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EL SEXTANTE DEL COMANDANTE

¿Melón o sandía? Los caballeros del punto fijo

  • Militares y científicos. El sevillano Antonio de Ulloa fue el militar elegido para acompañar a Jorge Juan en el viaje a Perú de 1735 para la medición del grado de meridiano

Este mes de enero celebramos el aniversario del nacimiento en Sevilla en 1716 de Antonio de Ulloa, muerto en San Fernando ochenta años después. Marino, naturalista, escritor y genuino representante de la marina ilustrada de la época, fue, con Jorge Juan, uno de los conocidos por los indios de lo que hoy constituye territorio de Ecuador como los caballeros del punto fijo.

En 1732 ingresó en el Real Colegio de Guardiamarinas de Cádiz y dos años después fue comisionado junto a Jorge Juan a una expedición geodésica patrocinada por la Academia de Ciencias de París para medir el arco de meridiano en las proximidades del ecuador.

Tras su regreso a España fue destinado nuevamente a América, primero como gobernador de una extensa región de Perú y más tarde con el mismo cargo en La Luisiana. Organizó el servicio postal en América, restableció el funcionamiento de las minas de mercurio en Perú y reorganizó el sistema de flotas en el virreinato de Nueva España (México), donde fundó el importante astillero de Veracruz; le cupo también el honor de mandar la última gran flota que salió de Cádiz con dirección a América. Durante la expedición, que le llevó con Jorge Juan a medir el arco de meridiano, visitó Lima y Cartagena de Indias, encargándose de la fortificación de la primera ante el ataque previsto del almirante británico Anson y legando una descripción tan puntillosa de la segunda que sería utilizada más tarde por Blas de Lezo para preparar su legendaria defensa ante una flota de cerca de doscientas naves al mando del vicealmirante Edward Vernon. Esa victoria permite que hoy más de 400 millones de sudamericanos hablen nuestra lengua, razón, quizá, por la que los ingleses obvian esta batalla en sus libros de historia.

En esta misma expedición, Ulloa descubrió el platino, que introdujo en Europa en 1735. Destacado en labores de espionaje en varios países europeos, mientras Jorge Juan jugaba el mismo papel en Inglaterra, incorporó a España importantes descubrimientos en materia de construcción naval, farmacopea y mineralogía.

Fue ascendido a teniente general en 1779 y participó ese mismo año en el Gran Sitio a Gibraltar, que repitió al año siguiente como comandante de la Flota de Azores. Nombrado director general de la Armada, ocuparía el cargo hasta su muerte en la Isla de León en 1795. Está enterrado en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando. Uno de sus cuatro hijos, Francisco Javier, fue también marino y tomó parte en la batalla de Trafalgar. Llegó a ser ministro de Marina, director general de la Armada y capitán general.

Más allá de su brillante carrera militar, Antonio de Ulloa destacó principalmente en las labores científicas que desarrolló como oficial de la Armada.

Fundamentado en la sombra que proyectaba con ocasión de los eclipses, Parménides fue el primero en describir la redondez de la tierra. Veintitrés siglos después no se había avanzado mucho, y aunque la esfericidad se daba por hecha, existía un cierto cisma entre los científicos que imaginaban el globo terráqueo como una esfera perfecta y los que, como Newton, sospechaban que estaba achatada en los polos. La discusión no era baladí, puesto que según un caso u otro el grado de meridiano no sería igual en el ecuador que en los polos, lo que derivaba en errores en distancias con las consiguientes pérdidas de buques y de vidas humanas que en no pocos casos se contabilizaban como equivocaciones en la navegación debidas a la inexactitud de las cartas náuticas. ¿La tierra era un melón o una sandía?

Para salir de dudas, Luis XV ordenó a la Academia de las Ciencias de París dos expediciones con el objetivo de medir el grado de meridiano y comparar los resultados. La primera fue enviada a Laponia, en el Círculo Polar Ártico, y la segunda al virreinato de Perú, expedición ésta que España aceptó con la condición de participar con dos científicos. El concurso de Ulloa fue, en realidad, cosa del azar, pues el oficial seleccionado inicialmente no estaba disponible, por lo que fue sustituido por su compañero sevillano. La parte magra, la francesa, estaba representada por una serie de gallos de pelea que hicieron de la expedición un sufrimiento, y cuando se llegó a la conclusión de que el grado ecuatorial era sensiblemente mayor que el polar, lo que daba pábulo a la teoría newtoniana, los franceses se enredaron en una melé de argumentos contrapuestos que obligó a recurrir a la opinión de los oficiales españoles.

Jorge Juan y Antonio de Ulloa además de compañeros eran excelentes amigos. El alicantino tenía 21 años y el sevillano sólo 19, aunque contaban con una formación y volumen de conocimientos a prueba de gabachos. Ajenos a las disputas de estos y aprovechando la independencia de que gozaban, se olvidaron de las peleas de La Condamine y compañía y se aplicaron en vigilias saturadas de cálculos y durísimas jornadas de observación que requerían un enorme esfuerzo, hasta el punto de que para hacer las mediciones debían permanecer en ocasiones durante largas horas en el mismo lugar con el fin de que los cálculos fueran correctos. Ésta es la razón por la que los indios de la zona comenzaron a referirse a ellos como los caballeros del punto fijo. Contrastados los resultados obtenidos por unos y otros, los de los marinos españoles fueron seleccionados como los más pulcros a la hora de compararlos con los obtenidos en Laponia.

Además del cálculo que se buscaba, a su regreso a España, ya como tenientes de navío, presentaron una serie de prolíficos cálculos, los de Jorge Juan relacionados con estudios matemáticos e hidrográficos, y los de Ulloa con la parte histórica, geográfica y naturalista de la expedición. Otro tipo de cálculos, los astronómicos, firmados por ambos, les ocasionaron ciertos problemas con la Inquisición, ya que los oficiales de la Armada defendían la teoría copernicana, que coloca al sol en el centro del universo, frente a la doctrina oficial de la Iglesia, que sostenía que la tierra era el eje planetario. Se desconoce si se vieron obligados a abjurar de sus ideas como Galileo, murmurando entre dientes la proverbial defensa del astrónomo pisano: "Eppur si muove…".

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