Suárez y el franquismo

Adolfo Suárez y el franquismo: La cuadratura del círculo

  • Suárez se ganó la confianza del Rey y de los epígonos más aperturistas del franquismo para acometer una voladura controlada del régimen.

Fue el último presidente de la dictadura y el primero del periodo democrático, un "chusquero de la política", como el propio Suárez resumía modestamente su trayectoria. Sin una gran cultura ni carrera profesional de fuste, sin una familia con posibles y sin una buena agenda de relaciones personales con influencia, parecía misión imposible introducirse y más aún subir entre los escalafones del régimen franquista. Hábil en las relaciones sociales, supo ganarse la confianza de padrinos políticos que le abrieran el camino. En un régimen autoritario la única manera de escalar es por servicios a la causa y a los que la sustentan siempre sujeto a los cánones del servilismo y la fidelidad. Pero lo que le llevó a convertirse en icono de la Transición e ilustre miembro del santoral de personajes de la Historia de España fue fijarse a finales de los años sesenta en una figura que entonces no parecía tampoco encaminada a los altares de la política, el príncipe Juan Carlos de Borbón, con el que el dictador pensaba dejar todo atado y bien atado. Así, con astucia, donaire y arribismo, ese niño de la posguerra que iba a ser presidente del Gobierno de la nación había ido subiendo peldaños pasito a pasito, primero como jefe provincial del Movimiento en su Ávila natal, procurador de las Cortes franquistas, gobernador civil (de Segovia), vicesecretario general en abril de 1975 y, a la muerte de Franco, en ministro secretario general del Movimiento del Gabinete que presidía Carlos Arias Navarro.

Su nombramiento como secretario general del Movimiento vino de la mano de la recomendación de Torcuato Fernández-Miranda, otro de los hombres clave de la Transición y que no goza ni de lejos a nivel popular del relumbrón merecido.

El Rey jura ante las Cortes el día 22 de noviembre de 1975 y la primera de las grandes decisiones que deberá tomar será la de si Fernando Arias Navarro continúa como presidente del Gobierno, que había sido designado presidente del Gobierno por Franco tras el asesinato del almirante Francisco Carrero Blanco, en 1973, que voló por los aires tras salir de su misa diaria al estallar una bomba bajo su coche, una explosión que también contribuyó lo suyo a la voladura controlada de ese viejo régimen con el que hizo al país de su capa un sayo durante cuarenta años.

Arias Navarro era el albacea testamentario del dictador y ni se le pasó por la cabeza la posibilidad de ser sustituido como presidente del Gobierno, lo que dijera o hiciera el caudillo también iba a misa y el dictador le había concedido las riendas del destino de España hasta enero de 1979.

El bisoño Monarca debía valorar a su vez los riesgos políticos que conllevaría el cese de Arias Navarro. No en balde, una corriente bastante importante del Régimen apostaba por la continuidad en la formación del Gobierno.

Por cierto: ¿por qué Franco había confiado en Juan Carlos de Borbón? ¿Qué le ha parecido este nombramiento a don Juan, el legítimo sucesor de Alfonso XIII y padre de Juan Carlos? El caso es que el 14 de mayo de 1977 don Juan de Borbón renuncia a sus derechos dinásticos en favor de su hijo, en un acto muy pasado por agua, en el Palacio de la Zarzuela ante la Familia Real, una representación de los medios de comunicación y el notario mayor del Reino, Landelino Lavilla. El acto contribuye a dar legitimidad histórica a una Transición en pañales que iba a dirigir un falangista como Suárez, hito que se puede enmarcar en la genialidad o, mayormente, un cúmulo de circunstancias que dieron pábulo a esa gran paradoja.

Al morir Franco, se agudizaron las desavenencias entre esa especie de búnker de irreductibles dispuesta a soltar no mucho más del lastre imprescindible que comandaba Blas Piñar y los considerados aperturistas, más dispuestos a las concesiones de los nuevos tiempos que se echaban encima. En este segundo grupo brillaban con luz propia Manuel Fraga, José María Areilza o nuestro hombre, ese niño de la posguerra aspirante a señorito. Suárez era hijo político de Herrero Tejedor, un falangista con conexiones con el Opus Dei, que hizo del abulense más universal su secretario personal. Su habilidad innata para agradar y convencer a sus contertulios y adaptarse como un camaleón al paisaje cambiante la combinó con una lealtad sublime a sus superiores y la suerte, siempre tan necesaria en cualquier empresa de esta vida, le cruzó en el camino de don Juan Carlos y con su sonrisa cautivadora, Suárez se ganó su confianza. Y el 3 de julio de 1976 sus habilidades, ambición y determinación fueron premiadas con el encargo de formar Gobierno.

