hitos para la historia (IV)

Antonio Ordóñez recuperó Sevilla

  • Un retorno triunfal. En la Feria de 1967 volvió a Sevilla el gran torero rondeño y las dos tardes salió en hombros

  • El jueves, con Litri y Romero por la puerta de cuadrillas y el sábado por la del Príncipe en loor de multitud

Antonio Ordóñez muestra en sus manos las orejas de 'Zapatillero', su primer toro de una tarde memorable.

Antonio Ordóñez muestra en sus manos las orejas de 'Zapatillero', su primer toro de una tarde memorable.

Corría el sábado luminoso de Feria de 1967 y esa tarde llegaba Franco con todo su séquito a Sevilla, pero ir a la Maestranza iba a dejarlo para el lunes, en que se anunciaba una corrida extraordinaria a beneficio de la Cruz Roja. Era un sábado luminoso que se convertiría en cegador gracias a la majeza, el arte, el temple y la majestad de Antonio Ordóñez Araújo.

Se anunciaban seis toros de Carlos Urquijo de Federico, la reventa había hecho su agosto, en la plaza no cabía un alfiler y Antonio tenía que corresponder a la calurosa ovación de bienvenida que Sevilla le dedicó en memoria de su memorable actuación del jueves. Y esa ovación sólo sería el aperitivo de las muchas que cosecharía el colosal rondeño en esa penúltima tarde de Feria. Vestía Antonio de heliotropo y oro, y ese vestido se lo regalaría días después a la hermandad de la Soledad de San Lorenzo para que le hiciesen una saya. No olvidemos que Ordóñez, gracias a los buenos oficios de Antonio Petit y de Joaquín Romero Murube, fue soleano mucho antes que hermano de la Esperanza de Triana.

Era tremendo el tirón de Antonio en aquella Feria, que fue la de su reaparición sevillana tras seis años sin venir. No se había anunciado en el 62, se retiró a final de ese año en Lima y volvió en el 65 en La Malagueta. Sin embargo, no se puso de acuerdo con Diodoro Canorea hasta este año de 1967. Reapareció en la renombrada tarde del jueves y en la que salió a hombros por la puerta de cuadrillas con Litri y Romero a causa del mal funcionamiento de las espadas. Y llegamos a este sábado que va a convertirse en sabatina de gloria al conjuro de un torero irrepetible.

Cuarenta y ocho horas después de su vuelta triunfal a Sevilla abrió la Puerta del Príncipe

El primer toro fue un gran toro para un grandioso torero. Atendía por Zapatillero, era negro como la noche y dio en la báscula 535 kilos. Fueron buenas las verónicas de recibo y excelsas las del quite. A ese toro lo banderillearon, trasero y con brevedad, Antonio Galisteo y Curro Puya. Era lo de banderillear trasero y ser breves condiciones indispensables para figurar en la cuadrilla de Antonio. No era muy partidario el de Ronda del lucimiento y sí de la efectividad bajo la premisa de que el mejor capotazo es el que no se da. Tras pedirle permiso al presidente, que esa tarde era el policía Manuel Zambrano, Antonio se dobló por bajo, lo sacó al tercio y ahí formó el alboroto. Los redondos majestuosos, los naturales de ensueño, los pases de pecho de pitón a rabo sacándolo por la hombrera contraria, un trincherazo para la historia y ese peculiar desplante con abaniqueo y marchosería de muleta plegada. Una estocada arriba, las dos orejas y la vuelta al ruedo de Zapatillero, colaborador providencial para un lío inenarrable.

Pero no quedaba ahí la cosa, pues quedaba el cuarto en los chiqueros y todo era cuestión de esperar a que Diego Puerta y José Fuentes pasaportasen a los primeros de sus lotes. No pasó nada en estos dos toros. Por cierto que el tercero fue devuelto por cojo y sustituido por un toro de Carlos Núñez que se acabó en el caballo. Tampoco pasó nada de mención en quinto y sexto si no fuese porque Fuentes, sin duda atolondrado por la que había formado Ordóñez, le entró a matar con el estoque simulado con nula eficiencia, claro.

Y sonaron los clarines para que soltasen al cuarto toro, negro como todos sus hermanos murubeños, con 555 kilos de peso y de nombre Baboso. En el toreo hay veces que no se sabe si el toro es bueno por la predisposición del torero o si llega esa predisposición por la bondad del animal. Lo cierto es que fue muy bueno el segundo del lote de Antonio Ordóñez, aunque bien pudo ser que lo único que hizo fue estar acorde con la torería y el temple de su matador.

La faena a 'Baboso', de Carlos Urquijo, está en los anales de la plaza de toros de Sevilla

Se caía la Maestranza con las verónicas de Antonio, lances con el capote grande y las palmas de las manos mostrándole al toro el camino a seguir. Banderillearon Alfonso Ordóñez y Curro Puya también traseritos y breves para que de inmediato apareciera Antonio imperial en un inicio por alto mayestático. Luego, la disertación más brillante, la explicación de una tauromaquia eterna. Otra vez esos redondos made in Antonio Ordóñez, el pase de pecho o la trinchera para el remate, los abaniqueos que hacían enloquecer a esa legión de partidarios que no se sabía qué admiraban más, si al torero o al hombre. Tenía el rabo en el esportón, pero quiso matar en la suerte de recibir y se eternizó antes de la estocada definitiva. Aun así hubo muchos pañuelos en petición de la oreja y se vio obligado a dar dos apoteósicas, lentas, majestuosas vueltas al ruedo en las que se reflejaba en el rostro de Antonio la alegría por esa forma de triunfar en su Sevilla del alma.

En aquel tiempo era muy subjetiva la salida por la Puerta del Príncipe. No se había institucionalizado aún la obligatoriedad de cortar tres orejas para lograrlo, sino que se abría la puerta por aclamación y con el consiguiente permiso del usía. Y hubo aclamación, cómo no iba a haberla. Y Antonio Ordóñez salió por la puerta mayor del toreo a hombros de Sevilla sin que Sevilla supiese entonces que jamás iba volver a ver a Antonio en ese nivel.

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