tarde, llegó otro grupo de guardias. La revuelta quedó sofocada. Pero de pronto todo comenzó a torcerse. Horas después era incendiada la choza de la familia Seisdedos y luego, al amanecer del día 12, moría tiroteado un anciano y eran asesinados doce hombres detenidos en sus casas. El balance de víctimas mortales: 22 vecinos y 3 guardias. Los testimonios ante el juez de guardias de asalto y civiles y de vecinos de Casas Viejas (declaraciones que el año pasado sacó a la luz el libro El caso Casas Viejas) permiten asomarse desde una posición excepcional a los Sucesos. A lo que ocurrió en uno de los episodios de la Segunda República más tergiversados y usados contra Manuel Azaña y contra la República.

Gregorio Fernández Artal, teniente de asalto. El 11 de enero me encontraba en San Fernando y recibí una orden del gobernador civil de la provincia de Cádiz: que me trasladase a Casas Viejas a socorrer a la Guardia Civil de ese pueblo, que se hallaba comprometida. Me dijo: "Meta al pueblo en cintura como sea y cuando me avise, que sea diciéndome que el pueblo ha entrado en reacción". Al mando de cuatro guardias civiles y de doce de asalto, a las cinco de la tarde di vista en Casas Viejas. Guardias civiles de no sé qué pueblo habían llegado antes que yo en auxilio de sus compañeros. Me identifiqué con ellos por medio del silbato y sin un solo tiro entramos en el pueblo. Me pusieron al tanto de la situación. [Los dos guardias civiles heridos en el asalto al cuartel, Román García Chueca y el sargento Manuel García Álvarez, que fallecen después, son enviados a Cádiz]. Y luego fuimos a detener a un vecino del pueblo al que los guardias habían visto disparando contra el cuartel [a Manuel Quijada]. Se encontraba en su domicilio. Le propinamos unos cuantos palos y al momento confesó que sí, que él había estado disparando.

Encarnación Barberán, 21 años, viuda de Manuel Quijada. Los guardias de asalto golpearon a mi difunto. Yo protestaba...

Artal. Quijada confesó también que había guardado su escopeta en casa de un cuñado [Luis Barberán]. Lo detuvimos, lo esposamos y fuimos con él hacia esa casa en busca del arma.

Encarnación. Quise ir con mi marido al llevárselo los guardias, pero uno de ellos me lo impidió. Me dio un vergajazo y me amenazó con su pistola.

Isabel Romero Vera, 33 años, esposa de Luis Barberán. Por la tarde se presentaron los guardias a registrar nuestra casa. Buscaban una escopeta. A mi marido se lo llevaron también detenido. El Quijada iba ensangrentado.

Fidel Madras, guardia de asalto. A Quijada lo utilizó Artal para que señalara dónde vivían más individuos de ideas avanzadas...

Artal. Los guardias civiles de Casas Viejas también habían visto a otros dos vecinos disparando contra el cuartel: eran dos hermanos [Perico y Paco]. Guiados por los detenidos [Quijada y Luis Barberán] fuimos a buscarlos a su casa, a la que llamaban la de Seisdedos.

Manuel García Franco, 13 años. El día 11 estaba en mi casa con mi abuelo, Seisdedos, mis tíos Perico y Paco, mi madre [Josefa Franco] y la de Casares [Manuela Lago]. Al caer el día llegó también el Zorrito [Jerónimo Silva]. Estaban allí reunidos [también Francisco García, hermano de Manuel, y María Silva, la Libertaria] y decían que resistirían si eran atacados y que no se entregarían. En casa había escopetas y municiones. De mis tíos, que eran cazadores.

Fidel Madras. ...uno de los individuos a los que conducíamos [Quijada] señaló una casa. Y entonces huyó y entró en esa casa...

Manuel. Al anochecer llegó un pelotón de guardias de asalto entre los que iba un guardia civil de Casas Viejas. Llevaban esposado a Quijada y venían dándole golpes. Quijada dio un salto y entró dentro de la casa todo atemorizado. Entonces los guardias de asalto intentaron entrar en la casa...

Madras. Artal ordenó coger al que había escapado. Y entramos en la casa mi compañero [Martín Díez Sebastián] y yo.

Manuel. Mi tío Perico disparó y mató al guardia que estaba en la puerta.

