Punto crítico

Setefilla Madrigal

Educados y andaluces

Somos el pueblo sibilante, que relaja o fuerza sus fonemas dependiendo de la tierra que lo acunó. Somos el caballero altivo que monta a caballo y lleva gorra inglesa, que pasea por sus tierras y se llama a sí mismo empresario, sin saber bien qué significa eso. La cantante de copla que exagera su belleza y sus gestos, con las mismas dosis de congoja y sensualidad. El desdentado paleto que causa pena y guasa a la vez, sucumbiendo al cliché denigrante que se le impone. Somos el flamenco de camisa de lunares, abierta hasta la cintura, que es el centro de atención de todos los saraos. El ritmo, la risa y las palmas, que suenan a todas horas, da igual el por qué. Somos la criada de una enorme casa de señores, ataviada con uniforme impoluto y cofia blanca a la cabeza. El monologuista charlatán que exagera sus anécdotas y nos las vende como auténticas verdades. Las mujeres que no quieren ser mujeres y los hombres que no quieren que lo sean. Somos las Carmen de todas las independencias: el rato de desasosiego de los militares franceses, el humor exagerado de la corte que disfruta con nuestras payasadas. El palio, la cruz y la fe, eso también somos, cuando llueve y cuando no, aunque no les interese contarlo. La diferencia, la mezcla, la raza, la naturalidad. Somos todo lo que han querido vender de esta tierra maravillosa que se ha convertido, presa de la imposición creída sin crítica, en esa imagen de sorna y debilidad. La herencia cultural centralista que ha hecho que el sur se vaya borrando lentamente, dando de lado a lo que le define de verdad. La idea calada que nos ha cargado de estigmas y mentiras que a fuerza de repetir muchas veces se ha convertido en certeza. La hoja de ruta que nos achica y nos vende como maleducados, malabaristas, titiriteros, bufones... A pesar de que se ha demostrado que esta tierra es rica, extensa, sensata, inteligente. Por eso es indignante ver que desde un medio de comunicación se siga perpetuando esta imagen. Que desde el discurso público se tumbe el argumento político con esa idea ridícula que todo el mundo debería de haber extirpado de su pensamiento. Los andaluces no somos maleducados. Si así fuera nunca habríamos permitido esta falta de respeto constante. No nos habríamos doblegados ante los tópicos injustos de los que, haciendo uso de nuestra gran clase, nos hemos reído de nosotros mismos sin sentirnos inferiores. Algo que seguimos haciendo sin entrar en el juego del enfrentamiento personal que tumba ideología con reproches, premisas fundamentadas, con faltas de respeto. No somos maleducados, señor Elorza, y no todo el mundo puede decir lo mismo.

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