Provincia de Cádiz

En las entrañas del gigante

  • Los aerogeneradores E-70, de 90 metros de altura, son las máquinas más modernas instaladas en Tarifa · Se cumplen 25 años de la instalación de la primera turbina en el municipio eólico por excelencia

Se han cumplido 25 años de la puesta en funcionamiento del primer aerogenerador eólico en Tarifa, el conocido como Mazinger. Aquel prototipo comenzó a familiarizar a los tarifeños con los gigantes de hierro que tan sólo un cuarto de siglo más tarde forman parte habitual del paisaje.

Todos en Tarifa saben que son los molinos, pero muy pocos conocen como es uno por dentro. Periodistas de este medio se han colado en las entrañas de un gigante de hierro que en un número que no sobrepasa la veintena se elevan de manera casi interminable hacia el cielo. Son las E-70, las máquinas más modernas instaladas en el municipio.

Rafael Garrido, director técnico de la empresa Proasego, nos recoge de mañana y nos lleva hasta uno de los parques. No es nuestro destino final, pero acude hasta allí a recoger un arnés de seguridad que se convertirá poco después en un instrumento imprescindible para visitar el aerogenerador.

Por un entramado de carriles en mitad de la llanura que conduce hasta Tahivilla, entre vacas recostadas en la base de las torres, saludando a trabajadores de la empresa con quienes nos cruzamos en un cuatro por cuatro, llegamos hasta una de las máquinas que la empresa tiene instalada en Almendarache, recogemos la necesaria carga y nos dirigimos por la Nacional 340 hasta el cruce de Zahara de los Atunes. Cruzamos La Zarzuela y el Almarchal para llegar hasta los parques Zorrera y Tahuna, donde localizamos los gigantescos molinos de cerca de 90 metros de altura que se reparten por toda la loma.

Lo primero que llama poderosamente la atención es la altura, así como la forma ovalada de su góndola, la pieza que remata la torre y donde se encuentra colocadas las palas, que también son muy diferentes a las demás máquinas instaladas en el municipio. De igual modo su color, más grisáceo que las blancas torres que hemos dejado atrás, y un degradado de verde en su base llama la atención.

Llegamos hasta la T-9, la torre elegida entre la veintena instaladas en Tahuna. Miramos hacia el cielo recorriendo la gruesa base de la torre y nos mareamos cuando intentamos fijar la vista en su copa a causa del movimiento de las nubes. Hemos llegado a nuestro destino. Rafael nos da un mono de plástico y nos equipa con un arnés, guantes y un casco. Unos componentes que son claves, necesarios y obligatorios para trabajar en el interior de la máquina.

La T-9 representa la tecnología punta en la explotación de energía eólica en Tarifa. De fabricación alemana por la firma Enercon, el E-70 es un aerogenerador de 2.300 kilovatios de potencia nominal, con un diámetro de rotor de 71 metros y una altura del Buje de entre 53 y 113 metros. A diferencia de las demás máquinas asentadas en el término municipal, el E-70 funciona sin multiplicadora y es de velocidad variable, contando además con sistema de control del ángulo de paso (pitch).

Accedemos a la torre a través de la primera de sus partes: Emodule o Estación Eléctrica. Se trata del corazón electrónico e informático donde se controla de forma automática tanto la producción como la orientación, velocidad de rotación y otros parámetros necesarios en el desarrollo eólico. Hasta diferentes módulos eléctricos, armarios de potencia e informáticos (ubicados a dos niveles distintos) llega la producción del generador que está a ochenta metros por encima de ellos. Baja la electricidad a una potencia de 400 voltios en corriente continua, y a través de la electrónica de potencia formada por IGBT (formado por condensadores, tiristones y resistencias) la modula y convierte en energía alterna y la envía al transformador que a su vez la eleva a 20.000 voltios y se envía a la subestación donde se vuelve a elevar en esta ocasión a 66.000 voltios para así remitirla a la red general. Justo encima del Emodule se encuentra el pequeño ascensor que nos conducirá hasta la góndola, otra de las piezas fundamentales del aerogenerador recorriendo la torre que es básicamente un cilindro metálico hueco (cimentado sobre un cilindro de 20 metros de diámetro por unos cinco de profundidad y relleno con 300 metros cúbicos hormigón y 45.000 kilogramos de hierro) de unos cuatro metros aproximadamente de diámetro y una altura de 84 metros repartidos en cuatro tramos y cuyo cometido es alzar lo máximo posible la góndola, que es donde se recoge el viento y se transforma en energía.

Tras unos interminables minutos accedemos hasta el tope de altura para, perfectamente asegurados mediante el rappel al sistema de rail de la escalera, subir hasta la corona y entrar así a la góndola.

La góndola se engancha a la torre por medio de la corona, que le permite girar sobre si misma para buscar el origen del viento y dirigir las palas hacia allí por medio de un sistema de cambio de paso. Es aquí donde se comprueba la innovación ya que al carecer del engorroso multiplicador, se gana espacio y calidad medioambiental, ya que el uso de aceites lubricantes es casi inexistente. Accedemos por la bancada que representa una estructura pesada y metálica que hace de centro de gravedad de la torre dándole estabilidad, aunque es fácilmente perceptible que la torre se mueve como consecuencia de las corrientes de aire del exterior, allí podemos observar una sala ovalada cuya parte frontal termina en una pared redondeada y giratoria que representa el corazón de la máquina, el generador. Se trata de un generador síncrono en anilla Enercon con acoplamiento directo compuesto por 76 polos que obtiene la energía de la rotación de las tres palas de epoxy y fibra de vidrio que giran en sentido de las agujas del reloj con una superficie de barrido de 3.959 metros cuadrados y cuya velocidad de rotación varía desde los 6 hasta los 21,5 revoluciones por minuto. También se encuentran en la góndola los motores de orientación que hace que la máquina cambie de posición con relación al viento. Una información transmitida al ordenador central por un anemómetro y una veleta ubicada en el exterior al que se accede a través de una trampilla exterior. En su parte trasera tiene una trampilla junto a la que hay colocada una pequeña grúa que sirve para poder elevar hasta la góndola de los componentes o piezas de repuesto.

Cuando se accede al exterior, a uno le embargan dos sensaciones diferentes. Por un lado temor, ya que a pesar de estar perfectamente asegurados, la inexperiencia de estar a tanta altura se refleja en cierto temblor en las piernas que va pasando a medida que se percibe la inmensidad y belleza de la campiña tarifeña poblada de máquinas parecidas a la que hoy hemos coronado como si se tratara de un cima inalcanzable. El sonido de la lenta rotación de las palas se mezcla con el suave viento y por un momento no parece existir nada más importante que la necesidad de contemplar el paisaje. De pronto, la voz de Rafael Garrido nos arrebata de un sueño despierto y nos señala el final de la visita.

Ya en el ascensor (en el que caben dos personas, tres apurando) uno cambia el temor por la admiración. Admiración por cómo el hombre ha sabido obtener beneficio de algo tan natural y tan primitivo como el viento. Ese que juega a despeinarnos por los callejones es capaz de suministrar energía a toda una ciudad con apenas una veintena de molinos. De regreso a la localidad los gigantes se van empequeñeciendo y mirando hacia el mar de molinos de viento uno cree reconocer corriendo entre ellos al ingenioso e hidalgo personaje literario a lomos de su Rocinante y entiende por qué perdió la batalla contra ellos, son real y simplemente impresionantes de ver.

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