Madras. Nos dispararon. Mi compañero quedó dentro de la casa, muerto. Yo estaba herido. Salí y me parapeté en el corral.

Manuel. Entonces los guardias se replegaron y comenzaron el asedio de la choza. [Ocultos en la oscuridad, varios vecinos ayudaban a los de la choza y disparaban contra los guardias. Hirieron a varios, a uno en la cara].

20:30 horas. Telefonema de Artal a Cádiz, al gobernador civil. [Primero relata que han matado a un guardia de asalto y que no sabe de otro] Para el asalto de la casa me urgen granadas de mano, para evitar víctimas, pues el incendiar la casa supondría que se incendiase medio pueblo. Espero órdenes. Fuerza aquí: guardias civiles 25, de asalto 12. No se necesita más fuerza. El pueblo tranquilo, salvo la casa indicada en la que no se sabe cuántos puede haber, siguiendo cercada. Paisanos muertos uno, heridos dos.

Artal. Nos enviaron granadas y una ametralladora e inicié un nuevo ataque a la casa. [La mayoría de los que defendían la choza huyeron al oír la ametralladora].

Manuel. Disparaban con armas y bombas contra nuestra casa.

Artal. Lancé una granada, explotó, y el guardia Madras, que no había dado señales de vida, me llamó. "Teniente Artal, no tire usted más granadas, que me va usted a matar". Entonces detuve el ataque y decidí esperar a que amaneciese.

Arturo Menéndez, director general de Seguridad. Me dijeron que la fuerza se veía impotente en Casas Viejas para dominar la sublevación... Llamé a Jerez, al capitán Rojas [que había llegado de Madrid ese mismo día]. Le dije: con 40 hombres ve a Casas Viejas. Termina en 15 minutos. Contra quien hostilice o haga resistencia, haces fuego sin piedad. Si para dominar la casa de Seisdedos te ves obligado a quemarla, la quemas.

Artal. A las doce de la noche llegó el capitán Rojas. "Traigo órdenes de Menéndez de aplicar la ley de fugas a todo el que coja", dijo. Eso no se puede hacer y no se hace, le contesté. Me dijo que a mí sólo me tocaba obedecer.

Manuel Rojas, capitán de la Guardia de Asalto.

Artal decía que sería imposible tomar la casa. Le llamé la atención. Hay que tomarla, ordené.

Artal. En vista de ello, seguimos haciendo fuego contra la choza.

Manuel. Antes de arder la casa, ya habían muerto mi abuelo y mi tío Perico.

Llega a Casas Viejas un telegrama del gobernador civil de Cádiz. "Es orden terminante ministro arrasen casa donde se hacen fuertes revoltosos".

Rojas. Como no había manera de tomarla, decidí quemar la casa. Usamos piedras envueltas en algodones impregnados de gasolina. Encendidos, los arrojamos sobre el tejado [de vegetal] de la casa.

Manuel. Cuando comenzó a arder la casa, huí. Al salir vi en el corral a un guardia [a Madras]. Al verme, me dijo: corra, corra. Otros guardias decían: no tiréis, que es un niño. Gané el callejón y pude escapar por los huertos. [Huyó, del mismo modo, la Libertaria].

Rojas. Artal tenía la ametralladora a su cargo. Al arder la casa, arreció el fuego de la ametralladora y los disparos mataron a un hombre y a una mujer [a Francisco y a Manuela] que trataban de escapar.

Artal. Hice fuego. Creí que salían para combatir. Si llego a saber que se rendían, no hubiese disparado.

Rojas. Tras disparar a los que escapaban, Artal daba gritos y saltos. Le llamé la atención de nuevo.

Artal. Ardió la choza. Ya nadie disparó contra los guardias. [Los ocupantes de la choza y el guardia Martín Díaz ardieron dentro. El guardia Madras salió del corral]

Rojas. La situación quedó dominada. Ordené a mis hombres descansar porque estaban agotados.

Artal. Tomamos café y esperamos que llegase el nuevo día.

Antonio Suffo Ramos, médico de Cádiz. Los guardias de asalto bebieron tres o cuatro botellas de cerveza.

Rojas. En esas horas estuve meditando sobre el estado de rebeldía del pueblo. Después de reflexionarlo mucho, pensé que sería un medio de conjurar la situación cumplir fielmente las órdenes que me había dado Menéndez en Madrid. Fue el motivo que me llevó a hacer detenidos y a fusilarlos. Pensé que si no daba un escarmiento rápido y ejemplar, los revoltosos podían poner en peligro al Gobierno y a la misma República.

