El PSOE se ha encontrado con un respiro en un momento de extrema debilidad, con la necesidad de pasar por el diván del psicoanalista a preguntarse "quién soy", o incluso "¿quién soy, de dónde vengo, a dónde voy, qué planes tengo?" tal como Almodóvar y Fanny McNamara actualizaban las grandes preguntas de la filosofía en Laberinto de pasiones. El pin parental les ha proporcionado, por fin, algo de viento de cola.
La ultraderecha persigue y señala a quienes trabajan por la igualdad. Y el Gobierno andaluz está dispuesto a pagarles su deuda traicionando lo más sagrado de una tierra: la educación de sus niñ@s. No es un “veto parental” sino una censura reaccionaria a derechos constitucionales.
— Susana Díaz Pacheco (@susanadiaz) January 18, 2020
Claro que para esto precisamente ha alimentado el PSOE a Vox: para que radicalicen el discurso de la derecha –centrifugando al PP, descolocando a Cs– y a cambio le sirva a la izquierda como elemento legitimador. Contra Vox se gobierna mejor… o se hace mejor oposición. Y al PSOE, mientras se hacían públicas las primeras fisuras en la poderosa agrupación de Sevilla, le ha venido que ni pintado.
Susana Díaz, claro, ha aprovechado el desconcierto que Vox ha provocado en el PP, con un seguidismo apenas matizado por la palabra legalidad, para sacar la artillería retórica: censura reaccionaria, traición a lo más sagrado de una tierra, persecución de quienes trabajan por la igualdad… Todo suena más altisonante que un drama de Echegaray, pero este es un debate que al PSOE le renta como pocos. Se trata de una guerra cultural a la medida de la extrema derecha sin fundamento; y todo lo que convierta a la extrema derecha en la referencia de la derecha, beneficiará al PSOE. De hecho, mientras el suelo se abría a los pies del socialismo andaluz, este debate ha sido un gran asidero para ellos.
También Ciudadanos puede agradecer a Vox, y mucho, la pamema del pin parental que han impuesto en Murcia. Después de dos años de deriva hacia la derecha, el batacazo de noviembre les ha devuelto a la realidad. Otra cosa es que puedan recuperar su sitio en el centro. De momento el pin parental, sobre todo después de que el PP se sumara a la barricada pinparentalista, les ha permitido marcar distancias con una claridad sin ambages. Ahí, con la extrema derecha, a ellos no les van a encontrar. Será interesante observar la evolución del pulso con Vox.
Ciudadanos cumple un año en el Gobierno de #Andalucía. Un año de reformas y de buena gestión para nuestra tierra.Este domingo estaremos con @InesArrimadas en el centro geográfico andaluz, en #Antequera, para celebrarlo.¡Te esperamos! #CsCumple pic.twitter.com/umLst3NzL2
— Juan Marín (@JuanMarin_Cs) January 22, 2020
Ciudadanos ha experimentado aquello que los estructuralistas denominaban "la perduta del centro". Un año después de convertirse en agentes del cambio, aspiran a reivindicarse con identidad propia, no en ese pack de las tres derechas. Y no parece casualidad que, para celebrar el aniversario, anuncien Antequera como escenario: “el centro” de Andalucía. El centro vuelve a ser su punto de referencia. Marín habla abiertamente de recuperar ese centro, aunque no se trata de un “poquito” sino un “muchito”. Y el debate del veto educativo ha sido providencial. También Imbroda ha estado bien; e incluso Rocío Ruiz. Vox ha logrado marcar la agenda al PP, pero a Cs le ha dado una oportunidad de volver a reivindicarse en el centro derecha por contraste con la extrema derecha.
Vox ha logrado colocar una guerra cultural en principio potente para ellos, pero con efectos contraproducentes. Al final su caricatura de la educación –con pretextos exagerados, vídeos falsos y excesos verbales– ha terminado en sí misma en caricatura. Más que pin parental, es el pin y pon parental. Y también con efectos secundarios: el PP, viéndose arrastrado al charco, ha terminado por denunciar el oportunismo del debate tras los excesos chuscos de Casado; y Ciudadanos se ha encontrado con munición de primera para enfatizar que la distancia entre el centro derecha y la extrema derecha no es pequeña.
La libertad de expresión acaba cuando tus palabras conllevan un ataque hacia la libertad del otro. Denominarnos "extrema derecha" entra en el juego de etiquetas que usan otros partidos para tratar de restar legitimidad democrática a VOX. No debería ser propio de una TV pública. https://t.co/YoLPgIzHez
— Alejandro Hernández (@AlejandroHVOX) January 23, 2020
Y precisamente Vox ha estallado con el asunto de la extrema derecha.Así están las cosas: la extrema derecha está indignada porque se les llama "extrema derecha". Se entiende su enfado: llamarles "extrema derecha" es de una precisión irritante. En lugar de definirlos como conservadores puristas, derechita valiente, guardianes de las esencias patrióticas o algo similar, se les llama lo que son. Como esos comunistas del Partido Comunista que critican que les llamen comunistas. En Vox deberían relajarse: no se les llama ultraderecha, que define una ideología, sino extrema derecha, que define una posición en el arco. Y sí, también hay extrema izquierda. No es más que el far-right y far-left de los anglosajones para definir a los partidos de los extremos o sus mensajes.
A falta de otro recurso, han cargado contra Canal Sur… evidenciando cuál es su idea de la televisión pública. Como si allí, por estar en la mayoría parlamentaria, pudieran imponer la censura al lenguaje político al uso para regular un eufemismo a la medida de Vox. Hay que celebrar la respuesta desde Canal Sur, uno de los escaparates del cambio.
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