De la marcha Saeta Sevillana, del maestro Gámez Laserna, vuelvo a peregrinar para hallarte en las tardes de marzo en la Basílica que nunca quiso dejar de ser ermita. Como esta música, todo me evoca su rostro expirante y su cofradía. Rotundamente poética, evocadora de elegancia antigua y de gracia de barrio, como el reflejo de luz que nos promete su Madre cuando nos despide su palio.

El Crucificado, la figura portentosa, da la vida fuera de la ciudad Santa, en el campo. Esta Imagen expirante habita para los suyos y los que le buscan. Te nombro y viene sobre nosotros la humanidad radical del Hijo de Dios. Ese "negarse a ser Dios" en la cruz que nos indicó el Papa emérito Benedicto. La ofrenda que pudo hacer Dios en su Hijo. Cachorro.

La Hermandad del Patrocinio conoce tantos espacios de expiración en la vida y se sabe continuadora del mensaje de su Señor en su larga historia. Dar vida donde otros ponen espacios de muerte. Cuando su rostro expirante en la tarde llegue al centro de todas las cosas y de la ciudad.

Cuando se nos venga encima, abrumadoramente, su figura de clamor sordo o silencio sonoro al lubricán de la tarde. Cuando los malvas del atardecer del Viernes apaguen los últimos brillos de este Sol de Dios de la trianera calle Castilla, sabremos cómo es su verdadero rostro.

A partir de ahí, sólo hay una manera cristiana de vivir: poner vida donde otros sólo ponen muerte. Su silencio -que canta la gloria de Dios- nos compromete a poner una palabra de perdón, en la que descansa su cuerpo ofrendado.

Su rostro nos promete el día de Pascua. Su expiración es anuncio. En el transcurso de la Palabra en la cruz, el Cachorro se ha venido dirigiendo a nosotros en una creciente intimidad. Como un rey, como un hermano y como un mendigo. Ésa es la dignidad de los humildes que su rostro esculpe.

En estos días he tenido el inmenso don de predicarle en su quinario y Él me ha devuelto todas las tardes en que le busqué.

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