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Acatamiento sin rechistar de la ley espanyolista

  • El Betis de Quique Setién fue derrotado en la norma y en la práctica, en la pizarra y en el terreno de juego

  • Carente de maldad, el equipo bético se dejó hacer en Cornellà-El Prat

El medio centro del Betis Javi García es presionado por Leo Baptistao.

El medio centro del Betis Javi García es presionado por Leo Baptistao. / fotos: alejandro garcía / efe

Barcelona ha sido el centro de las miradas en las últimas semanas. Anoche también lo fue, pero con algo realmente en juego. Tres puntos, que no son pocos. En tanto que la cosa en la Ciudad Condal ha sido los últimos días "grave pero poco seria", el fútbol volvió a revelarse en Cornellà-El Prat que es lo más serio de las cosas poco serias. Y el mejor intérprete de esta verdad antropológica fue el Betis de Quique Setién, muy desgraciado en la materialización de la teórica pizarra. El equipo verdiblanco no pudo sino acatar la ley periquita, la norma consuetudinaria de un Espanyol superior al Betis en las estadísticas históricas.

Lo recitaba antes del encuentro el entrenador cántabro en el vestuario. No rifen la pelota, jueguen con carácter, lo de siempre, señores. Lo repitió luego Joaquín en la arenga con el grupo. "¡Personalidad!", gritó a sus compañeros el de El Puerto de Santa María. Pero la personalidad del Betis se asemejó más a la de un chupete, una piruleta baja en azúcar y en alquitrán. Los futbolistas se dejaron la maldad en los villanos de los videojuegos con los que suplen el sopor de las concentraciones.

Para sopor el que se empeñó en brindar el Betis a sus esforzados seguidores de la Andalucía más septentrional. Planicie, aburrimiento, nada de nada. Hasta cinco veces había tocado la pelota Adán en el primer minuto de juego. Y, sí, se comprende que el plan consiste en la apertura de los espacios, en la atracción del rival al terreno propio de modo que se haga la luz, que el terreno de juego gane intersticios por donde circular, ya sea el esférico en algunos instantes como los jugadores en otros. Sin embargo, Quique Sánchez Flores logró la desconexión bética.

Fue un Quique contra Quique, pero los béticos no estaban para nada y menos para reaccionar

La pelea estaba en el tablero de operaciones. Quique contra Quique. Los futbolistas probaban un terreno, el entrenador tomaba notas; los jugadores ensayaban un movimiento y el técnico concluía que había que esperar. La desconexión neuronal se contagiaba desde el césped al banquillo. Y si, en los pies de Guardado, Fabián, Joaquín o Nahuel, la pelota parecía un triángulo isósceles, a Setién se le olvidó repentinamente las leyes más básicas de la geometría. La orden de la vertical sucumbió a la ley de la horizontal. Y nadie había que rechistara.

No fue nada bueno el partido del Betis, quizá el peor de los que se le recuerden al equipo de Quique Setién en la temporada en curso. El mediocampismo romo señoreó en el terreno de juego mientras los aficionados empezaron a silbar. Lo peor no era eso, lo peor era que los jugadores comenzaban a tomarle un cierto asco al partido. Asco y miedo, una mezcla letal, principalmente para el aficionado.

A los hombres de verde y blanco no les duraban ni las posesiones. Las combinaciones béticas, aparte de discretamente diseñadas, duraban menos que un salvoconducto a la Luna en la puerta de la Generalitat. El desconcierto se postulaba como el signo del juego del Betis ante la impotencia de un Setién que tampoco acertaba con los cambios.

Para más inri, el gol de Gerard no modificó nada, tampoco sirvió como látigo para el once verdiblanco, que no estaba para nada y menos para reaccionar. El Espanyol, además, reculó descaradamente con la ventaja en el marcador. El Betis actuó como un educado huésped de la pretendida nueva república. Se dejó hacer.

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