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tribuna de opinión

El adiós del almirante a la barceloneta

  • Aquellos hombres lo perdieron todo pero dejaron intacto su honor

  • Su ejemplo en el cumplimiento de un deber impuesto les valió la gloria

El almirante Pascual Cervera y Topete.

El almirante Pascual Cervera y Topete. / d.c.

"…Cubrir las comunicaciones entre el Seno Mejicano y el Atlántico, destruir Cayo Hueso, bloquear la costa Atlántica de los EEUU, para cortar su comercio con Europa…" y esto, que no es poco, "…salvo las contingencias que puedan resultar de encontrar VE combate que decidirá quien pueda quedar dueño del mar…"

Cervera: "La sociedad en que cada cual cumpliese con su deber, sería feliz"

ESTÁ copiado del plan de guerra del Gobierno de Sagasta que completó dotando, a la Escuadra de Cervera, de una inexistente logística en manos inglesas deseosas de vengar la ayuda prestada por España, un siglo atrás, a la independencia de los EEUU. Todo fue producto de la improvisación y de un análisis "irreal" plagado de falsedades que fueron trasladadas a la ciudadanía como "verdad", lo que solo era un deseo. Así se formó el estado de opinión que desembocó en el desastre del 98. El son santiaguero se encargaría de resumir:

"Aquí ha llegado Cervera con su escuadra sin carbón y en el morrillo lo espera el Almirante Sansón".

Las enseñanzas que de este episodio deberían extraerse, en nada han servido a los responsables del actual estado de cosas en una Cataluña que, con potentes medios de información puestos a su alcance con recursos que son de todos, han ido inseminando a la población una "verdad absoluta", sectaria, formada por un mosaico de falsedades, entre otras, las que se corresponden con una edición "irreal" de la historia.

Al Almirante no le quedaría otra que obedecer las órdenes de sus mandos naturales y ordenar "¡clavad banderas y ni un navío prisionero!". Sus capitanes Paredes, Bustamante, Concas, Eulate, Lazaga, Moreu, Villamil, Carlier y Vazquez, y los 2.000 hijos de España que, sin fisuras ni deserciones, le siguieron a un combate que sabían perdido, obedeciendo esta -su última- orden emergieron con dignidad de las oscuras sombras de una España que, enferma e indefensa, conoció el ocaso de su Sol. Aquel día se tiñeron de rojo con sangre de 350 de los suyos las aguas orientales de Cuba y la vida del Almirante se salvaría gracias a la pericia y valentía de los Cabos de Mar Sequeiro y Llorca y la de su hijo y ayudante Ángel Cervera Jácome. Estuvieron donde nadie quiso estar y cumplieron lo que nadie supo cumplir y que no había más remedio que hacer.

Para entender lo sucedido al menos habría que leer el prólogo del libro La Escuadra del Almirante Cervera del catalán Concas Palau y su loa al "3 de Julio de 1898: Siempre se ha dicho ¡ay de los vencidos! pero ahora hay que agregar ¡ay de aquellos a quienes se envía para que sean vencidos!". Eso es lo que pasó, aquellos hombres lo perdieron todo pero dejaron intacto su honor. Su ejemplo en el cumplimiento de un deber impuesto les valió la gloria, algo muy difícil de alcanzar tras tamaña derrota militar.

Pascual Cervera antes del combate gozaba de sobrado prestigio. África, Pagalugán, Cuba, Carraca, Cartagena, Filipinas y Joló conocieron su pericia marinera, sus virtudes militares y su talante personal. Veinticinco años atrás había sido clave en la defensa de La Carraca frente al empuje de las fuerzas cantonales sublevadas en Cádiz y San Fernando. También en la recuperación de barcos de la Escuadra en Escombreras (Cartagena). Estas actuaciones le valdrían el nombramiento de Benemérito de la Patria por las Cortes de la I República que presidiera, brevemente, el catalán Pi i Margal que, con su política de "darle hilo a la cometa", puso a España en un brete de desaparecer, preludio de la actual corriente política cuyo primer punto del programa es la autodestrucción de una nación milenaria y, el segundo, procurar enfrentar a los ciudadanos.

A los muñidores de esta nueva edición "irreal" de la historia hay que recordarles que tanto en aquel pretendido encaje federal republicano como en el episodio cantonal, Cataluña estaba inmersa en el pleito dinástico luchando a favor de su pretendiente a Rey. Previamente, cuando la Gloriosa, el 18 de mayo de 1869 los comités de los partidos republicanos federales de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares rubricaron el Pacto de Tortosa para restaurar, precisamente, el Reino de Aragón.

Pascual Cervera era afable, comedido, responsable, serio y austero. Su buena educación le llevó a respetar a todos fuera cual fuese su condición o pensamiento. Era instruido y culto. Su ilustrado bagaje le sirvió para vivir en libertad y exponer su pensamiento de forma honesta y directa. Su colección de documentos destapó la verdad del desastre del 98 en el Consejo de Guerra que sufriría, junto con sus capitanes tras el cautiverio americano, del que resultarían absueltos. Esta es la tarjeta de presentación de nuestro Almirante, veamos cuál es la de la persona llamada a sustituirle.

Soplan vientos faltones porteños en la Ponencia del Nomenclátor del Ayuntamiento de Barcelona en su urgente necesidad de reescribir la historia. Lo que ha transcendido como mérito puesto en valor, en este caso, es una discutible calidad humorística a petición de unas amigas o viudas con las que, al parecer, se comunica por ondas paranormales y contempla, como mérito, cum laude, el que se reuniese en un bar de la zona para celebraciones particulares.

Lo cierto y verdad es que su actuación más relevante fue aquella, en la pública TV3, donde lanza aquel expeditivo "…puta España…" que no hace falta reproducir entero pues, sí, es de todos conocido y anotado: a esto le llaman cultura. Hay que estar enfermo para reír esta grosería como gracieta y más para dar categoría intelectual de humor, lo que es directamente insulto, violenta agresión a la inteligencia e innegable intención de generar odio. Por esto y no por otra cosa es por lo que se le conoce, y esta será la imagen venidera de la avenida principal de la Barceloneta.

Y a golpe, también, de disparatado insulto inspirado en esos faltones vientos porteños, se le han agradecido al Almirante los tres cuartos de siglo en los que prestó nombre a la ciudad, para vestir un barrio de profundo sabor marinero. Este adiós se ha dado entonando gritos de anacrónica incultura de quien debería dedicar algo de tiempo a instruirse dado el alcance de us actos.

A las buenas gentes de la Mar y a tantos catalanes sufridores de esta barbarie, nuestro Almirante se despide, a sabiendas de que sin cultura no es posible la libertad, con el mismo mensaje sosegado de amparo que no paró de repetir en su agitada vida: "la sociedad en que cada cual cumpliese con su deber, sería feliz".

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