Uno de los grandes retos de Suárez era el de aunar a las tres familias de ese régimen en descomposición que se caía cachito a cachito: los democristianos colaboradores del franquismo, los poliédricos técnicos del Opus Dei y los falangistas teñidos de azul con la chaqueta blanca ya colgada en el armario. La de Suárez y la de don Juan Carlos eran vidas paralelas, el viaje a la democracia estaba en marcha. "La Corona tiene una voluntad expresa de alcanzar una democracia moderna en España", proclamaba encantado y encantador el de Cebreros .

El Rey también empezó su andadura con pies de plomo, sin sacar los pes del tiesto de la legalidad del franquismo, jurando fidelidad a los Principios del Movimiento y respeto a la ley orgánica de 1966 para el nombramiento de su primer jefe de Gobierno, aunque en su primer discurso ante las Cortes, don Juan Carlos ya esbozó su disposición a poner patas arriba el cuadrilátero político, un síntoma de que iba a acabar sacando los colores a esa vasta legión de los que pronosticaban que la Monarquía iba a ser una mera correa de transmisión del franquismo. Es cierto que en un primer momento optó por mantener a Arias Navarro al frente del Gobierno, un Ejecutivo que también contaba entre sus filas a Fraga, ministro del Interior, y gente prometedora como Rodolfo Martín Villa o el propio Suárez. Pero eran tiempos de efervescencia, se percibían vientos si no de cambios en toda regla sí al menos de mudanza. Y la represión, la fórmula favorita de Arias Navarro ara acallar las crecientes protestas sociales que empezaban a apoderarse de las calles, colmaron la paciencia del Rey, que volcó su confianza en Suárez para esa tarea ímproba de convencer a los políticos del franquismo de la necesidad de desmantelarlo sin perder nunca de vista al Ejército, que estaba ojo avizor y con los pelos erizados por los cambios en lontananza. Suárez se hizo rodear de militares de talante liberal, que también había, y se deshizo de su vicepresidente para asuntos de Defensa, el general Fernando de Santiago, al que reemplazó por otra figura que también ha acabado reluciendo en los libros de historia, el general Manuel Gutiérrez Mellado, uno de los tres hombres (con Suárez y Carrillo) que mantuvieron la dignidad del Congreso cuando los disparos de Tejero y sus secuaces al aire el 23-F. De hecho, Gutiérrez Mellado fue incluso zarandeado.

Los once meses que gobernó Suárez -volvemos a 1976- hasta la celebración de las primeras elecciones democráticas estuvieron marcados por el recelo del susodicho búnker franquista, el terrorismo de ETA y los Grapo, y la intimidación diaria de la extrema derecha en las calles.

Suárez, a pesar de sus reiteradas muestras de adhesión y fidelidad a Franco y de su vertiginosa carrera política a la vera del sátrapa, siempre fue visto recelo por Blas Piñar, el gran referente de la derecha ultramontana y guardiana de las esencias del caudillo. Blas Piñar, fallecido el pasado 28 de enero a los 95 años, recordaba un acto de Fuerza Nueva el 18 de julio de 1979 en la plaza de toros de Las Ventas, llena, en el que rugió el coso contra el presidente del Gobierno por "traidor". Ese mismo día se acababa de aprobar el Estatuto de Guernica, "como si alguien nos quisiera restregar el texto a los patriotas", un griterío que respondía, según el líder de Fuerza Nueva, al respaldo a nivel popular contra esa reforma política que conduciría "a la desintegración de España". Decía Blas Piñar que Franco debió preverlo en su último mensaje escrito antes de morir, que rezaba: "No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana está alerta. Velad también vosotros, y para ello deponed, frente a los intereses supremos de la Patria y del pueblo español, toda mira personal".

Cuando Suárez anunció la composición de su primer Gobierno, fue saludada con hostilidad por los sectores reaccionarios, que subrayaban su inexperiencia, su falta de pedigrí, su nula trayectoria, su nulidad política y su poca autoridad profesional. Un Gobierno de "penenes" se le llamaba despectivamente. Pero el Rey le brindaba un respaldo sin fisuras. "Obrad sin miedo", proclamó don Juan Carlos en el primer Consejo de Ministros, que presidió en La Zarzuela. Suárez se marcó el plazo de unas elecciones generales no más tarde del 30 de junio de 1977 y un referéndum para consultar a los españoles la aprobación de la reforma constitucional, obligada para que esos comicios fueran libres y democráticos sin tacha. A los tres días, el Comité Central del PCE se presentaba en público a cara descubierta: Santiago Carrillo, Dolores Ibarruri, La Pasionaria, Marcelino Camacho, Pilar Bravo, Ramón Tamames,.. Carrillo sabía que el PCE no tenía todas consigo para ser legalizado y concurrir en esas elecciones en lontananza. Con esa presentación en sociedad a pecho descubierto estaba trasmitiendo el mensaje de que los comunistas habían abjurado de su antiguo proyecto de dinamitar el sistema y optaban por colaborar con esa entelequia de la Transición.

