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Provincia de Cádiz

Alcalá del Valle, un pueblo de emigrantes temporeros

  • El goteo de alcalareños a la vendimia o la recogida de fruta no cesa desde los años 50

La primera remesa de emigrantes temporeros partió de Alcalá del Valle sobre el año 1957, aseguran los más mayores del pueblo. Desde entonces hasta hoy el goteo no ha cesado. Casi ninguna familia de esta población se ha librado de tener a uno o varios de sus miembros como emigrante temporero en algún periodo de sus vidas laborales.

Y hay una estatua en una de sus calles que da fe de ello. Es la del emigrante temporero, que se alza en medio de esta villa rodeada de tierras de labor que recuerda su condición de población eminentemente agrícola. Pese a la introducción en la zona de una serie de cultivos sociales como el espárrago, Alcalá sigue irremediablemente emigrando. Lo demuestra, incluso, el alto porcentaje de votos por correo en las distintas elecciones, que han alcanzado, a veces, hasta los 900 sobres.

El pueblo exporta este año la mano de obra de unos 600 hombres y mujeres que han participado ya o lo hacen ahora en algunas de las campañas agrícolas en Francia. Muchos engancharán una campaña tras otra. Así, hasta el sur francés han acudido este año unos 450 alcalareños, que han participado en la recolección de frutales como el melocotón, nectarina o albaricoque. Por esas tierras continúan, de momento, un centenar más, que permanecerán hasta noviembre en la recogida de la manzana. A ello se sumarán los que iniciarán en breve la recolección de la vendimia, que rondará también casi el centenar de personas. Viajarán en autobús desde el pueblo hasta su destino.

Pero las cosas afortunadamente han cambiado para los emigrantes temporeros con el paso de los años. Las gañanías han pasado a la historia. Hoy Alcalá del Valle tiene abierto rígidos canales de comunicación con sus patronos franceses sustentados a base de decenas de años de emigraciones. Lo recuerdan, por ejemplo concejales como Tomás Carnero y Pepe Ponce o vecinos como Antonio Ayala e Isabel Marín. "La gente va a casas que se conocen de toda la vida", añaden. Dicen que ha cambiado la relación con los propietarios de las fincas; han mejorado las instalaciones que les proporcionan para vivir y las condiciones laborales. También los trámites a la hora de los contratos.

Unos llegaron como temporeros a Francia y se quedaron allí para echar raíces. Es el caso de Carlos Benjumea, de 75 años, que vive en la región de la Champagne con su mujer y sus cinco hijos y disfruta estos días de su pueblo y de las fiestas patronales de San Roque.

Otros saben que cada año les espera el viaje de ida y vuelta. La maleta de Isabel Marín, 52 años, se conoce de memoria el camino. Es emigrante temporera como lo fueron sus padres y ahora sus hijos. En estos días realiza los preparativos para viajar en breve a la vendimia francesa. Lleva haciéndolo unos 16 años. En un mes y medio regresará para volver a empezar. Esta vez en alguna campaña de la aceituna de verdeo, en alguna finca más cercana. A menos kilómetros de su casa.

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