Provincia de Cádiz

Las otras alas de la Base

  • Espantar a las bandadas de pájaros para garantizar la seguridad de las aeronaves es la misión prioritaria de las 13 rapaces que conforman el Servicio de Halconería del recinto militar roteño

Sólo le falta hacer el saludo militar. Porque da la impresión de que hasta se cuadra. Así, firme, erguida, con la cabeza alta, Mora, una hembra de halcón peregrino próxima a iniciar su quinta muda, avista ante ella la amplia extensión de la pista de aterrizaje del aeropuerto de la Base de Rota. A su espalda, un avión orca de las Fuerzas Armadas española acaba de tomar tierra. Su adiestrador hace nada que le ha quitado la caperuza y posada sobre su brazo izquierdo aguanta cinco segundos, no más. De repente, y sin que medie orden alguna, Mora alza el vuelo, mitad orgullosa, mitad desafiante, dispuesta a cumplir su misión.

Hoy le ha tocado a ella emprender el vuelo pero lo mismo le podía haber sucedido a Tizona, a Piloto o a cualquiera de los otros ejemplares de esta misma especie de rapaces que en un número total de 13 conforman el Servicio de Halconería con que cuenta el recinto militar roteño. Su objetivo es sólo uno: evitar que el sinfín de aves que merodean el aeropuerto campen a sus anchas y puedan provocar daños o incluso accidentes en las aeronaves que operan en esta Base española-estadounidense de uso conjunto. Porque se ha probado otros procedimientos más tecnológicos, como la emisión de ultrasonidos, pero los pájaros sólo se amedrentan al principio. Después, cuando comprueban que no hay peligro real, regresan al aeropuerto tan panchos. Por eso los halcones son el método más eficaz -y más natural también- para garantizar la seguridad de las aeronaves.

"El trabajo de los halcones es disuasorio. Su cometido es disolver las bandadas de pájaros, asustarlos. Pero aunque hay veces en las que terminan cazando a algún ave, lo normal es que no suceda así". Quien habla es Alberto Morillo, uno de los halconeros de la Base. Él no es militar y los halcones no pertenecen a la Base. Él es empleado de la empresa privada que desde hace años tiene adjudicado este servicio tras ganarlo en los sucesivos concursos públicos convocados. Esta labor disuasoria es pagada a partes iguales por las Fuerzas Armadas de España y de Estados Unidos. Y esta empresa halconera, que recibe el nombre de su propietario, Jesús Brizuela, opera también en otro aeropuerto militar, el de la Base sevillana de Morón.Y aunque actualmente hay halconeros en la práctica totalidad de los aeropuertos españoles, en el de Rota la presencia de aves invasoras se ha convertido en un problema serio. En ello influye sobre todo la poblada flora de la Base, con extensas arboledas situadas al norte y al sur del recinto aeroportuario, pero también que es zona de paso de aves migratorias y la cercanía del mar, donde las gaviotas son las reinas indiscutibles. Cuentan en la Base que hace unos años un albatros impactó de lleno contra la cabina de un harrier. La sangre del pájaro se coaguló de inmediato y el piloto, con visibilidad cero, tiró de casta y de pericia para lograr hacer con éxito un aterrizaje de emergencia. En otras ocasiones las aves han terminado afectando al fuselaje y, sobre todo, a las turbinas de los aviones. Y repararlas conlleva una inversión aproximada de 20.000 euros, que es lo que cuesta tener un avión en el hangar en fase de reparación durante una semana. Y eso siempre que el daño en esa turbina sea reparable. "Claro que nos afecta cuando un ave causa daños en un avión o en un helicóptero, porque estamos aquí para evitarlo. Pero consuela saber que son muchos más los accidentes que evitamos que los que al final se producen", reflexiona Morillo.

No hace ni medio minuto que Mora ha despegado y en ese escaso margen de tiempo hasta tres bandadas diferentes de palomas han huido despavoridas. Hoy son ellas, las palomas, las que se habían hecho fuertes en los aledaños del aeropuerto roteño. Y en cierto modo es lógico porque las torcaces han decidido este año anidar en varios enclaves diferentes de la Base. Pero otras veces son los estorninos, o las garcillas, o las gaviotas, que cuando el mar está agitado acuden a descansar en la superfecie lisa de la pista de aterrizaje. Y a todas estas especies se unen, en época de migraciones, las avefrías, los chorlitos o puede incluso que alguna cigüeña despistada. Mora despega con sus alas asemejando a las de un harrier y al poco ya ha cogido vuelo. Y espanta a las palomas al norte, se dirige luego hacia el depósito de agua situado al suroeste y gira y gira hasta que va ganando altura. A veces llega hasta los 250 metros de altitud. Y allí luce orgullosa su silueta imperial, majestuosa, para satisfacción de su halconero y para temor del resto de la fauna.

