feria de bilbao | octavo festejo de la feria de bilbao

Urdiales y Roca salvan una tarde lejos de las expectativas creadas

  • El riojano y el limeño cortan una oreja cada uno

  • Enrique Ponce se marcha de vacío

  • Corrida de Puerto de San Lorenzo, de desiguales hechuras y juego, y de escaso poder

El octavo festejo de las Corridas Generales comenzó, tras el desfile de la coletería, con un minuto de silencio por uno de los toreros más grandes del siglo pasado por su raza, valor y temple y una persona sencilla, llana y auténtica: Dámaso González.

El festejo de ayer, con uno de los dos carteles estrella del ciclo, con dos toreros predilectos de la afición bilbaína, Enrique Ponce y Diego Urdiales, y con Andrés Roca Rey, que había cortado dos orejas en su debut de luces en esta plaza, resultó un fiasco tanto en la taquilla -no hubo lleno; tres cuartos de entrada- como en lo sucedido en el ruedo, con una corrida de desiguales hechuras y juego y de escaso poder de Puerto de San Lorenzo, en la que Urdiales y Roca Rey consiguieron un trofeo cada uno en una tarde que quedó muy lejos de las expectativas creadas.

Urdiales, que lanceó con buen aire al reservón segundo, brindó su faena al cielo, a Dámaso González. Una obra con entrega, con muletazos suaves con la diestra en series cortas y tragando varios tornillazos por el pitón izquierdo. Una obra siempre en busca de la pureza en cada cite y en cada pase, aderezada con torería y clasicismo que fue premiada con una oreja tras una estocada entera.

Con el manso quinto, que además se lesionó una mano, Urdiales se justificó en un trasteo sin relieve artístico y falló con los aceros.

Enrique Ponce, que había sido recibido con una gran ovación -compartida con sus compañeros- por el triunfo del día anterior, no tuvo oponentes. Mantuvo al flojísimo primero gracias a su gran temple en una faena aseada en la que se encaró con un espectador que le recriminó la colocación. Mató de pinchazo y estocada para ser ovacionado.

Ponce brindó al cielo, a Dámaso González, su faena al cuarto, un toro descastado y flojísimo. Labor de enfermero, con muletazos suaves y el péndulo como cierre en homenaje al maestro albacetense con un animal que literamente se derrumbó. Tras una estocada, fue ovacionado.

Andrés Roca Rey se las vio en primer lugar con un ejemplar que blandeó de salida y caminaba medio derrengado. El limeño, sin opciones al lucimiento, recibió además un pisotón en un tobillo y tuvo que pasar a la enfermería. Mató de estocada y fue silenciado.

Ante el sexto, el mejor del encierro, un toro noble, que humillaba, Roca lanceó ganando terreno hasta los medios. La faena, cuando se llevó el toro a los medios, creció con tres buenas tandas con la diestra, con temple en los muletazos. El cierre estuvo destinado a la galería, con circulares, un fallero y más circulares. Mató de estocada y cobró una oreja.

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