Galería del crimen

El camino de la cruz

  • Junto a la estación de tren de San Fernando se levanta una cruz cuya leyenda recuerda un crimen pasional l Esta muerte ha caído en el olvido y nadie en el poblado de La Casería sabe de él

"ESTA cruz de hierro recuerda un hecho sangriento y a la vez sentimental ocurrido a principios del siglo XX en el cual dos hermanos enamorados de la misma mujer llegaron a una lucha feroz en la cual uno de ellos murió, siendo éste el lugar exacto en el que se recogió el cadáver". He aquí la cruz. La leyenda se puede leer sorteando trozos de plástico de tuberías de la futura estación de ferrocarril de San Fernando. Sobre la cruz, una gran grúa amarilla. Desde este punto se observa, mirando hacia la playa de La Casería, una de las tres grandes moles de apartamentos levantadas por Arenal 2000, el principio del fin de un viejo poblado agujereado por pozos, lugar de huertanos, pescadores y comerciantes de sal. Es un recorrido de poco más de 200 metros, el antiguo camino de la Cruz.

La cruz no tiene fecha. Está aquí desde siempre . "Marcaba en su día la frontera entre el poblado de La Casería y el resto de San Fernando. Esto era como independiente del resto de la isla". Lo cuenta Félix, 79 años, uno de los más viejos del lugar. Apenas se ha movido en toda su vida del poblado. Sin embargo, Félix no sabe nada de ese crimen, ni tiene pista alguna de esos dos hermanos.

"Hola, soy El Loli, inspector de policía", se presenta un hombre desdentado con un gorro de lana en la cabeza en el que se lee Maniac. El Loli no siempre es inspector de policía. En unas elecciones se plantó ante la mesa electoral con una estampita de la Virgen como DNI. "Yo soy Jesucristo, no necesito carné". El Loli pone un tono misterioso: "Creo que ahí lo que pasó, al parecer, es que dos hermanos se mataron, cuentan, por una mujer". "Sí, eso lo pone la inscripción". "Ya, ya... yo no sé, es lo que se cuenta". La madre de El Loli es la más anciana del lugar. Tiene 91 años. Descansa en su cama con los restos del desayuno, unas natillas, en la mesilla. "Estoy un poco sorda", informa. "¿Qué sabe de la cruz?" "¿La luz? ¿Qué luz?" "No, mujer, la cruz de los hermanos". "Ay, hijo, yo hermanos..."

El club 'social' de La Casería es La Alegría, un bar sólo para hombres, oscuro, donde los parroquianos juegan al dominó, las cuentas se apuntan con tiza en el mostrador y la cerveza se sirve en botellas de litro. Allí está Paco, un hombre que se crió en la antigua huerta en la que se clavó la cruz. "Yo de eso no sé nada, pero mi padre, que con seis meses ya estaba en la huerta y ahora tendría 95 años... tampoco supo nunca nada de por qué estaba ahí esa cruz".

Y es que la placa que acompaña la cruz es relativamente reciente. Junto a Paco está el hijo del dirigente vecinal que se movilizó para colocarla. Tras sus gafas me mira como a un extraterrestre. ¿La cruz? No me contesta. "Es hombre de pocas palabras", explica otro vecino, que me tiende un tosco papel reivindicativo con el que quieren evitar las expropiaciones que el Ayuntamiento realizará en La Casería. Toda La Casería norte, compuesta por huertas rodeadas de chumberas en un paisaje ajeno a la Bahía en plena bahía, va a ser demolida para construir una carretera hacia el centro comercial Bahía Sur. Forma parte del proyecto en su día adjudicado a Arenal 2000, cuando se hablaba de cuatro torres más aparte de las ya levantadas a unos pocos metros del mar. Un paisaje de otro tiempo que dejará de ser paisaje. Son unos 80 vecinos que tendrán que dejar el lugar donde se criaron a cambio de 12 euros el metro cuadrado.

Este hombre sabe algo más de la cruz, sabe que el padre del hombre que no me responde fue al Ayuntamiento a buscar documentación. La inscripción tendrá poco más de veinte años; la modesta cruz, ni se sabe. "Mi tata me hablaba de esa historia de los dos hermanos, e incluso que conocía a uno de ellos". Por muy longeva que fuera la tata es improbable que conociera a uno de los hermanos. "Aquí siempre se habló de esa leyenda. Supongo que se matarían a cuchilladas por una bella mujer".

"Matar por una mujer... por mucho que lo piense uno no entra en la cabeza. Y más siendo hermanos". Moncho invita a su casa, en pleno proceso de encalado, en el corazón del callejón del Reverbero, nombre acuñado por los propios habitantes del lugar y epicentro de lo que será demolido. Moncho es una especie de historiador local de La Casería. "El camino de la cruz estaba rodeado de eucaliptos y chumbos. Aquí, junto al huerto, se hizo un penal a finales del siglo XIX sólo para los de cadena perpetua. Esto era una cantera y los condenados se movían arrastrando la bola, picando piedra. Luego la República eliminó la bola y, por fin, la cadena perpetua. Franco reconvirtió el penal en un campo de concentración para gudaris vascos". Todo este aluvión de información viene a cuento de que Moncho tenía prohibido por su madre ir a la zona de la cruz. "Con todos los penales que había aquí se consideraba peligroso. La gente se lanzaba desde el antiguo puente a los vagones". Ese lugar 'maldito' coronado por la cruz puede tener un crimen detrás, pero Moncho tampoco sabe nada. "Quién sabe si actuaba como espantapájaros para que la gente no se metiera en el huerto", reflexiona, antes de reconocer que la historia de esa muerte siempre había circulado por La Casería, pero que era curioso que ni los más viejos dieran testimonios directos del hecho.

Pedro Sara es un fotógrafo que documenta los últimos minutos de pequeñas comunidades que van a ser devoradas por el progreso. Lo hizo en Chile con el pueblo mapuche, lo hizo en Las Hurdes y, un buen día, conoció La Casería y a sus huertanos. Encajaban perfectamente en ese instante previo al fin de todos los tiempos, sus tiempos. Retrata Pedro a esta gente como seres mitológicos. Hay una imagen en la que se observa a uno de los vecinos delante de una pintada en la que se lee "no a la construcción sin amor". Las tres torres se imponen con frialdad a las casitas que baña el cieno de la marea baja. A doscientos metros de la cruz que recuerda el crimen de los hermanos, las cartas llegan a los propietarios de un mundo que muere. Y Pedro quiso que la agonía inconsciente de esta comunidad que se dibuja con tiza en el bar La Alegría tuviera pruebas que presentar ante un futuro jurado. Que este hecho no cayera en el olvido como cayó el crimen de la cruz.

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