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opinión

El derecho a reivindicar

El abogado Rafael Prieto Tenor

El abogado Rafael Prieto Tenor / EFE

Cuenta Manuel Vicent, a propósito de una de sus radiografías literarias, que el 80% de los norteamericanos cree que irá al cielo, pero también que la mayoría piensa que allí no encontrará a nadie conocido.

Bien podríamos alcanzar estadísticas similares si el objeto fuese la utopía de la justicia y nuestra elevada consideración propia. Pero mejor centrémonos hoy en Adela Cortina y en los derechos humanos como derechos que se reconocen a todo ser humano por el hecho de serlo. Lo cual, bien entendido, hilvana también con la realización de la justicia.

La filósofa valenciana defiende que una sociedad que no esté empeñada en que se protejan los derechos civiles, económicos, sociales, culturales, el derecho a la paz, el Medio Ambiente y el derecho al desarrollo, está bajo mínimos de moralidad o, lo que es lo mismo, bajo mínimos de humanidad. Cómo no compartirlo. Son mínimos de justicia que toda sociedad tiene que cubrir.

Hoy que cerramos una semana tan reivindicativa, donde todas y todos se reivindican, con tantos intentos partidistas de patrimonializar reivindicaciones, reivindicadas y reivindicables, no puedo perder la oportunidad de reivindicar también la regla de la oportunidad justa y que sea la desigualdad, y nunca la igualdad, la que necesite una justificación para ser provocada. Porque, en la naturaleza, los hombres, aunque iguales en dignidad, no lo son en pertenencias o bienes. La carga de la prueba debería así recaer sobre los defensores de una distribución desigual de la riqueza.

Todo ser humano debe ser acreedor a unos recursos básicos, una vivienda, asistencia sanitaria de calidad y una educación de calidad. Y sobre esa igualdad de oportunidades se podrá construir una sociedad más justa.

Se dice que el poder político se rige por la conquista y por la conservación del poder. El sector económico por el dinero y por la creación de riqueza. Y el sector social por la solidaridad. Pero yendo así, cada uno por un lado, con el paso cambiado, sucede que nuestra sociedad fabrica a marginados, a excluidos que nunca salen en la foto, y que a mí me recuerdan a aquellos aparecidos que describía Gil de Biedma:

“Vienen

de allá, del otro lado del fondo sulfuroso

de las sordas minas del hambre y de la multitud

y ni siquiera saben quiénes son:

desenterrados vivos”.

Pues eso: desenterrados vivos que queremos volver a enterrar en nuestras conciencias, y que, de ordinario, son atendidos por ese sector social de voluntarios que hacen lo que hacen porque les sale del corazón.

Las personas necesitamos un sentido para nuestra vida. Consuelo, cariño, misericordia, esperanza. Y también justicia. Porque no hay verdadera felicidad sin justicia. Reivindiquémosla. Un bienestar sin justicia es un mal sucedáneo. Ese bienestar no nos da ni felicidad ni una vida verdaderamente humana.

Y sí, quizás estén pensando lo mismo que yo. En que posiblemente el 80% de los españoles también confiaría en que va a ir al cielo, y que la mayoría creerá que allí no encontrará a nadie conocido.

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