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ANDALUCES EN CHINA

Testigos de privilegio

  • Cuatro andaluces que trabajan en Pekín cuentan cómo es su vida en la sede olímpica. Han sido espectadores de obras descomunales y de la presión de la censura informativa, así como de la vigencia del tópico español

Edificios encantados, milenarios, poblados de espíritus malditos y fantasmas junto a mastondónticos rascacielos de pasillos desiertos. Ésa es una de las postales que ofrece Pekín, la ciudad a la que Marina Leza fue de vacaciones. De eso hace ya tres años. Lo cuenta, al otro lado del teléfono, con el tono con el que se relata una disparatada comedia de sobremesa: “Vine a visitar a una amiga, sin saber una palabra de chino. Y aquí sigo”. 

Esta malagueña de 30 años forma parte de la comunidad española que vive en Pekín, integrada por unas mil personas, muy pequeña si se compara con la británica, la francesa o la alemana, por ejemplo. Su perfil se parece al de algunos de los andaluces con los que ha contactado RdA: jóvenes que han puesto tierra de por medio para probar suerte en el mercado asiático, emergente y exótico a partes iguales. Espectadores del cambio social y físico que ha experimentado la segunda urbe más grande de China después Shanghai, con catorce millones de habitantes, para acoger los Juegos Olímpicos. Y, testigos directos de esta evolución, aunque, por temas burocráticos en el reparto y venta de entradas, no asistan a ninguna de las competiciones programadas.

Según Marina Leza, las autoridades chinas “han estado construyendo 24 horas diarias, siete días a la semana. Se nota que se ha civilizado mucho la ciudad, por ejemplo, en cuanto al transporte, que aquí es horroroso. Ahora hay cinco líneas de metro nuevas”. Pero el cambio se nota además en otro aspecto, el de la seguridad. “Se ven muchos agentes por la calle. Están preocupados con el boicot de parte de la comunidad internacional y también con las posibles revueltas de los partidarios de Tíbet libre”, analiza Luis Regalado, granadino de 27 años.

Atraído por las posibilidades del gigante asiático, Regalado se preparó a conciencia para las becas Icex y, posteriormente, para la Fundación ICO (Instituto de Crédito Oficial) y desde agosto del año pasado realiza prácticas en la sección de Comercio e Inversiones de la Embajada Europea. Una formación a conciencia que quiere aprovechar para exportar a Asia el aceite de oliva que produce el negocio de su familia en una finca de Jaén. “No tienen costumbre de cocinar con aceite de oliva, pero se pueden abrir nichos de mercado para un producto de esta calidad”, comenta, con orgullo, acerca del oliva de Cortijo El Madroño. Casi con el mismo orgullo con el que se felicita por los triunfos del deporte español de los últimos meses: Eurocopa, Giro, Tour, Nadal... Aunque, según Regalado, si algo funciona en Pekín para que la población local identifique a España en el mapa es los toros y el fútbol.

Unanimidad entre los consultados. Los lugares comunes funcionan allende nuestras fronteras con absoluta eficacia. Sí, son tópicos, pero al otro lado del mundo, en Pekín estos tópicos convierten a un malencarado conductor de taxi en un fan irredento del capote de grana y oro. Esta es la estrategia de Carmen Blánquez, algecireña de 30 años, a la hora de coger el transporte público: “Ya te habrán contado que lo de los taxistas aquí es tremendo. Es nombrarles España y parece como si se dulcificaran”. Carmen lleva apenas un año en Pekín y ya va cogiéndole la forma a una ciudad “muy dura por la polución y el clima”. Experta en gestión cultural y con experiencia laboral en distintas capitales europeas, Blánquez llegó a la ciudad atraída por el boom del arte chino dentro y fuera de Asia. Desde el Instituto Cervantes, primero, y el Centro de Arte Contemporáneo (CAC) Iberia después, Blánquez es testigo del cambio social que China está experimentando, metamorfosis a la que ha contribuido mucho la elección de Pekín como sede olímpica. Los jóvenes artistas chinos, concentrados en su mayoría en el distrito 798 formado a partir de un antiguo complejo de fábricas, están apostando por lo social. Según la algecireña, son “muy figurativos y están haciendo cosas nuevas con mucha energía; sus obras están revalorizándose mucho en el mercado”. No en vano, fueron estos artistas los que, a finales de los 80, encabezaron la revolución social por la que China empezó, tímidamente, a abrirse a Occidente.

