VIDAS SINGULARES

El maestro zen de la campiña

  • Un utrerano, hijo de jornaleros y antiguo activista de Acción Católica, es uno de los referentes del budismo zen en el mundo. Propone crear una nueva cultura del deseo, alejada del consumismo

A Dokusho Villalba le siguen llamando Paco o Paquito cuando regresa a su Utrera natal. Da igual que tenga la cabeza rapada al cero, vista los ropajes marrones característicos de los maestros budistas o que el ceceo propio de la campiña sevillana haya dejado paso a una voz grave, pausada y serena. Él, en el pueblo, es Paco Villalba, el hijo de una pareja de jornaleros y maestro zen del templo Luz Serena, en Valencia.

Parece un binomio imposible, pero se trata de los orígenes y de la vida actual de “un joven que iba para funcionario” y es hoy maestro de una rama del budismo que se remonta al siglo V. Lo que muchos conocen como zen, a través de la televisión y la publicidad actual, “nada tiene que ver” con lo que es en realidad, según Dokusho. El zen viene de antiguo. Llegó a Occidente en la segunda mitad del siglo pasado y fue muy apreciado por los intelectuales y artistas de la época.

Dokusho Villalba, uno de esos pioneros de la tradición del “despertar existencial”, recuerda cuál fue la espita que lo llevó a convertirse en lo que es hoy. “Desde que era niño he sido muy sensible al sufrimiento. Mis padres eran jornaleros andaluces de sol a sol. No entendía muy bien por qué unos vivíamos tan mal y otros tan bien. Estudié en los salesianos de Utrera y tuve una educación católica tradicional”, cuenta este maestro zen cuyo padre ha sido costalero y devoto de la Virgen de la Consolación, patrona del pueblo. “Comencé a trabajar de joven en los grupos de Acción Católica, en campañas de alfabetización en los barrios marginales y entré a formar parte de la Hermandad Obrera de la Acción Católica, germen de Comisiones Obreras, con el afán de ayudar a transformar la estructura social. De ahí pasé a la lucha política contra la dictadura franquista. Pero me di cuenta que no era suficiente porque el virus estaba en el interior de cada ser humano y las estructuras sociales habían sido creadas por el hombre”, relata.

En 1977, Paco, con 21 años, estudiante de Magisterio, con novia, de familia humilde e inmerso en el confuso aperturismo de los primeros años de democracia, tuvo una crisis “fuerte”. Un día acudió a una conferencia que daba un monje zen en la Facultad de Filosofía. Y vio la luz. “Me interesó, empecé a practicar la meditación en un centro de Sevilla y me di cuenta que había un camino para mí”, dice. Así, dejó Magisterio, trasladó su residencia a París, recibió la ordenación de sacerdote budista zen del maestro japonés Taisen Deshimaru y completó su formación en varios monasterios de Japón.

“Mi familia creía al principio que me había captado una secta o algo así”, dice entre risas. “Eran muy creyentes y el hecho de que yo abrazara otra religión fue un pequeño gran drama para la época. Con el tiempo vieron que estaba bien y que, simplemente, había optado por otra forma de vida”, asegura a la vez que apunta que las diferencias existentes entre el budismo y el soto zen son “anecdóticas”.

En la religión que profesa Dokusho el humor, por ejemplo, tiene “una importancia total”. “La tradición budista es una de las pocas que tiene la capacidad de trascenderse a sí misma, de relativizarse. El zen no está basado en escrituras ni dogmas, surge todo a través de la meditación”, explica este monje, divorciado y padre de un adolescente de 18 años. También tiene una hermana, Gracia, monja budista en Sevilla y acupuntora. Precisamente fue la capital andaluza la que acogió el primer centro zen de España, que aún funciona hoy, y ciudad que ha irradiado al resto de provincias el interés por esta forma de meditación. 

Pero que nadie se llame a engaño. Según el maestro Dokusho, “el zen no propone recetas fáciles”, propias de la caricatura que de la práctica del budismo se ha hecho por parte de los que no lo conocen. “A lo que invita el zen es a la reflexión para que cada uno encuentre el camino para ser feliz. A saber lo que necesitamos, lo que realmente deseamos, explica.

A eso enseña en su libro, Zen en la plaza del mercado (Aguilar), a ayudar a crear una “nueva cultura del deseo en una sociedad de consumo”. “Generar deseos es muy fácil y gratuito, pero satisfacerlos cuesta caro. Nos encontramos con un montón de deseos insatisfechos que generan frustración y malestar existencial. La solución no es satisfacer todos los deseos sino aprender a reducirlos para que uno pueda ser feliz con menos”, propone este monje que define al hombre pobre como “aquél que nunca tiene suficiente”.

En una sociedad globalizada y consumista, Dokusho es tajante: “Se puede vivir fuera del mercado. Eso no implica pérdida sino libertad”. Comercio justo, consumo justo, producción justa. Son ideas que propone este utrerano al que le gusta terminar sus entrevistas con este haiku , poema tradicional japonés: “Después del canto del búho el silencio de la montaña es más profundo aún. Lo esencial no puede ser expresado con palabras”. Por eso Dokusho, Paco, Paquito, el mayor de cinco hermanos de una familia de jornaleros, prefiere la meditación al ruido del mercado.

Más información: www.dokusho.eu

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