Derechos de los trabajadores inmigrantes Repaso a la situación actual en el décimo séptimo aniversario de la convención de la ONU

Sueños atrapados en un mísero jornal

  • Cinco inmigrantes afincados en Cádiz relatan su vida, su huida de la pobreza buscando un futuro mejor en un país donde aún queda mucho por recorrer para que se respeten sus derechos; en la provincia suman casi los 20.000 que no provienen de la UE

El 18 de diciembre de 1990 la ONU aprobó una convención de los derechos de los trabajadores inmigrantes y sus familias. 17 años después, las cosas han mejorado pero no todo lo que debieran. 40 países han adoptado esta convención, pero la mayoría son emisores de inmigrantes, no receptores. España aún no la ha rubricado. Y ésa es la demanda que ahora, desde Cádiz, efectúa el secretariado Diocesano de Migraciones, con su director, Gabriel Delgado, al frente. Otro gallo cantaría para la cada vez mayor creciente población extranjera que se ha afincada en la provincia gaditana, huyendo de la miseria en sus países de origen. Los no comunitarios. Subsistiendo la mayoría con jornales míseros y jornadas maratonianas, sin asegurar muchos. Todo por un futuro mejor para los suyos.

En estos casos, las cifras ya se sabe que no reflejan el auténtico alcance que este colectivo ha adquirido en la provincia. Según el Instituto Nacional de Estadística, hasta el 1 de enero eran 36.726 los extranjeros empadronados. De ellos, 19.591 de países no comunitarios. La cifra se reduce mucho si se toma en cuenta otra estadística, la de residentes regulares, de la Secretaría de Estado para la Inmigración, que a 30 de septiembre de este año, contabilizaba 29.179 personas, 11.206 de fuera de la UE. El número baja aún más si tomamos como fuente al Ministerio de Trabajo: al 31 de octubre de este año, el total de trabajadores no comunitarios afiliados a la Seguridad Social era de 6.575.

Detrás de estas cifras, laten historias duras, sueños rotos o sólo cumplidos a medias. Y sobre todo, un enorme sacrificio y una pinzada de amargura al comprobar que, a pesar de contribuir a la riqueza de esta provincia, muchos no dejan de ser mano de obra barata que abarrota los nichos laborales que rechazan los trabajadores nacionales.

Cinco inmigrantes cuentan su historia a Diario de Cádiz. Cinco personas que, pese a dejarse la piel, aún hacen un balance positivo. Porque la vida les ha enseñado a conformarse con poco. Porque viven al día y les basta con que los suyos puedan tener la oportunidad que a ellos se les resiste.

ROSALVA POSADA cOLOMBIA

"Sólo deseo sacar a mi hijo de allí, que no lo maten como a su hermano y a mi esposo"

Hace ahora cinco años que esta colombiana con 59 primaveras a sus espaldas se vino a España. Para cuidar a una hermana suya que se moría de cáncer en el hospital de Puerto Real. Tras el fatal desenlace, la necesidad la obligó a quedarse. "Allí no hay de qué vivir. Será que somos mucha gente. Y hay mucha violencia. Me quedé aquí para tratar de salvar a mi hijo pequeño. A todos los demás me los han matado allí. A m i esposo, a mi hijo mayor, a mi padre, a mi hermano. Me quedé para conseguir ahorrar para poder salvar al único hijo que me queda". Desde que llegó, ha estado trabajando en casas, limpiando, cuidando ancianos. "Así me he ayudado para que mi hijo pequeño terminara de estudiar en Colombia. Pero quiero sacarlo de allí. Y por fin se me va a realizar el sueño". Logró los papeles gracias a un contrato para cuidar a una mujer mayor que fallecería poco después. Ahora, trabaja de diez de la noche hasta la una del mediodía del día siguiente. Gana 600 euros. Apenas gasta. Todo lo manda a Colombia, para su hijo y la señora que está con él, una prima suya. "Yo quisiera que él viniera aquí a estudiar. Pero que estudie, que sirva para algo el sacrificio. Porque todo lo hacemos por la familia". Dice que es muy duro dejarlos para venirse a trabajar. Algunas pierden a sus maridos, que terminan con otras allí. Y sus hijos cogen mal camino. "Y viene uno lleno de ilusiones, para que estén bien. Es un sacrificio muy grande", susurra. Sus enormes ojos, dotados de una increíble fuerza interior que atrapa, sonríen a la cámara. Se emociona al desvelar que habla por teléfono con su hijo casi todos los días. "No soy capaz de estar sin hablar con él, aunque sea un minutico. Papito, cómo estás, le digo. Bien mami". Y se queda ya tranquila. Dice que ha sido afortunada. Que la han tratado bien aquí, todas las personas para las que ha trabajado. Pero no todos han tenido la misma suerte. Pese a las tragedias que la han sacudido, es feliz con muy poco. "Yo me adapto fácilmente. No me complico. Le busco el lado bueno a todo. Hay que seguir adelante". Por supuesto, por su hijo. "Apenas está empezando a vivir. Tiene 20 años". Volverá quizá algún día a Colombia. Pero sólo "para visitar a mis muertos".

