Adolfo Suárez

La TVE que se asomó a Europa

  • La etapa de Suárez en la dirección general estuvo marcada por programas renovadores pero sin contenidos que sobresaltaran a la línea dura del régimen

"Muchacho, la Marina te llama", decía un animoso spot al servicio de la Armada para reclutar voluntarios y que recordarán los espectadores en blanco y negro. Indirectamente se estaba construyendo la transición, pero entonces no lo sabía nadie. Tal vez ni siquiera el propio director general de Radiodifusión y Televisión, Adolfo Suárez. El máximo responsable de TVE había brindado una generosa porción de anuncios al Ejército para que aparecieran en los intermedios de la sagrada Primera Cadena. El director general había intimado con algunos militares, inclusive con el entonces general de brigada Manuel Gutiérrez Mellado, admirador de Por tierra, mar y aire. El lápiz de la Historia garabateaba líneas, pero nadie lo sospechaba. Suárez ligaba así lazos fraternales con un grueso de la cúpula de las Fuerzas Armadas.

También en los Telediarios había profusión de imágenes y noticias del Príncipe. De "don Juan Carlos de Borbón y Borbón", así, con los dos apellidos, que calara. En las profundidades del régimen había arenas movedizas que optaban por el nieto político del dictador, Alfonso de Borbón, el duque de Cádiz. Suárez se negó en redondo a retransmitir la boda del siglo franquista. La de la nieta Carmen Martínez-Bordiú (quien con los años acabaría en Mira quién baila) y el pretendiente estirado. El director general de RTVE, en un segundo-primer plano de la película, había firmado el argumento: renovación sucesiva, con calma y sin alborotos. Valerio Lazarov, exótico fichaje desde el otro lado del Telón, podía jalear con las cámaras y las minifaldas, que ya se encargarían los corbatones de los informativos a poner la cara seria y las cosas en su sitio. Bueno, en todos los Telediarios no. En el de la medianoche, escondido, el 24 Horas de Martín Ferrand, con José María García, se permitían excentricidades liberales que terminaron con un precipitado cese. En la Ser levantarían Hora 25.

Suárez quería aire fresco pero nunca una levantera que le llevara por delante. Por eso puso en marcha el Estudio abierto, con José María Íñigo en el UHF, un salto al vacío del directo, pero tutelado de cerca. Permitiendo, pero vigilando. La censura, con Francisco Ansón al frente, seguía firme pero flexible, tal vez por el propio desgaste del régimen. En el extranjero, en 1973, aclamaban a La cabina, único Emmy español, contemplándola como una crítica al franquismo desde dentro. Antonio Mercero y José Luis Garci pretendían más bien un cuento de terror. Por si acaso, los censores optaron por cortar un plano donde aparece la estación de Nuevos Ministerios.

En una España llena de turistas y con unos españoles con el pasaporte menos controlado, TVE era la avanzadilla de España en Europa y viceversa. Había que cuidar Eurovisión, siempre escaparate para los países que tienen poco que decir en todo lo demás, crear el Festival de la OTI con los hermanos hispanoamericanos (un castigo, vamos), y había que ampliar corresponsalías, hacer especiales donde hubieran efluvios renovadores para que la audiencia presintiese que aunque la vida siguiera igual, ya no era la misma.

El vicepresidente Carrero Blanco le pidió a su amigo Suárez que adoctrinase con amenidad sobre el Fuero de los Españoles y desde TVE nació Crónicas de un pueblo. Un verano azul en Puebla Nueva del Rey Sancho en el que Mercero (antes de La cabina, su oxigenante compensación) terminó retratando una España que aspiraba a prosperar. Unos ciudadanos, espectadores, que preferían la gran evasión: los detectives norteamericanos como Ironside, los cuatreros de La ley del revólver, la consulta del Dr. Gannon en Centro Médico, o la justicia a patadas de Kung Fu. Y doblados al castellano, donde la censura podía hacer de las suyas alterando expresiones. Caracoles, repámpanos y cosas así.

La ficción nacional era sobre todo adaptación literaria. Las de la Novela de la sobremesa o el estelar Estudio 1. Hubo entregas como Las brujas de Salem, en la versión de 1973 con Concha Velasco, en la que el realizador Pedro Amalio López jugó al filo de la navaja. Y el director de la casa, también. De esta etapa es la mejor adaptación teatral de toda la historia, el Doce hombres sin piedad dirigido por Pérez Puig.

Antes que recortar mejor era prevenir, omitir: prescindir en la cartelera de títulos incómodos como La tía Tula o de las recreaciones sobre Juana de Arco, ya que el príncipe francés no sale bien favorecido. Al final la santa pasó por la hoguera. Casi lo que le esperaba al futuro duque. Nada de apariciones de Serrat, Raimon o de cualquier músico ajeno a los circuitos convencionales. Mejor paisajes con banda sonora como Música en los jardines de España. Qué bucólico. Nada que sobresaltara a los espectadores más ilustres. Renovación con simpatía y dentro de un orden. "Mantenga limpia España", ya habían dicho en otros spots.

La televisión de Suárez era la TVE del primer Un, dos, tres, con minifaldas por las rodillas y un don Cicuta que parecía habitar por el bosque de El Pardo. Hasta ahí podíamos leer. El resto del relato eran órdenes estrictas. Pero por las pantorrillas de los censores se entremetía un viento pirenaico. Mientras no fuera una fuerte tramontana que despertara al búnker, a Suárez le parecía bien.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios