Toros

Ventura, espectacular, tercera Puerta del Príncipe

  • El rejoneador sevillano conquista a una Maestranza abarrotada · Bohórquez, con su habitual toreo campero, corta una oreja · Hermoso, desdibujado, de vacío

El rejoneador Diego Ventura, que desde niño ha crecido entre caballos en la marisma sevillana, alcanzó un altísimo nivel la pasada temporada y ha comenzado la presente con triunfos en cada plaza en la que ha toreado. Ayer, en la mismísima Maestranza, consiguió su tercera Puerta del Príncipe. Ventura, con tan sólo 25 años, arrasó y con la energía y ambición propia de su juventud conmocionó en varios momentos a los tendidos de una plaza abarrotada con un público enloquecido por momentos, fundamentalmente ante alardes espectaculares, como cuando su caballo Morante mordió un pitón al toro. Sin duda, por el balance que obtuvo y la solvencia para conseguirlo, Diego Ventura subió ayer otro peldaño y se afianza en la cumbre, dando guerra al veterano Hermoso, que durante más de una década ha dominado el escalafón de manera hegemónica. La corrida de Fermín Bohórquez adoleció de falta de casta. Todos los astados fueron a menos.

Diego Ventura recibió a su primer toro, tercero de la tarde, sabiendo que sus compañeros de cartel, Fermín Bohórquez y Hermoso se habían quedado en blanco. Paró muy bien de salida a un toro flojo al que cuidó y únicamente clavó un rejón de castigo. En banderillas, sobre Manzanares, se marcó hasta tres giros seguidos en la misma cara del toro según era perseguido. La plaza crujió. Apostó tan fuerte que la cabalgadura fue herida en la nalga derecha y el público gritó al torero, que no se había percatado, que cambiara de caballo. Lo hizo. Estuvo bien en cortas sobre Morante, que como hemos escrito llegó incluso a morder un pitón al toro. Parte del público, ante pasaje tan heterodoxo, llegó a entrar en trance y a aplaudir de pie. Tras un pinchazo y un rejón defectuoso, la presidencia le concedió una oreja, aunque el personal protestó solicitando doble trofeo.

En el que cerró plaza, Ventura apostó muy fuerte. No quería dejarse escapar un triunfo de órdago. Tuvo en suerte un animal manejable, al que supo dosificar. Lo recibió en el mismo túnel de toriles, con el marsellés en la mano, si bien no pudo torearlo de tal guisa, pues le faltó celo al toro. En banderillas brilló con Distinto y Morante. Consiguió calentar al público con suertes meritorias, como un par de quiebros, uno de ellos en la misma cara, que enloqueció al tendido. Una entrada por los adentros, entre las tablas y el toro, en la que apenas podía pasar el caballo, fue inverosímil. Luego, un par a dos manos fue un buen epílogo tras un rejón de muerte y el premio de las dos orejas.

Fermín Bohórquez tuvo una actuación más que entonada, dentro de los cánones de su toreo campero, buscando siempre la pureza. Consiguió el otro trofeo del festejo en su segundo toro, un animal que llegó paradote a banderillas, en una faena en la que, gracias a su técnica y sin ningún tipo de efectismo, llegó a realizar las suertes con clarividencia. Mató de un rejonazo de muerte sin quebrar. Con el manso que abrió plaza, que buscó siempre el abrigo de tablas, Bohórquez se mostró voluntarioso. Insistió una barbaridad, sacando al toro de querencias para clavar con desigual fortuna. Mató de acertado rejonazo y fue ovacionado.

Pablo Hermoso de Mendoza dejó poca huella. El mayor lucimiento lo consiguió a lomos de Chenel en su primer toro, que se rajó y paró pronto. Ahí toreó bien y cosechó muchas palmas. Pero el torero navarro mató mal. Con el deslucido quinto, Hermoso de Mendoza realizó una labor fría que no caló en el público. Al final, con la tarde vencida para él, llegó a arrebatarse y echó a una de sus cabalgaduras a escasos centímetros del toro para conseguir impactar en el público. Echó también mano de la suerte del teléfono.

Cuando la tarde estaba a punto de caer, con los vencejos adueñándose del cielo sevillano, era izado a hombros Diego Ventura. Por tercera vez en su corta y fructífera carrera atravesaba la Puerta del Príncipe. Hacia arriba, a ese cielo purísima, miró un jovencísimo rejoneador que cabalga a galope para asentarse en la cima del rejoneo.

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