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Andalucía

Y Vox, sin manual de instrucciones

  • La ultraderecha descoloca a todos: Nadie sabe bien cómo comportarse. La izquierda los demoniza, a Cs les da grima que se les asimile y sólo el PP se relaciona con naturalidad

Francisco Serrano, en el plenario. En segundo plano, Susana Díaz.

Francisco Serrano, en el plenario. En segundo plano, Susana Díaz. / Julio Muñoz / Efe

La pequeña Andalucía del poder inició ayer un camino desconocido. La salida del PSOE del Gobierno ha dejado descolocados no sólo a los socialistas, sino también al resto de formaciones políticas. Tanto a las de derechas, que van a gobernar y no se lo acaban de creer, como a las de izquierda, que tuvieron un retroceso tan grande el 2 de diciembre que aún no lo han asimilado.

Completa el panorama la entrada en las instituciones de Vox. El estreno de la extrema derecha en el Parlamento ha cogido de nuevas a todo el mundo; han llegado sin manual de instrucciones y nadie sabe muy bien cómo comportarse con ellos. La izquierda ha decidido demonizarlos, a Ciudadanos le da un poco de grima que les asimilen y ellos mismos están todavía un poco cortados. Los únicos que se comportan con naturalidad son los del PP, al fin y al cabo son padres de la criatura.

La confusión llegó a mediodía de ayer a su punto máximo en el antiguo hospital de Las Cinco Llagas. El estreno del grupo de ultraderecha marcó la constitución del Parlamento elegido el 2 de diciembre. Curiosamente los 12 diputados del nuevo partido se comportaron con corrección, y cierta timidez salvo para jurar “por España”, salvoconducto que también utilizó el popular José Antonio Nieto, ex alcalde de Córdoba y ex secretario de Estado de Seguridad.

En la izquierda, por el contrario, mucha sobreactuación, en particular en Adelante Andalucía. Su diputado jiennense Cano Palomino parece que ha llegado dispuesto a ofrecer espectáculos de la escuela del comandante Juan Antonio Romero en la primera legislatura y más recientemente por parte de Juan Manuel Sánchez Gordillo.

La autoexclusión de Adelante Andalucía de la Mesa dio de manera sorprendente el control de este órgano de gobierno a la nueva mayoría minoritaria de la Cámara. La alianza de PP y Cs controla la Mesa del Parlamento sin necesidad de contar siquiera con Vox. Ciudadanos ofreció no presentar candidato a vicepresidente, para que saliera elegido el de la confluencia con los votos de Podemos e IU, pero lo rechazó AA.

Según Teresa Rodríguez, por coherencia, para no blanquear a la extrema derecha. Una decisión antisistema, que va directamente en contra de sus intereses y el de sus votantes. Es reincidente. Ya en 2015, que no estaba Vox, la recién llegada diputada populista rechazó hablar con el PP para que el presidente de la Cámara no fuese del PSOE. Moreno le llegó a ofrecer el cargo a Maíllo. Pero ya entonces con la derecha no se negociaba nada.

Consumada la votación de ayer, Antonio Maíllo –falto de argumentos– elevó la voz y exageró los ademanes para protestar porque su partido se había quedado fuera de la Mesa y eso incumplía el artículo 36 del Reglamento de la Cámara. El jefe de IU reclamaba a voz en grito que se estaban vulnerando sus derechos políticos, sin darse cuenta de que él y su grupo estaban justamente negando derechos políticos a los recién llegados de Vox.

Maíllo invocaba a sus 600.000 votantes, con la misma contundencia con la que pretendía despreciar a los 400.000 de Vox. Lo dicho, la llegada del nuevo partido populista de derechas sin manual de instrucciones, genera desorientación. A Vox habría que juzgarlo por sus hechos. Y darle ejemplo. La mejor manera de demostrarles que no se pueden negar derechos civiles a mujeres, inmigrantes o LGTBI no es empezar por negarles derechos políticos a ellos.

Si los diputados ultranacionalistas españoles juraron por España, los populistas de izquierdas acudieron a argumentos anticapitalistas de todo orden. Prometieron por imperativo legal o por imposición autoritaria. Y su jefa, Teresa Rodríguez, lo hizo contra Vox, para que quedara clara su línea de actuación en esta legislatura: contra el racismo, la xenofobia, el machismo y la homofobia, mirando a los bancos voxistas.

La presidenta en funciones, que como el Cid va camino del destierro de San Telmo con doce (más uno) de los suyos, también sobreactuó. En este caso para ocultar su decepción. Con cara de circunstancias, decía que estaba feliz y calificaba de “pacto de la vergüenza” la votación que se había producido en la constitución de la Mesa.

Ella y su portavoz argüían que tienen un millón de votos. Ignorando que dos millones y medio querían que se fuese. Y ella y varios de sus dirigentes más afines repiten con obsesión que el previsible pacto de investidura de la alianza PP-Cs con Vox va a dejar la Junta en manos de la ultraderecha. Una exageración.

Como si durante las dos coaliciones, de 1996 a 2004 el Gobierno andaluz hubiese estado en manos del PA, o de 2012 a 2015 lo hubiera controlado IU. O, por poner un ejemplo más cercano y sencillo, de 2015 a 2018 su gobierno hubiese estado en manos de Ciudadanos. Como en el bolero, puro teatro.

De las declaraciones y tuits de su jefa y de los máximos dirigentes del Gobierno andaluz se deduce un enorme vértigo al vacío y a los miles de empleos, colocaciones, prebendas o privilegios que van a perder la familia socialista y sus allegados. Ahora empezarán los tirones. Ya han comenzado. Y también el enroque del susanismo, que tiene un grupo parlamentario monocolor.

Ayer el consejero de Agricultura saliente, Sánchez Haro, le pegaba una tarascada en Twitter al delegado del Gobierno en Andalucía, el sanchista Gómez de Celis. Le advertía que no se meta en cuestiones orgánicas y que puesto a mirar resultados electorales, se mirase en un espejo.

Los ajustes de cuentas no son privativos del PSOE. En el campo contrario también hay cuchillos. Destacados casadistas como Esperanza Oña o José Antonio Nieto están eludidos del futuro Gobierno. Los sorayistas parecían carne de cañón hace un mes y ahora se han venido arriba. Eso sí, con el peor resultado del PP en su historia.

Más allá del drama del empleo entre los cuadros socialistas, hay una gran simetría entre este Parlamento que ayer echó a andar y el de 2015. La mayoría minoritaria que va a gobernar cuenta con 47 diputados, como entonces. El primer partido de la oposición tiene 33, igualmente. Un grupo pequeño facilita la investidura. Cambian los protagonistas. Unos suben al poder y otros se van después de toda una vida en el machito.

En 2015 hubo que aprender a relacionarse con Podemos, un partido populista radical de izquierdas de difícil definición; también con tensiones internas. Ahora aparece otro extremismo, más clásico, que incomoda a sus socios, e irrita a sus adversarios. (Aunque algunos piensan sacarle partido electoral en mayo). En todo caso, llegan sin manual de instrucciones. Y nadie sabe muy bien qué hacer.

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