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Tribuna

Alberto González Pascual

Profesor asociado de las Universidades Rey Juan Carlos y Villanueva de Madrid

La pobreza, ¿enfermedad insuperable?

Tres de cada diez andaluces son pobres. La tendencia continúa empeorando y desde 2009 la cifra de personas en la pobreza o en situación de exclusión social ha crecido en un millón

La pobreza, ¿enfermedad insuperable? La pobreza, ¿enfermedad insuperable?

La pobreza, ¿enfermedad insuperable? / rosell

La Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN-A) ha hecho público un informe que presenta un retrato sombrío de la realidad de la región: tres de cada diez andaluces son pobres (un hogar es pobre si gana menos de 8.000 euros al año). La tendencia continúa empeorando y desde 2009 la cifra de personas en la pobreza o en situación de exclusión social ha crecido en un millón. A esta situación se une que Andalucía es la cuarta comunidad autónoma con mayor índice de fracaso escolar y que el 33% de sus menores de 16 años están ubicados dentro de un hogar pobre o en riesgo de serlo.

Una de las conclusiones cuantitativas de los responsables de EAPN-A ha sido objetivar que para equipararse con otras zonas de España menos desfavorecidas se necesitaría un suplemento de ingresos anuales de 2.500 euros por hogar. Pareciera que la fractura social pudiera resolverse de un modo lineal e inmediato si alguien aportara esa cantidad (ya fuera la administración del Estado ya fuera pactando un incremento salarial en el sector privado). Sin embargo, por sentido común no parece que esa sea una solución estructural que resuelva el problema de fondo (aunque sí se lo parezca a la Junta de Andalucía cuando anunció en octubre una oferta de empleo público de 32.817 plazas para los próximos tres años pese a ser la tercera comunidad con más déficit de España en la primera mitad de 2017). En el otro extremo están los datos de la economía sumergida que nos dan el contraste de que el 29% del PIB andaluz queda fuera del control fiscal (la media en España no es manca con un 18%), lo que permite que, por ejemplo, muchas familias cobren subsidios a la vez que, para sobrevivir, acuden al campo para realizar peonadas.

El resultado de este círculo vicioso es la reproducción bidireccional de arquetipos regresivos sobre la mentalidad retrasada y una cultura del trabajo disminuida como referencia populista de los andaluces de clase más humilde. En una dirección se asienta la rémora de una identidad propia, que se lastra a sí misma y que arraiga especialmente en el ámbito rural, en la que el conformismo y el "seguir tirando" se convierten en pautas legitimadas por la propia comunidad, lo que desemboca en un cierto halo de victimismo en el que la reclamación de que sean "los otros" los que deberían ayudarnos solidariamente es un signo compartido en nuestro lenguaje político. En la otra, entre los que no son andaluces, surge la percepción despectiva de que todos trapicheamos y que la pereza o la falta de voluntad de la mayoría para conducirse con seriedad en casi cualquier asunto nos hace ser una gente avanzada únicamente en saber pasarlo bien. Este escenario siempre me sonó familiar pero fue releyendo la obra de Toni Morrison (premio Nobel de Literatura en 1993) cuando lo vi más claro y empecé a vislumbrar las semejanzas con el discurso de la segregación racial de los afroamericanos en EEUU.

Samuel Cartwright, una figura destacada entre los supremacistas blancos del siglo XIX, médico y dueño de esclavos, publicó en 1854 Informe sobre las enfermedades y peculiaridades físicas de la raza negra, elaborando absurdas justificaciones científicas para unos principios indignos. Según él, los negros sufrían dos enfermedades que explicaban su condición inferior. Una era la "drapetomanía", el deseo contranatural de querer fugarse y disfrutar de la libertad. La otra era la "dysaesthesia aethiopica", un letargo mental que les provocaba un estado de conciencia adormecido. Sus recetas eran simples: someterlos a una educación de obediencia ciega y proporcionarles un intenso ejercicio físico. Apenas nadie lo contradijo durante los siguientes cien años. No hay duda de que la raza ha sido un árbitro de la diferencia, del mismo modo que la riqueza, la clase social o el género.

El propósito de cualquier cientifismo ideológico es identificar a los que son diferentes y existen al margen del orden para posicionarse frente a ellos o, con otras palabras, alimentar sus propias creencias construyendo una imagen interesada de todo lo que queda fuera de ellas. Así se construyen los relatos románticos. La lucha por el control del poder continúa estando en el trasfondo de la situación histórica de Andalucía, lo cual deriva de los intereses de una clase social y política que se sustenta en las dependencias de los más débiles, sin preocuparse por indagar en cómo provocar su emancipación real, y de la aceptación de la situación dada por una parte de estos mismos explotados. Si no, ¿por qué se admite tan fácilmente la creencia de que la pobreza es una enfermedad insuperable para algunos?

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