Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

Andalucía

Un lugar en la tierra

Jatrid y Sad construían con sus propias manos una casa de adobe en una de las lomas aún sin ocupar en el campamento 27 de febrero, en medio de la hamada argelina. La única herramienta era un nivel con el que Jatrid certificaba la rectitud del muro. Pidieron tabaco y cuando se les ofreció un par de Chester, a la primera calada, Sad, casi un niño aún, preguntó con sorna si eran cigarrillos para mujeres. "¿Para mujeres? No. En España los fuman hombres y mujeres", se les dijo. Sonrieron. Demasiado suave para ellos. Terminaron de fumar y siguieron con el trabajo.

Los niños cantaban en francés en la escuela, un cubículo bastante más pequeño que muchas cocinas andaluzas aireado con ventanucos y una puerta hecha a medida de los alumnos, no a la del profesor, que tenía que agacharse para entrar.

"Si no es por Cuba, el español habría desaparecido del Sahara". Bachir dejó de ser niño hace tiempo. Huérfano de padre, muerto en la guerra contra Marruecos, Bachir era un veinteañero que había trabajado como reponedor en un supermercado de Sevilla y como escaparatista en un centro comercial de la Costa del Sol, con una indumentaria donde lucía un cinturón Moschino imitación y las deportivas Puma y que almacenaba en su móvil el mismo repertorio de frikadas que un adolescente español y dominaba a la perfección la antología de chistes de leperos. Lo demostró en una de las paradas que la caravana de todoterrenos hizo en medio del desierto en plena madrugada para beber un té que él mismo preparó litúrgicamente. Con los chascarrillos tuvo la competencia de otro compañero especialista en chistes sobre cubanos, lo que allí se conoce como un cubaraui, por haber estudiado en La Habana.

Sentido del humor. En uno de los lugares más desolados del planeta, con temperaturas diurnas que alcanzan los 55 grados y noches de frío polar, sobreviviendo de prestado y con el rabillo del ojo en Marruecos, bajo la sombra omnipresente de la guerra y el recuerdo de sus muertos, los saharauis sonreían, mostraban sus dientes cariados por culpa de la desnutrición infantil o una dentadura casi perfecta fruto del cuidado con ramas de talja, el árbol que crece en algunos parajes. Los saharauis, con su tierra dividida en cuadrantes y sembrada de explosivos -las bombas racimo del ejército marroquí- que desactivaba la ONG Landmine Action antes de que reventaran a un pastor o a niños que jugaban, y sesgada de norte a sur por el muro construido por Marruecos, provocaban carcajadas imitando a Fidel Castro.

De Cuba tuvo que regresar rápidamente Salek Abdasamed (El Aaiún, 1954). La guerra interrumpió sus estudios de medicina. No había médicos en las filas del Frente Polisario, sólo combatientes. "Insuficientes", respondió cuando se le preguntó por los medicamentos que llegaban. Su condición de estomatólogo no guardaba ninguna relación -contó sonriendo- con que un legionario español le partiera la mandíbula de un culatazo cuando con 18 años fue detenido y encarcelado durante nueve meses. "De niño fui flecha. Había que vernos a mí y a otros saharauis cantando canciones de la Falange".

¿Volverán los saharauis a la guerra? El artista Mohamed-Moulud Yeslem, de 31 años, estaba harto de oír hablar del porvernir, harto de retórica. Demasiados años aguardando. "Tengo un hijo de diez meses y quiero que sea como los demás niños del mundo. No quiero que tenga una infancia aburrida, esperando en los campamentos la limosna de los demás".

En Auserd era fiesta. Mujeres ocultas bajo la melfa a las que las más jóvenes añadían enormes gafas negras con la D&G de plástico dorado en la montura, botas de tacón y guantes para evitar que ni un milímetro de su piel fuera tocado por el sol, buscando un blanco nuclear. Fatimetu Sidi Hama abrió su hogar a los visitantes y les dio lo mejor: mantas para el frío de la noche y comida en abundancia porque es la costumbre saharaui. Siempre hay que tener para quien llega de fuera. Fatimetu recordaba Navarra, donde vivió y estudió, y le brillaban los ojos. "Era una niña. Ojalá mi hija pueda ir algún día a España", dijo abrazando a su niña de tres años.

-¿Aunque el Gobierno español no los reconozca?

-No me importan los políticos. Me importa la gente.

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