Pero aún quedan muchas cosas por hacer. El aperturismo que se ha intentado vender desde China en la fase previa de los Juegos Olímpicos no es tal una vez que se trabaja desde dentro. Así opinan Pablo Adriano, periodista cordobés, y Marina Leza, traductora de noticias para un canal español de promoción de China. Ambos coincidieron tiempo atrás en la agencia de noticias “del Partido”, que es como se conoce el aparato político del Gobierno de Hu Jintao. “Se aplica mucha censura. Y lo he vivido en primera persona. Me han llegado a pinchar el teléfono incluso”, comenta mientras baja el tono de voz con cierta sorna. Según Leza, “en la televisión, lo que hay es propaganda pura y dura. Ahora, parece que se está abriendo un poco ante la presión occidental. Pero es una pena que se venda tan mal la cosa porque China es un país maravilloso”.

El periodista cordobés tiene idéntica percepción de la dificultad del ejercicio periodístico. Un buen día Pablo Adriano dejó su puesto como presentador de un programa de Canal 2 Andalucía, Andalucía patrimonio cultural, para aventurarse en un país del que conocía poco más que los menús de seis euros que se comen por aquí. Ahora trabaja para la agencia Efe y durante los Juegos Olímpicos se encargará de las crónicas de ambiente, lo que en el argot se llama “color”. Pablo sabe bien qué puede contar y que no desde China. “Tienen unos conductos oficiales de prensa insalvables y muy férreos, por lo que intentan frenar la entrada y salida de noticias que no convenzan al Partido. Aquí, quien venga con ganas de hablar de Derechos Humanos y de violencia lo tiene crudo. Pero, a ver, esto no es la Alemania nazi”. A pesar de que Pablo prefiere el sureste asiático a China central, donde se sitúa Pekín, aprecia la belleza de una cultura milenaria: “A raíz de que se designara como sede olímpica se ha hecho mucho por limpiar la ciudad, como para mostrar una nueva cara. Se han limpiado callejones, se han rehabilitado casitas típicas, baños comunales... aunque la esencia de China es esa. En una sola calle pasas de la opulencia a la miseria. Es un país de contrastes”. Y de impresionantes estampas visuales que hacen pensar que Occidente se ha quedado muy atrás en cuanto a arquitectura de vanguardia. Se habla del aeropuerto, diseñado por Norman Foster, como un “portal a otro mundo”; del nuevo Teatro Nacional, con forma de huevo y rodeado por un espejo de agua; el Estadio Olímpico, conocido como el nido de aves; el Centro Acuático Nacional, con su acolchado exterior traslúcido y la sede construida para el ente estatal de televisión (CCTV), cuyas formas inclinadas están entre las proezas arquitectónicas más imaginativas de los últimos tiempos. Según Pablo, esta nueva arquitectura, junto con los atractivos históricos de la ciudad –La plaza de Tianamenn, La ciudad prohibida y el templo del cielo–, será precisamente lo que enseñen los viajes organizados por tour operadores, siguiendo las prescripciones del Partido. Los turistas nunca verán la miseria de una ciudad con catorce millones de almas donde, hasta hace nada, estaba prohibida la propiedad privada. Precisamente estas diferencias con Occidente son lo que han motivado a Pablo a disfrutar en una ciudad insalubre por la polución, con “el cielo está la mayor parte del tiempo gris”, y complicada por el idioma. Las razones para elegir Pekín fueron las de ser testigo directo de la preparación para un evento de estas magnitudes: “una vez que acaben los Juegos, me iré seguramente”. El sureste asiático le gusta especialmente: Camboya, Tailandia y, sobre todo, Filipinas, “por su pasado español podría pasar perfectamente por un país suramericano, por la estética y el carácter de la gente”.

La raza han, que representa el 95 por ciento de la población nacional, es la que define la idiosincrasia china, compleja como un poliedro. Una de sus características es su superstición. “El chino por definición cree en las fuerzas ocultas y en las leyendas que se remontan al inicio de su civilización. Por ejemplo, el 8 es su número de la suerte. Matrículas de coches, números de edificios, siempre quieren que haya un 8 en su vida”. Carmen, por ejemplo, los encontró “antipáticos” al principio: “Incluso con maneras rudas. Realmente, creo que lo que les frena es la incomunicación por el idioma”, opina Carmen Blánquez. Esta joven vive en un bloque “entero de chinos” algo poco frecuente entre la población occidental que prefiere situarse en los distritos occidentales y de negocios de la ciudad como Shijingshan y Chaoyang . “Tengo amigos chinos y son encantadores, siempre con una sonrisa”, opina Carmen. “Pero nunca serán amigos en la medida en que en España tratamos el concepto de amistad”, tercia Pablo. Entre ellos, sí son amigos a la usanza española. “Entre nosotros hacemos piña. Quedamos mucho. Hay una oferta de ocio enorme”. La misma que se encontrarán los más de cuatro millones y medio de visitantes extranjeros y cerca de 96 millones de nacionales. Entre ellos, estos cuatro andaluces, que son ya testigo de privilegio de un evento histórico.

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