AHMED KHALDI MARRUECOS

"No quiero decir que estemos como esclavos, pero el Gobierno debe controlar más"

Ahmed es casi un privilegiado. Casado con una jerezana, lleva 18 años en España, y logró la nacionalidad hace siete. Tiene 43 años, y dos hijos, a los que aún no ha tenido tiempo de enseñarles el árabe porque está dedicado en cuerpo y alma a velar por los suyos, por los compañeros que, como él, llegan aquí, como los españoles hace décadas se iban, en busca del sueño americano. Desde el principio estuvo trabajando en varias asociaciones de inmigrantes. Ahora, está en paro. Viven de lo que gana su mujer, que trabaja en una zapatería infantil, y dedica casi todo el día a llevar la asociación que ha creado, Aladl, Justicia en marroquí. Un nombre que viene como anillo al dedo a la labor que realiza, conseguir que los extranjeros que llegan a tierras gaditanas sean conscientes de sus derechos. También trata de sensibilizar a los nacionales, transmitirles que hay que dejar los perjuicios al margen (se queja del daño que el terrorismo ha hecho al Islam y sus gentes) y juzgar a los inmigrantes por lo que hacen. Por su trabajo. "El inmigrante es una riqueza para la sociedad. La Seguridad Social crece gracias a nosotros". No puede reprimir una mueca de disgusto al poner el dedo en la llaga de la auténtica realidad, que los inmigrantes trabajan en lo que los españoles no quieren, en el servicio doméstico, en la construcción, en la hostelería, .... "No quiero decir que estemos como esclavos, pero hay casos que ... Los inmigrantes deben informarse que hay que trabajar 40 horas a la semana, ocho al día, y hay gente trabajando 60. Y con contratos de media jornada. El Gobierno debiera controlar más". Se indigna cuando recuerda que peor están las mujeres, condenadas muchas veces a ser internas. "Muchachas que están perdiendo su vida. Mandan el dinero a su país. Y no se pueden casar ni tener hijos para no quedarse sin trabajo". Por eso recomienda a los inmigrantes que se informen, que acudan a las asociaciones para saber cuáles son sus derechos. También sus deberes. "Si tienes respeto a los demás, te respetan. Y tenemos que dar ejemplo". Lo interrumpen para recordarle que llega tarde para acudir a las dos y media de la tarde a su cita en la mezquita, en Jerez, donde se juntan 200 musulmanes los viernes. Español en los papeles, no reniega de sus raíces. Y presume de ellas.

ELBA TORRES ARGENTINA

"Vine a España para cambiar de vida, tenía que hacerlo tras superar un cáncer"

Sonríe al definirse a sí misma como una "solterona". Aunque de joven sí anduvo "en pareja", no cuajó. Tiene 63 años, y hace tres que dejó su Argentina natal para venirse a Cádiz, como empleada de la cónsul de su país en la provincia. "Quería cambiar de vida. Era una gran oportunidad". En su decisión pesó mucho el cáncer de mama que sufrió hace doce años y que logró superar. "Después de eso, pensé más en la vida. Por eso también me decidí a venirme". Allí sobrevivía con sus ingresos de modista. Aquí trabaja como interna, por fin ya asegurada, con el sueldo mínimo. Y cuando le dan libre, va a la Casa del Obispo, al centro Tierra de Todos, para relacionarse con otros inmigrantes. Aunque su caso es distinto ( no tiene familia directa que dependa de ella), sí es consciente de que otros muchos lo pasan mal aquí. Quiere quedarse y que algún sobrino suyo venga "a buscar mejor vida".

DARWIN UBIDIA ECUADOR

"Se viene con muchos sueños pero las metas sólo se cumplen al 50%"

No se engaña. Aquí la jornada laboral "es excesiva", así que no se tiene tiempo para estudiar, para prosperar. Lleva en España cinco años, dos en Valencia y tres en Cádiz. Se vino por razones económicas, para dar una estabilidad a su familia, y siguiendo a su mujer, que había venido antes. Periodista de profesión, en su país trabajó durante 16 años en radio y prensa. Aquí no tiene trabajo de ello. "La realidad ha hecho que priorice a mi familia". El caso de su mujer es totalmente distinto. "Ella allí era ama de casa y hacía algo de venta informal. No había estudiado, no tenía posibilidades de acceder a un buen trabajo". Por eso ella aquí, donde, tras trabajar en casas y cuidando ancianos, ha logrado montar su negocio (una tienda de alimentación, en la que ahora trabaja Darwin), se siente completamente realizada. Él no. "Se viene con muchos sueños, pero las metas sólo se cumplen en un 50 por ciento". Tiene dos hijos. El chico está en Cádiz desde hace un año. La chica sigue allá. "Es muy duro separarse de los tuyos, pero es el precio que hay que pagar para lograr la estabilidad". Porque en su país, con un doctorado se ganan sólo 600 o 700 dólares. "Aquí en España no se exige nada para trabajar. En América, para ser conserje ya piden dos años de Universidad". Cree que el Estado trata a todos por igual, sin discriminación. El problema está en que muchos empresarios "abusan".

SUNDAY AYOOLA TAIWO NIGERIA

"Me da pena de los niños que me dicen negro por la calle. Es lo que les inculcan"

Hace casi ocho años que llegó a España. "Allí en mi país cuando sales de la Universidad, no encuentras salida. Así que decidí irme en busca de un trabajo digno". Por el día trabaja como gruísta, en un sector muy duro, el de la construcción, en el que "muchas empresas pagan peor a los inmigrantes, que trabajan además en peores condiciones". Por las noches está pluriempleado como portero de discoteca. Y entre medias, estudia la carrera de Economía que ya sacó en su país en la UNED. "Cuando uno anhela algo, se saca la fuerza y el tiempo necesario". Casado con una gaditana, está en trámites para nacionalizarse. Su balance es positivo, aunque "nadie te regala nada". Y resta importancia a algún episodio que otro que le ha tocado vivir. "Me da pena de los niños que me dicen negro por la calle. Es lo que les inculcan". "Da igual que seas africano o ucraniano. Todos somos iguales, seres que estamos construyendo bienestar social".

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