En cada lágrima

Resolana

Pasa la vida por su atrio, donde recibe en su Esperanza. Embarcadero de peticiones y de acción de gracias con las que seguir en la travesía de cada uno, con sus afanes y dificultades. Percibí -celebrando ante Ella en los días en que era capellán del hospital de su nombre- tantos que al alba se ponían en su amparo de Madre, que derrota todas las sentencias de la vida. Tiene mi recordado hermano nazareno, Juan Alberto Fernández Bañuls, un precioso artículo sobre una mujer devota y sencilla, en sus idas y venidas de la lucha de su pan cotidiano a su devoción. Conozco esos rostros y los aprecio. Loli, criada en los callejones de lo que era vida de los suyos y huertas de la Macarena. Que a duras penas soporta el llanto cada vez que se le viene su Señor de la Sentencia y solo con su mirada, levanta cargas difíciles.

Habría que narrar el paisaje devocional de la provincia en sus desvelos por cuidar -a veces tan esforzadamente- su Semana Santa, tan única. Conozco esos nombres que siguen custodiando la memoria legada. Diego, que en estos días se afana por cuidar y bajar a su Señor crucificado de la Vera-Cruz. Pilar, nunca sola esta mujer por cuidar con los suyos de su Soledad. Nombres de fe transmitida y legada en sencillez y autenticidad, ajenos a la periferia de las cosas y al ruido. Quizás la clave más hermosa que descubres en los tramos de la vida, no es cuando buscas la devoción de una Imagen…sino cuando una Imagen te busca a ti. La ciudad y la provincia saben de estas historias. Conozco a Borja, que desde Ciudad Real le salió al encuentro la joven cofradía de negro de calle Feria, para quedarse en él.

Estos días he predicado en uno de estos pueblos, dejaba atrás el embarcadero de esperanza de la Resolana. Regresaba a la noche, sones lejanos de cornetas en la campiña y por la muralla. Por el atardecer malva de marzo, hay vida. El tamaño de nuestra esperanza.

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