Artal. Pasarían unas cuatro horas. Entonces el capitán Rojas ordenó efectuar registros en las casas de la parte alta del pueblo, llamar en todas sin distinción y detener a todos los que encontrásemos en ellas.

Suffo. Que iba a hacer registros y detenciones lo dijo Rojas en la fonda. Yo estaba allí y lo oí.

Rojas. Al amanecer, ordené registrar las casas de los vecinos más significativos, según las indicaciones que diese un guardia civil que creo que era del pueblo. Les dije a los guardias que se cargasen a los que detuviesen.

Artal. Rojas no ordenó aplicar la ley de fugas. Si lo hubiese ordenado, yo no lo hubiese hecho ni aun a costa de perder mi carrera. No registramos las casas con indicaciones de la Guardia Civil ni de nadie. Entrábamos en todas. Deteníamos a todos los que estaban en ellas.

Catalina Silva González, 33 años. Viuda de Juan Galindo. Cuando ya había sol, llegaron guardias civiles y de asalto, dispararon a la puerta y entraron. Se llevaron a mi marido. Dijeron que para tomarle declaración. También se llevaron a mi hermano, Juan Silva. Juan le dijo al guardia civil Salvo [de Casas Viejas]: tú sabes que somos personas honradas.

Juana Gutiérrez Rodríguez, vecina del anciano Antonio Barberán Castellet. Llegaron los guardias y oí cómo le decían a Barberán que se fuese con ellos. Él contestó que no era hombre de ideas, que no le disparasen. Enseguida sonaron disparos y oí el ruido de un cuerpo que cae. El niño gritaba: no matéis a mi abuelo.

Salvador del Río Barberán, 13 años, nieto de Barberán.

Eran como las ocho. Mi abuelo dijo: voy a ver si está ya es sol fuera. Abrió la puerta, oí voces, "¡fuera, fuera!", y sonaron unos disparos. Las balas atravesaron la puerta. Mataron a mi abuelo.

Isabel Montiano Cabezas, 52 años, madre de Balbino Zumaquero. Al amanecer vinieron unos guardias de asalto. Se llevaron a mi hijo y a mi sobrino Andrés Montiano. Me abracé a mi hijo, les pedía que no se lo llevaran... Me amenazaron.

Dolores Benítez Sánchez, 48 años, madre de Manuel y Juan García Benítez. A eso de salir el sol se presentaron en casa unos guardias de asalto. Se llevaron a mis hijos. Dijeron que iban a tomarles declaración

José Rodríguez Calvente, 66 años. Nos refugiamos en casa de Salvador Barberán. Al amanecer llegaron unos guardias de asalto y los guardias civiles Salvo y Gutiérrez. Nos obligaron a salir y vimos a otros detenidos.

Artal. Un detenido se quejaba de fuertes dolores. El guardia civil Salvo me dijo que era buena persona y lo puse en libertad. Rojas me pidió explicaciones y le contesté que la Guardia Civil del pueblo había respondido por él. Rojas me dijo que yo no era nadie para soltar a nadie sin autorizarlo él y ordenó detener de nuevo a aquel hombre.

Constantino Burgos Morán, cabo de asalto. El capitán mandó reunir a los detenidos y ordenó ir hacia la casa de Seisdedos.

Cayetano García Castrillón, teniente de la Guardia Civil. Sentí que iban a hacer un escarmiento. Le dije al delegado del gobernador [Arrigunaga] que era una vergüenza, le pedí que no permitiera aquel atropello. Respondió que no tenía autoridad para impedirlo.

Sancho Álvarez Rubio, teniente de asalto. [Los guardias y los detenidos llegaron a la choza de Seisdedos] Rojas hizo bajar a los detenidos a la corraleta.

Artal. Cuando ya habían entrado todos menos dos, Rojas disparó su pistola sobre ellos dos o tres veces al tiempo que ordenaba hacer fuego. Sonó una descarga. Luego, Rojas notó la presencia de los otros dos. Los empujó, los metió dentro y ordenó disparar de nuevo.

Salvador Barberán Romero. Íbamos detenidos. Al llegar a la casa de Seisdedos vimos que a Zumaquero y a Manuel García Benítez los empujaban a la corraleta y les pegaban unos cuantos tiros.

