Tribuna

José Antonio gonzález alcantud

Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada

La ínsula Barataria inundada

La ínsula Barataria inundada La ínsula Barataria inundada

La ínsula Barataria inundada

Los grandes clásicos literarios no nos defraudan porque sea cual sea la situación siempre nos ofrecen metáforas aplicables a nuestro tiempo. Leí en una breve aportación al debate cervantista que ha tenido cierta fortuna, el Cervantes libertario del profesor Emilio Sola, que los quijotistas se dividen en dos grupos bien definidos: cervantistas propiamente dichos, es decir aquellos a los que la figura enigmática de Cervantes, hombre de tantos mundos, les seduce, por la problematicidad que arrastra su biografía misma; y la de los quijotistas, más cercanos al héroe literario de Cervantes, con sus anhelos indeclinables de libertad imaginaria, labrada en la ironía. Para Sola, los cervantistas suelen ser libertarios, los quijotistas, conservadores. Desde luego, los hermeneutas de hoy no pueden prescindir al leer El Quijote de tener presentes los pasos y sufrimientos del Cervantes real, malviviendo en aquella su sociedad hermética e inquisitorial que a pesar de todo amaba por la calidad del pueblo menudo.

Sea que los acontecimientos actuales de Cataluña admitan a fragmentos una lectura cervantina. Veamos. Cuando el duque de Villahermosa le ofrece a Sancho Panza, ese español por antonomasia, la ínsula Barataria, se la otorga como algo prístino y sólido: "Sancho, amigo, la ínsula que yo os he prometido no es movible ni fugitiva; raíces tiene tan hondas, echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones". Ofrecimiento al que acaba respondiendo Sancho: "Venga esa ínsula; que yo pugnaré por ser tal gobernador que a pesar de bellacos me vaya el cielo, y esto no es por codicia". Lo hace por puro placer de gobierno: "Por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador". Y el duque en plan seductor, tomándole el pelo, le contesta: "Si una vez lo probáis, Sancho (…), comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido". Así las cosas, cabe interpretar que en Cataluña, y no en mitad del Ebro, donde se dice que estaba la tal Bataria, se me representa haberse querido fundar otra ínsula tormentosa llena de alucinaciones. Ficción, para colmo, que está acabando en una suerte de pesadilla, como para Sancho lo fue el gobierno de su ínsula de pacotilla.

Empero, la cosa no acaba ahí. Cuando donde Quijote y Sancho encaminan precisamente sus pasos desde Bataria hacia Barcelona, tienen una pelea cuerpo a cuerpo amo y criado, en la cual sale vencedor Sancho. La palabra "traidor", ahora tan de moda en el argot político y tan insensata en su uso, hace su aparición. Dice Don Quijote: "¿Cómo, traidor, contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves?". Y responde Sancho, como auténtico español, que no reconoce más autoridad que la suya propia: "No quito ni pongo rey (…), sino ayúdome a mí, que soy mi señor". Ya se sabe que, en lo tocante a autoridad, el español manda hasta en su hambre y, por supuesto, en su casa, donde hace en el colmo de su satisfacción lo que le da la gana.

En fin, en la estadía catalana tienen tantos lances los amigos, que "al salir de Barcelona volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído, y dijo: "¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se oscurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!". A lo que vuelve a apostillar Sancho: "Si cuando era gobernador estaba alegre, agora que soy escudero de a pie, no estoy triste; porque he oído decir que esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza". El azar ha caído con toda su fuerza justificiera sobre esta su malaventura catalana, de la que salen escaldados nuestros héroes.

Son reflexiones sobre el poder que en su deambular adquiere siempre raíces territoriales, puesto que la ínsula era algo bien enraizado donde plantar un imperio. Pero si entonces la fortuna hizo caer por tierra a caballero y escudero, ensalzándolos en una lucha cuerpo a cuerpo, antes siquiera de entrar en Barcelona, qué decir de hoy cuando se han impuesto la modernidad líquida, el flujo de las cosas sin identidades sólidas -dixit Z.Bauman-, en la que combatimos a diario para no caer el basurero de la nada. Creo que Cataluña -"su" Cataluña- con este movimiento en falso, inspirado en Barataria, ha sido derrotada por la modernidad líquida. La España sólida, eterna e inamovible, también. Cuando entra el agua en una casa lo mejor, dicen los albañiles, es renunciar a controlarla, y abrirle un boquete por donde salga. La modernidad líquida, la vida líquida, contemporánea nos lleva a navegar, más que cabalgar, con don Quijote y Sancho, urdidos por un irredento libertario como Cervantes, a sabiendas de que nos acercamos a un momento quién sabe si trágico o cómico.

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