sepelio

Adiós al torero valiente y hombre sencillo

  • Miles de ciudadanos y numerosos toreros de varias épocas rindieron el último homenaje al maestro Dámaso González en Albacete

En la jornada de ayer, con asistencia de miles de ciudadanos y compañeros, tras una vuelta al ruedo póstuma en su querida plaza de Albacete y una misa funeral en la catedral, se le dio posteriormente cristiana sepultura a Dámaso González.

Según pasan las horas, el dolor por la pérdida de Dámaso se acrecienta. Torero de raza, valor y temple, como ya conté en su obituario, fue el eslabón en acortar distancias y ligar en la misma cara del toro, que engarzará y agrandará posteriormente Paco Ojeda.

Llevó a las plazas grandes ese aire de chaval enjuto y aguerrido de las capeas

Decía Belmonte que se torea como se es ¿Cómo era Dámaso? Era un ser excepcional. Hombre sencillo y humilde, que se sentía orgulloso de su procedencia. Dámaso me contó y quedó reflejado en Anecdotario Taurino que después de sufrir por las capeas, cuando llegó a novillero y fue fichado por la casa Camará vivió una escena que le dejó una profunda huella. Decía el maestro: "Estuve bien en unos tentaderos en Sevilla donde me vio Pepe Camará padre, quien le dijo a su hijo:

-Pepito, llama a Balañá para que pongan el próximo domingo en Barcelona a este chaval.

Así fue. Yo había andado mucho por capeas, algunas veces con los pies reventados de andar, buscando sitios donde se lidiasen vacas o hubiera tentaderos y desconocía lo que era el lujo. De hecho, lo mismo dormía en una pensión que con el cielo como techo. Cuando entré en el hotel Ritz de Barcelona y mis pies se hundieron en una de sus magníficas alfombras, dije:

-Don José, qué blanda es esta alfombra.

Y Camará me dio el primer consejo que jamás olvidé:

-Pues a ver si te arrimas esta tarde para que no sea la última vez que la pises".

Dámaso hablaba de manera sencilla, pero entrañable. Era un hombre llano. No le importaba contarte con toda naturalidad que a mediados de los sesenta, actuando en la parte seria del espectáculo cómico Galas de arte, únicamente contaba con un capote y una muleta, y un traje que alquiló al sastre Fermín. Como le cogían mucho los novillos y no tenía dinero para pagar los desperfectos, se dedicó en los viajes a coser y remendar ese único y maltrecho vestido de torear una y mil vece, s con el que consiguió salir adelante.

De historias de los durísimos comienzos de Dámaso en las capeas hay una que el propio torero me contó literalmente así: "En el pueblo de Férez (Albacete) recibí la cornada más grave de mi vida, cuando tenía trece años. Allí sueltan por la calle, de noche, un par de vacas. En la puerta de la posada me encontré con una de ellas, monté la muleta y le di diez o doce pases. La vaca me dio una cornada tremenda en la ingle derecha. Entre cuatro amigos me hicieron un torniquete. Pero aquello fue un calvario, con un traslado interminable. Según me llevaban aparecía una de las vacas y me tiraban al suelo para ponerse a salvo. La vaca pasaba por encima de mí o me pisaba. Nuevamente me cogían. Cuando llevaban un tramo, aparecía de nuevo y otra vez me arrojaban al suelo. Aquello jamás terminaba. Después de tirarme en innumerables ocasiones, por fin consiguieron sacarme de allí. Me llevaron fuera del pueblo, donde vivía el médico. Me puso seis y ocho lañas, sin anestesia, y me indicó que me alojara en la posada. La dueña se negó porque decía que le podía manchar de sangre las sábanas. Uno de mis amigos, Manolo Alberola, le dijo a la mujer que me dejase o de lo contrario le prendería fuego a la posada. Allí pasé la noche hasta el día siguiente en el que tenía la pierna, de la hinchazón, más gruesa que el propio cuerpo. Tuvieron el acierto de llevarme al Sanatorio Santa Cristina de Albacete".

Dámaso, fiel a sí mismo como torero, llevó a las plazas grandes ese aire de chaval enjuto y aguerrido, con el corbatín y la camisa desajustados y la viveza en su mirada ante toros imponentes para pisar terrenos inverosímiles y rematar con el péndulo. Y en lo personal, de Dámaso, en las grabaciones, todavía puedo escuchar esa voz tranquila y afable con la que relataba sus vivencias casi en un susurro, como si no quisiera molestar. Una voz que hablaba de sangre, sudor y lágrimas, pero también de superación, éxitos y alegrías. La voz de un gigante como torero y como hombre.

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