Verano

Candela, Buika, candela

  • La artista mallorquina de origen guineano emociona al público de La Candelaria con su encantador enredo de ritmos

Arde el Baluarte. La niña de fuego entra para meter candela a las entrañas, al nervio, al corazón. Quema, Buika, quema. Achicharra tu voz tan oscura, tan desnuda, tan sola… Como el mar. Buika eres océano. Concha, profunda, se movía entre el son, el quejío, el flow… Enredada en los ritmos. Arte. Era sábado noche, en la Candelaria. Ella, toda, era llama. Negra vestida de naranja. Su pelo, ¡qué pelo!, meciéndose de un lado a otro. Largo y negro, como su voz. Candela, Buika, candela. Una noche mágica, un concierto lindo. Había sillas y mucha gente. Todo estaba oscuro. Como tu voz.

¿Te acuerdas Concha? Saliste al escenario, sin mediar palabra, y abriste la boca para cantar Tú volverás. ¿Te acuerdas? Después, decías que estabas muy nerviosa por cantar en esta tierra. "Aquí hasta el aire cuenta historias", susurrabas, bajito, como para ti. Para ti y para esos dos magos que te acompañaban. El maestro Ivan Melón Lewis, al piano, y Ramón Porrina, a la percusión. ¿Sólo erais tres, de verdad? La formasteis Concha. Qué compás, qué son, qué gusto…

Melón deslizaba sus dedos, ligeros y sabios, por el imponente instrumento. El público aplaudió en cuanto reconoció la melodía. "Crucé los brazos pa no matarla…" Ahí estabas tú, Buika, reinventando La Falsa moneda. Sacaste la paleta de colores. Difuminaste. Definiste. Del rojo al negro. Del aullido al susurro. Del desgarro a la dulzura. Y es que, Concha, tú bien lo sabes, para ti no hay dos conciertos iguales, no hay guiones, ni escenarios cartón piedra. Para ti solo existe un telón negro, al fondo, la música, tu voz y tu alma. Y así, una tras otra, inventabas para nosotros tus canciones: Ay de mi primavera, Árboles de agua, Bulería alegre, La Niña de fuego (cómo no), Mentirosa, con la que cerraste el concierto. Ir a verte, Concha, fue una experiencia distinta. Diferente a tus discos y grabaciones. Buika eres imprevisible, candela. Balbuceas, ayeas. Rajo y metal. Cantas eterno, antiguo, con el fervor de una religiosa.

Nos hiciste llorar, ¿sabes? Mi niña Lola. "Se la dedico a todos los padres, incluso a los que no saben que lo son". Tuviste ángel, la verdad. Conectaste con el respetable. Desde el principio Nos emocionaste. Nostalgias. Aceleraste el tango, pero fue igual de bello. Nos heriste con saetas de dolor. Gritaste Volver, volver la desgarrada ranchera. Y nos explicaste que no cantas flamenco, que no sabes, que lo haces a tu forma pero que lo conoces, que en África "no conocen a Michael Jackson pero sí a Paco de Lucía".

La noche se escapaba detrás de tu cuerpo de junco, la luna se escondía tras tus maneras de leona, las horas se prendían de tu pelo negro. Pero nos brindaste dos regalos. Ya sin Melón y Porrina (¡qué monstruos!). Allí, tan solita como el mar, como el fuego, bajaste a las profundidades del dolor, de lo oscuro, para lamentarte con Miénteme bien. Y al final, Concha, te acordaste de otra Concha, de la señora, de doña Concha Píquer. Sólo te acordaste. Tus Ojos verdes son otros. Más raros. Diferentes. Pero igual de sentíos.

Y terminaste así. Concha, Buika, Candela. Los demás tragamos saliva. Lo único que podíamos hacer para volver a bajar el corazón.

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