OPINIÓN: A CIENCIA ABIERTA

¿Heroína o villana?

Al Gore tenía una foto de ella en su despacho de la Casa Blanca y dice que le sirvió de inspiración para emprender su lucha contra el cambio climático. En cambio, Michael Crichton, el aclamado autor de Parque Jurásico, dice que la prohibición del DDT, que ella propició, fue uno de los hechos más nefastos del siglo XX, responsable de millones de muertes. La persona que inspira tan encontrados sentimientos es Rachel Carson, bióloga marina de profesión y precursora del ecologismo. La fama le vino tras la publicación en 1951 del libro El mar que nos rodea, que llegó a traducirse a más de 30 idiomas. Sin embargo, lo que la llevó a figurar en la lista de las 100 personas más influyentes del siglo XX fue la ornitología. En efecto, tras dedicar largas horas a la observación de las colonias de aves de los lagos próximos a su ciudad, intuyó que podía haber una relación entre la actividad humana y la casi total desaparición de algunas especies. Acumuló indicios que apuntaban a que los culpables eran los nuevos insecticidas, como el DDT, empleados masivamente por los agricultores norteamericanos desde la segunda Guerra Mundial.

El DDT, o Dicloro-Difenil-Tricloroetano, atacaba específicamente el sistema nervioso de los insectos, siendo aparentemente inocuo para el hombre y los animales domésticos, a diferencia de los insecticidas usados hasta entonces, basados en arsénico o mercurio, que podían llegar a ser mortales. Al DDT se le atribuía haber salvado la vida de al menos 50 millones de personas, por lo que fue justo que su descubridor, Mollër, recibiera el premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1948.

Cuando Rachel hizo públicas sus sospechas, llamando al DDT el elixir de la muerte, fue atacada por las grandes compañías petroquímicas, que la desacreditaron como científica, y por los agricultores norteamericanos, que la acusaron de traicionarlos para salvar unos cuantos pájaros. Unos y otros le hicieron la vida imposible, a pesar de lo cual continuó su cruzada. En 1962 publicó Primavera silenciosa, libro que logró movilizar a la población norteamericana contra el peligro oculto que representaban los insecticidas, hasta dar lugar a la creación de la todopoderosa EPA, Agencia norteamericana de Protección del Medio ambiente, digna adversaria de las petroquímicas, que llegó a prohibir el uso del DDT en el año 1972. Rachel no vivió lo suficiente para verlo, porque había muerto en 1964 de un cáncer de mama.

Aparentemente esta es la historia del triunfo póstumo de David contra Goliat. Pero quizás no opinen lo mismo los millones de habitantes de países del Tercer Mundo en los que se había erradicado la malaria, caso de Sri Lanka, que vieron arruinarse sus vidas por la dramática reaparición de la enfermedad trasmitida por los mosquitos anofeles, que de nuevo se multiplicaron poco después de que se dejara de hacer fumigaciones con DDT. Aunque el libro de Rachel tiene el indudable mérito de haber puesto coto a las insaciables industrias petroquímicas y, sobre todo, haber despertado la conciencia ecológica, el precio pagado fue muy elevado: desató un alarmismo desaforado que impidió encontrar una alternativa racional al problema de la malaria. Millones de pobres no tuvieron la suerte de los petirrojos norteamericanos de contar con otra Rachel Carson que velara por su supervivencia.

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