Algunos de los halcones que operan en el aeropuerto de la Base fueron comprados ya adiestrados pero a muchos de ellos hubo que iniciarles desde pequeños. Y no es tarea fácil, como precisa Alberto Morillo, sobre todo por el ruido infernal de los harriers. Para ello hay que instruirlos paso a paso, con mimo, dándoles de comer cada vez un poco más cerca de las pistas hasta que se acostumbren al ruido y entiendan que ese va a ser en adelante su lugar de trabajo. Mora es un halcón cien por cien peregrino que, según los expertos, es la especie más eficaz de este tipo de rapaces para estas funciones disuasorias porque es más pequeña que un águila y por su extrema velocidad. Hay expertos que aseguran que se ha podido calcular que un halcón peregrino ha logrado superar los 390 kilómetros por hora en una caída en picado en busca de una presa. Mora no tiene cuentakilómetros pero da igual. Porque ella sabe, y los que la ven desde el suelo también, que es veloz, muy veloz. Lo que sí tiene es un sistema de telemetría que le permite a su cuidador saber en todo momento por dónde está volando cuando se escapa del campo visual de un humano. El aparato emisor se le suele ubicar en la cola de la rapaz pero ahora, como es época de muda, tiene que albergarlo en una de sus patas.

Transcurridos unos 20 minutos Alberto, el halconero, saca un señuelo en forma de pájaro y lo agita con su mano haciendo círculos en el aire, como si fuese a lanzar una piedra con la onda. Es la señal. Desde el cielo Mora divisa el señuelo y, como hace desde que es pequeña, regresa en picado haciendo un aterrizaje perfecto a una velocidad que impresiona. Y entonces se entiende por qué estos halcones asustan a las aves invasoras del aeropuerto sin necesidad de tener que cazarlas. No les hace falta buscar ese sustento. Satisfecha por el deber cumplido recibe su recompensa: dos pequeños pollitos que la empresa de halconería adquiere al por mayor. Y Mora los engulle con deleitación posada de nuevo sobre el brazo de Alberto porque odia comer sobre el asfalto de la pista de aterrizaje. Los pollos conforman, junto a las palomas, el sustento principal de estas aves depredadoras. Pero tienen que comer lo justo, sin pasarse pero también sin quedarse cortos. Porque el peso de los halcones es una de las claves para garantizar la eficacia del servicio. Tanto es así que antes de dirigirse al aeropuerto el halconero pesa a las rapaces elegidas para la misión. Si pesan 10 gramos por encima o por debajo de su peso ideal, quedan exentas porque, al no mantener su estado de forma óptimo, no alcanzarían la altura y la extensión necesarias para esa labor disuasoria.

Mora ha regresado hoy de su misión. Eso es lo normal. Pero el Servicio de Halconería del aeropuerto de la Base de Rota, como si de un batallón se tratara, también sufre a veces algunas bajas. Así, hace tiempo uno de los halcones falleció en acto de servicio tras pincharse contra una higuera de tuna cuando perseguía a una presa. Y otro desertó en pleno vuelo. Aunque tenía activado el sistema de telemetría, de repente se perdió su señal y nada más se volvió a saber de él.

Llega la hora del descanso y Mora vuelve a la halconera, situada a apenas medio kilómetro del aeropuerto. Allí la reciben, juntos pero no revueltos, sus otros doce compañeros. Entre ellos hay halcones peregrinos puros, otros híbridos -peregrinos mezclados con otras especies de halcón como gerifaltes o sacres- e inclusos dos harris. Este último tipo de rapaz, de mayor envergadura, no alcanza tanta altura y por eso su especialidad es la persecución de las gaviotas que se esconden en los bajos de los aviones.

Las 13 rapaces quedan de nuevo al cuidado de Morillo, que demuestra una pasión infinita por este arte que es la cetrería. Allí, en la halconera, las rapaces esperarán a que haya que hacer otro servicio, que el halconero activará bien cuando toque una visita rutinaria -varias veces al día mientras haya luz solar- o bien cuando la Base pida el ojo de halcón tras avistar la torre de control alguna bandada de pájaros que entrañe peligro. Cuando sea preciso, allí estarán las otras alas de la Base para cumplir una nueva misión. De forma callada pero eficaz.

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