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Germán Bernácer Tormo fue un economista alicantino que, desde principios del siglo XX, anticipó dos ideas fundamentales; una, que la falta de demanda lleva a una economía a la ruina, cuando el exceso de ahorro no encuentra su camino hacia el consumo y la inversión productiva. Y la segunda, que el origen del desequilibrio económico está en mantener activos financieros frente a inversión productiva. La coincidencia de estas ideas con las publicadas algo después por John Maynard Keynes dio prestigio a Bernácer, junto a haber sido el primer director del Servicio de Estudios del Banco de España. Hace unos días intervine en el Foro y Cátedra Germán Bernácer, que presiden y dirige José Martín de la Leona y Rosario Andreu, donde su hija Ana María Bernácer y su biógrafo, Manuel Sánchez Monllor, que mantienen vivo el interés por sus ideas, me preguntaron si percibía actualmente desequilibrios especialmente graves, en el sentido en que los veía Bernácer, para quien la tendencia secular de la economía era hacia el desequilibrio.

Hay sin duda ahora un problema fundamental en el inmenso ahorro de las grandes compañías. En un trabajo reciente de Darmaouni y Mota para el NBER, sobre 200 compañías, veo que atesoran 1,53 millones de millones de dólares, que supone hasta el 25% del balance en algunas empresas. Esta liquidez no se emplea en inversión productiva y la mejora de la productividad, sino en comprar acciones propias lo que aumenta su valor de mercado; comprar compañías sin importar el precio, y mantener bajos los tipos, encareciendo también artificialmente el mercado de deuda pública y alentando el déficit. Este tipo de ahorro se solapa con endeudamiento para la misma finalidad especulativa. Los autores analizan el riesgo financiero y la formación de burbujas, pero estos datos y hechos son interpretables dentro de la preocupación de Bernácer-Keynes por una forma de inversión financiera que no lleva ni a la inversión productiva ni al consumo.

En el comercio mundial este desequilibrio lo introduce China, que produce mucho y consume poco, y tiene el 28% del ahorro mundial –casi igual que Estados Unidos y la UE juntos–; lo dedica a inversión, pero con una demanda interna baja sólo tiene salida en la exportación, cada vez más limitada por el inmenso tamaño de esa economía. La sobreproducción de coches eléctricos o paneles solares puede verse como algo positivo porque caen los precios, pero una economía deflacionista con exceso de oferta es la vía hacia una crisis de productividad, crecimiento y empleo. Entre empresas que no saben qué hacer con lo que ganan, y grandes países orientados a la producción y exportación y no al consumo interno, Bernácer y Keynes coincidirían que los desequilibrios difícilmente pueden compensarse por los estados. Ambos economistas tenían un percepción clara del funcionamiento de la economía real y financiera, y también, como a todos los grandes, les animaba un espíritu profundamente humanista. “El fin principal de la Economía –decía Bernácer– no es la riqueza de las naciones, que es un bien material y colectivo, sino la dicha, que es un bien moral e individual...pues ni aun en aquello que afecta a sus fines inmediatos, puede ser (la Economía) ajena a los principios éticos”.

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