El 23 de agosto de 1976 se materializaba el proyecto de Reforma Política, alentado en primera fila por el Rey. Suárez recibió de manos de Torcuato Fernández Miranda la traducción jurídica de la estrategia a seguir. Esa reforma política que iba a propiciar el advenimiento e las libertades seguía fielmente el procedimiento legal establecido en las leyes del franquismo. El 8 de septiembre, Suárez se reunió con la cúpula militar para venderle las bondades del proyecto que iba a aprobar el Gobierno para remitirlo a las Cortes, una reunión de la que la cúpula castrense salió convencida que el PCE nunca sería legalizado en España. Pero los militares ultrafranquistas ya se olían que Suárez estaba empezando a traicionar el legado político de Franco. Días después, el 21 de septiembre, el vicepresidente y ministro sin cartera, el teniente general Fernando de Santiago, dimitía en protesta por el propósito de legalizar en el futuro a los sindicatos ilegales, Comisiones Obreras incluido. "Te recuerdo, presidente, que en este país ya ha habido más de un golpe de Estado", le espetó el general dimisonario a Suárez, que no se achicó: "Y yo a ti te recuerdo, general, que en España sigue existiendo la pena de muerte".

El teniente general Gutiérrez Mellado se convirtió en vicepresidente y De Santiago pasó a la reserva. La hostilidad del sector más ultra del Ejército estaba servida.

El 23 de septiembre nace Alianza Popular, encabezada por Fraga, una coalición de pequeños partidos de la derecha capitaneados por ex ministros de Franco a quienes la prensa bautizó como "Los siete magníficos". Era la encarnación política del franquismo, una fuerza de gran peso, 180 procuradores, en las Cortes, que era decisiva para dar luz verde al proyecto de Reforma Política cuando se examinara en la Cámara. Al tiempo, José María de Areilza -al que desbancó Suárez para liderar la UDC- fundaba el Partido Popular, una coalición de derecha liberal.

La Reforma Política se aprobó finalmente el 16 de noviembre de 1976. Fernández Miranda, el verdadero cerebro de ese revolcón que iba a cuadrar el círculo, que los procuradores franquistas propiciaran el desmantelamiento del franquismo según sus propias leyes. Se había aprobado la constitución de grupos parlamentarios por corrientes o tendencias de opinión, que es todo lo que permitía el antiguo régimen. También salió adelante un "procedimiento de urgencia" para la tramitación de cualquier proyecto que implicara la reforma de alguna de las Leyes Fundamentales del régimen.

"Esta reforma, tal y como la quiere el Gobierno y tal y como defiende la ponencia, es una ruptura sin violencia y desde la legalidad y pretende la sustitución del Estado nacional por el Estado liberal, la liquidación de la obra de Franco", rezongaba Blas Piñar. Pero a Suárez lo que le importaba era la connivencia de AP, que exigía que se modificara el sistema electoral previsto en el proyecto, que era el proporcional, por uno mayoritario, pues pensaban que eso favorecería a los grandes partidos de derechas, como el suyo. La oposición aceptó y la Reforma Política salió adelante.

El país entró en una espiral de tensiones y violencia. Con motivo del primer aniversario de la muerte de Franco, la ultraderecha tomó la Plaza de Oriente entre gritos de perjuros y traidores al Rey y a Suárez, reclamando la intervención del Ejército. Para colmo, los Grapo secuestraban a Antonio María de Oriol, representante del franquismo ultraconservador y de familia con conexiones con la banca y las eléctricas. Pero el referéndum de Reforma Política fue un éxito, con una participación del 77,4% y un respaldo del 94%. El no, la opción de la ultraderecha, cosechó un magro 2,6%.

El secuestro (otra vez los Grapo) del general Emilio Villaescusa, presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, puso a prueba la serenidad del Ejército, y la matanza de nueve personas en un despacho de abogados laboralistas en Atocha, la del pueblo español. La contención de los comunistas en el duelo les hizo ganarse la respetabilidad y la legalización cayó como fruta madura.

Chulesco, decidido, osado, aventurero... básicamente era un hombre tocado por la suerte. Todo le salía bien a Suárez. El 15 de junio de 1977 gana las primeras elecciones democráticas con UCD. Ganó de nuevo en marzo de 1979. Pero la crisis y ETA iban mermando poco a poco su prestigio, la primera, y la paciencia del Ejército, la segunda. Hostigado, dimite el 29 de enero de 1981. Pensaba que así daría carpetazo a las conspiraciones en los cuarteles, pero en un mes constató que se equivocaba de plano.

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