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el relanzamiento de la base de rota Un vistazo histórico a un asentamiento que perdura en el tiempo

El maná viste de caqui

  • En sus casi 60 años de convivencia las tropas estadounidenses han reportado mucha riqueza a Rota, que sólo se queja de la sangría de empleos dentro del recinto militar y de la negativa eterna del Gobierno español a compensar tanta servidumbre

Puede que fuera por una premonición, por una intuición o por una paradoja más de tantas como regala la vida. Pero en abril de 1953, apenas cinco meses antes de que España y Estados Unidos firmaran el acuerdo que posibilitó la construcción de la Base Naval de Rota, el maestro Luis García Berlanga estrenaba en el teatro Callao de Madrid su ya mítica Bienvenido Mister Marshall, aquella sátira imborrable en la que el bueno de Pepe Isbert y los suyos engalanaban Villar del Río (que no Villar del Campo) esperando una comitiva norteamericana que pasó de largo por el pueblo.

Visto lo visto, aquella comitiva terminaría siguiendo su camino para recalar en un bello rincón apostado a la entrada de la Bahía de Cádiz en el que los hangares sustituyeron a los huertos, las pistas de aterrizaje a las grandes extensiones de cultivo, las armas a los aperos de labranza de los mayetos y los portaaviones a los pesqueros de siempre.

Hoy, 58 años después de que se firmara aquel contrato de arrendamiento, la US Navy ha demostrado ser un inquilino de confianza para la sociedad roteña, que ha recogido suculentos beneficios de este asentamiento y que apenas puede poner dos peros a tantas décadas de convivencia: la pérdida progresiva de empleo español en el recinto militar y la negativa casi enfermiza del Gobierno de España a compensar al Ayuntamiento por una servidumbre que no ha dejado ni una peseta y ni un euro en las arcas municipales.

Nada se ha escrito de lo que pensaron el entonces embajador de Estados Unidos en España, James Dunn, y el ministro español Martín Artajo cuando el 26 de septiembre de 1953 firmaban en el madrileño Palacio de Santa Cruz aquel célebre tratado bilateral que daba luz verde no sólo a la construcción de las bases militares de Rota, Morón, Zaragoza y Torrejón de Ardoz sino también al oleoducto Rota-Zaragoza y a la instalación de una extensa red de radares por toda España. ¿Pensarían que este acuerdo se rompería pocas décadas después o daban por hecho que se prolongaría en el tiempo? Con la perspectiva que da el tiempo, lo que sí está constatado es que aquella firma fortaleció a Franco ante la comunidad internacional y que fue un paso fundamental en la apertura del Régimen hacia el mundo exterior. No en vano, pocos meses antes se había firmado el Concordato con la Santa Sede y en los cinco años posteriores se produjo la entrada de España en instituciones como la Organización Internacional del Trabajo, la Organización Europea de Cooperación y el Fondo Monetario Internacional. Acababa así la autarquía.

Tres años después de aquella firma, las Fuerzas Armadas de España y de Estados Unidos convivían ya en armonía en Rota, en un imponente recinto de casi 2.400 hectáreas que dio un bocado más que considerable a un municipio de 8.000 hectáreas de extensión.

Con titulares como En España no hay Partido Comunista. El comunismo perdió la Guerra Civil la prensa estadounidenses de los tiempos de Truman defendía a capa y espada la presencia de sus tropas en territorio español. El enemigo era la Unión Soviética, y ello llevó a asentar casi de manera perenne en la Base a una escuadra de submarinos nucleares de las clases Poseidón y Polaris prestos a movilizarse. Eran los años de la guerra fría, del miedo a que un dirigente loco le diera al botón rojo y la liara en el planeta.

Pero ese miedo no llegaba a las calle de Rota, que con los años fue amoldándose a las costumbres de los yanquis, a su forma de ser, a sus gustos, a un idioma desconocido y a sus dólares. Crecía la población militar en la Base y eso hacía que fuera necesaria más mano de obra dentro del recinto pero también que afuera se frotaran las manos las inmobiliarias, los propietarios de viviendas de alquiler, los taxistas, los restaurantes, los bares... Todo Rota y parte de El Puerto, Jerez, Sanlúcar o Chipiona descubría que el maná vestía (y viste) de caqui.

Con una agricultura y una ganadería casi extinguida, con una pesca que buscaba sin éxito reverdecer viejos laureles y con una industria sin sitio para despegar, la Base se dedicó a dar de comer a cientos de familias. Se cuenta que hasta 1.700 trabajadores civiles españoles llegaron a encontrar un empleo allí... hasta que todo se torció a mediados de los 90. Las autoridades estadounidenses dejaron de tratar a Rota como a la niña bonita, comenzaron los traslados de contingentes militares a otros puntos del planeta y eso trajo consigo una sangría de empleos que se prolongó durante una década, dando de lleno en la línea de flotación de la sociedad roteña. Eran tiempos de huelgas, de paros en la puerta de la Base, de manifestaciones, de marchas a Madrid. Y todo para nada, porque el goteo de despidos y de finalización de contratos se ha mantenido todos estos años -en el último lustro quizás con menos virulencia- hasta reducir la plantilla civil española hasta las 900 personas.

Ése es el primer pero que Rota le pone a la Base, aunque las últimas noticias en torno al protagonismo que adquirirá este recinto como parte del escudo antimisiles de la OTAN ha permitido recuperar la confianza.

El segundo pero va dirigido en exclusiva a los diferentes gobiernos que han llevado las riendas de España en las tres últimas décadas. Es un lamento continuo que recorre todas las dependencias del Castillo de Luna, sede del Ayuntamiento, y que busca respuestas a la negativa histórica de las autoridades de este país para compensar tanta servidumbre como lleva soportando Rota desde hace más de medio siglo.

Pese a tener sentencias favorables -incluso del mismísimo Tribunal Supremo- que obligan al Gobierno a compensar al Ayuntamiento por los impuestos de las dependencias de la Base no afectas a la defensa nacional, ni Felipe, ni Aznar, ni Zapatero se han dignado a satisfacer esta reivindicación. Ello obligó a un Ayuntamiento unido -todas las fuerzas políticas de la localidad han hecho una piña en esta cruzada- a iniciar una insumisión fiscal que llegó a ser apoyada por sentencias judiciales. El Ayuntamiento empezó incluso a emitir recibos en concepto del IBI de la Base que remitía al Ministerio de Defensa. Al no cobrarlos, y como medida de compensación, el Consistorio optaba luego por no abonar al Estado dinero correspondiente a las retenciones del IRPF de los trabajadores municipales o al IVA. Hoy la situación aún sigue enquistada.

Lo curioso es que en estos peros en ningún caso aparece el de la seguridad. Cuentan en Rota que en 1986, en pleno bombardeo estadounidense a las ciudades libias de Trípoli y Bengasi, el entonces presidente de AP, Manuel Fraga, visitó la Base. Y al ser preguntado por lo que había notado en el interior del recinto militar dijo con sorna: "Aquí no pasa nada. Yo sólo he visto a unos americanos jugando al golf y a tres negritas monísimas". Ese "aquí no pasa nada" parece haberse convertido en el eslogan de una sociedad roteña que por lo general, y aunque desde fuera cueste entenderlo, se siente protegida teniendo al lado a un vecino armado hasta los dientes y con los más sofisticados sistemas de control y de vigilancia operativos.

Quien esto escribe estuvo apostado a la puerta de la Base en el inicio de la segunda Guerra del Golfo y el día de los atentados del 11-S en Nueva York. El recinto estaba en alerta máxima, el control en la puerta era exhaustivo y los despegues y aterrizajes eran continuos. Y al preguntar a un anciano si estaba molesto por tanto trasiego militar, el buen hombre respondió sin tapujos: "No, aquí no pasa nada; a mí lo que me molesta es la presencia de tantos periodistas". Ni Pepe Isbert hubiera hablado tan claro.

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