Verano

Luis Maeso: "Nunca me ha dado por recrear los viajes de mis personajes"

  • El novelista prepara sus próximos títulos sobre Alfonso X y el Cádiz de las Cortes.

Ha ilustrado mejor que muchos las andanzas y costumbres del tiempo antiguo. Nombre de peso en la literatura histórica, Jesús Maeso es uno de los más excelentes ejemplo de que leer (y escribir) constituyen una muy buena forma de viajar. 

—Si Sinuhé el Egipcio hubiera existido, más de uno lo hubiera acusado de inocular el virus del turismo...

—La verdad es que la mala estrella del pobre lo estuvo llevando de la ceca a la Meca todo el tiempo... A mí, fue Sinuhé quien me inoculó el veneno, siendo yo un pibito, de escribir obras de viajes. Conoces mundo, ¿sabes?

—¿No le ha dado nunca por imitar el periplo de alguno de sus personajes?

—Pues lo cierto es que no. Mira que lo tengo todo a mi favor. Viajes baratos, vuelos basura, pagos a plazos, y además soy Sagitario, viajeros impenitentes, según dicen los horóscopos. Pero he salido miedoso y sedentario.

—¿Y no le ha tentado participar en algún rifirrafe de Moros y Cristianos?

—Hombre, no me llama especialmente la atención... lo veo una mascarada más que otra cosa, que no define en modo alguno a nuestro rico Islam medieval... sí que iría, por supuesto, para presenciarlo... sin disfraz, que ya tenemos bastante con lo que tenemos. —¿Cuál de sus jornadas  playeras merece clasificarse de gesta histórica?

—Pues si sobrevivo a un domingo de agosto en la Victoria después de tener de vecinos a una familia entera de playeros –suegra lotera y niños chillones incluidos– con su olla de menudo, tortilla con arena, sangría, sandía y Los Chichos a todo trapo... Sobrevivir y no visitar luego la consulta  del Campo del Sur, sería toda una heroicidad.

—¿Viajar en paquete no es viajar?

—Es viajar menos. Cuando lo hago, voy por libre o con unos amigos. No me gusta ir de borrego. Además se come fatal y te puede tocar al lado “el violador del Ensanche”. No, por favor.

—Usted es de Úbeda, ¿cómo llevan los jeques del olivo las incursiones en el litoral  gaditano?

—De miedo. Yo vine en el 69, vi el mar y me quedé. Es como llegar al finis terrae de la Andalucía, la que nace en el Santo Reino. Y como somos un poco pueblerinos, nos magnetiza la Cádiz cosmopolita... que fue, y que se adivina a cada paso. Y, hasta el momento, mis familiares no han hecho mucho uso del Hotel Maeso. Me doy mucho arte para dar largas toreras. Ya se sabe. “No tengo camas suficientes”, “Hoy precisamente me pillas saliendo para Pernambuco”, “Mi piso da a la vía”, y excusas similares. El arte de Cádiz se pega.

—Confiese, ¿cuántas novelas guarda aún en el cajón?

—Un par de ellas. Una sobre las Cortes de Cádiz, que verá la luz , digo, la salada claridad, en breve.

—¿Ytiene alguna idea congelada?—Sí, pero es de ciencia ficción. Aunque a veces pienso que la realidad que vivimos es más futurista que la imaginada para tiempos venideros. ¡Y es que tenemos una clase política que a veces pienso que son ‘replicantes’!

—¿El plan ideal, en una crítica noche de verano?¿Y el plan ideal, sin crisis?

—Con o sin crisis, no tengo duda alguna. Cenar en un buen restaurante del centro de Cádiz, El Faro por ejemplo, los hay más asequibles y buenos, paseo por la Caleta, y actuación cualesquiera en el castillo de Santa Catalina, o en San Sebastián. Luego copita en una terraza o pub, y vuelta a casa paseando a altas horas y saber que no vas a escuchar el despertador.

—El mejor salmorejo, ¿el de su madre?

—El mejor, el de mi mujer, Pepa, gaditana. Ya quisieran el Gallo Rojo o El Churrasco de Córdoba. Suelo repetir, aunque luego se me repita él solo. Creo que su truco es saber que te esperan cuatro o cinco bocas exigentes. Y si viene el novio de la niña, se esmera aún más.

—¿Semana Negra de Gijón, ruta cátara a lo Peter Berling por el Pirineo o días de recogimiento en el pueblo-libro de Urueña?

—He estado invitado dos veces en Gijón y no creo que vuelva: es el caos en estado puro. La ruta cátara me seduce, pero sin buscar el Santo Grial: es un cuento chino con el que algunos se están forrando. Me quedo con el pueblo-libro, y lleno de libros: son los objetos de mis sueños. Soy feliz tocándolos, contemplándolos y leyéndolos.

—Con El lazo púrpura de Jerusalén ya van ocho títulos de generosa extensión. Entre todos, podrían llegar a las cuatro mil páginas. ¿Teme verlos un día probando la resistencia de una estantería de Ikea?

—Desde luego, si soy yo el que monta la estantería, ésta se va abajo, seguro. Me da repelús ese nombre comercial y soy incapaz de montar una cuchara. Me sobrarían tornillos. Sí, son extensas mis fábulas históricas, pero se leen de un tirón y te evades de este mundo cruel. Y, por supuesto, quedan muy  decorativas en una estantería... de Ikea.

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