Juan Gutiérrez, guardia civil. Llevábamos detenidos a Salvador y a Calvente y vimos cómo metían a los otros detenidos a culatazos en la corraleta y les disparaban.

Salvador. En esas, Calvente y yo nos fuimos a mi casa. El guardia Gutiérrez había desaparecido.

Juan Gutiérrez. Al ver cómo mataban a los detenidos, me retiré.

Calvente. El guardia Gutiérrez nos dijo que volviéramos a casa.

Luis Menéndez Álvarez, guardia de asalto. Vimos cómo mataban a los detenidos. Un guardia civil [Juan Gutiérrez] y yo llevábamos a dos. Me dijo que eran buenas personas y los dejamos ir.

Castrillón. Yo estaba con el delegado del gobernador en la parte de abajo del pueblo. Oímos unos disparos y comprendí que habían consumado el escarmiento.

María Fernández Expósito, 15 años, hermana de Cristóbal. Oí una descarga y gritos y corrí a la casa de Seisdedos. Mi hermano estaba muerto, sobre otros cadáveres. Entré a verlo y los guardias de asalto me encañonaron y me dijeron que me fuera de allí.

Sancho. Me quedé sobrecogido. Yo no había oído decir al capitán que los detenidos serían fusilados.

Rojas. Todos me felicitaron y me dijeron que así era como se acababa con aquellas cosas.

Artal. Los guardias gritaron: "¡Viva nuestro capitán!".

Rojas. Consternado, me limité a decir que había cumplido con lo que me habían ordenado.

Artal. Me sorprendió la frialdad de Rojas. Tras matar a los detenidos, me entregó un mechero y me encargó que le prendiese fuego a las casas contiguas a la de Seisdedos. Me negué. Le dije que allí sólo había mujeres y niños. Pero reiteró la orden. Entonces pedí ayuda al delegado del gobernador.

Fernando de Arrigunaga y Martín Barbadillo, delegado del gobernador civil. Rojas quería rociar el pueblo con gasolina. Artal y yo le suplicamos que no lo hiciese, que había niños y mujeres, que sería un problema horroroso.

Artal. El delegado del gobernador hizo desistir al capitán. Rojas me pidió el mechero y me dijo que ya no incendiase las casas.

Isabel Montiano. Había oído una descarga y fui a ver. Presentía lo ocurrido. En la corraleta de Seisdedos vi a mi sobrino, a mi hijo y otros muchos muertos a tiros. [En la corraleta estaban unos sobre otros los cuerpos acribillados de los 12 vecinos de Casas Viejas fusilados: Fernando Lago, Juan Villanueva, Juan y Manuel García Benítez, José Utrera, Manuel Benítez, Juan Galindo, Manuel Pinto, Andrés Montiano, Cristóbal Fernández, Juan Silva y Balbino Zumaquero. También los cadáveres de Manuela y Francisco]

Leovigildo Ordóñez, guardia de asalto. El médico De la Villa [Antonio Verdes de la Villa, de la Guardia de Asalto] me dijo que uno de los caídos se movía, que le disparase el tiro de gracia. A mí me repugnó y me escurrí por detrás.

Castrillón. Rojas llegó a la plaza y nos dijo, entre dientes, que habían tenido que disparar contra unos que intentaban escapar.

Joaquín Tolosana Pueyo, guardia de asalto. Cuando íbamos todos los guardias camino de la plaza, el médico De la Villa nos dijo a otro guardia y a mí: "Han quedado dos o tres aún con vida. Volved y dadles el tiro de gracia". Volvimos y el otro guardia disparó. Yo no tuve valor para hacerlo.

Ordóñez. En la plaza, un señor de paisano nos echó un discurso.

Arrigunaga. Rojas me dijo que diese las gracias a las fuerzas. Pedí un minuto de silencio por los muertos y terminamos con vivas a España y a la República.

Artal. Tras la arenga, Rojas ordenó que montásemos en los camiones. Castrillón, Sancho y yo le dijimos que estábamos disconformes con lo que acababa de hacerse.

Federico Ortiz, médico de Casas Viejas. Al despedirse, el capitán Rojas nos dijo: "Pedid que no suene un tiro más, pues tengo orden de razziar todo el pueblo".

Rojas. Al salir de Casas Viejas, la gente nos vitoreaba.

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