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Tribuna

óscar eimil

Jurista y escritor

Nuestra idea de España

Una única nación es la mejor garantía de igualdad entre sus ciudadanos y del reparto equitativo de su riqueza, que encuentra su fundamento en el principio de solidaridad

Nuestra idea de España Nuestra idea de España

Nuestra idea de España / rosell

No se dejen engañar con cantos de sirena! No existe ninguna razón, absolutamente ninguna, para que permitamos que Cataluña reciba alguna ventaja en el día después, cuando las cosas vuelvan a la normalidad. ¡Estén ustedes atentos!, porque ya se empiezan a escuchar voces, algunas muy relevantes en la política nacional, que persiguen convencernos exactamente de lo contrario: de que el encaje de Cataluña en España -no sé muy bien lo que hay que encajar cuando lleva siglos encajada- sólo será posible en el futuro si le concedemos a esa región española un estatus especial. Y todos sabemos bien lo que significa la palabra especial en estos casos. Todos conocemos perfectamente qué es el privilegio y lo que se esconde detrás.

La experiencia de estos cuarenta años de democracia, en lo que se refiere a la organización territorial del Estado, demuestra palmariamente al menos una cosa: que el trato especial conduce a la desigualdad. No es una casualidad que las dos únicas comunidades autónomas con un régimen especial de financiación -País Vasco y Navarra- dispongan de más recursos para sus ciudadanos que el resto, lo que se traduce en una mayor renta per cápita y, por tanto, mayores niveles de bienestar; un bienestar que -no lo olvidemos- se está transfiriendo a los que viven allí desde el bolsillo de las personas que vivimos en otras partes de España. Por eso, escandaliza verdaderamente estudiar las estadísticas nacionales de, por ejemplo, salarios y pensiones. No es aceptable -en verdad no tiene un pase- que las pensiones que se cobran, por ejemplo, en Bilbao sean mucho más altas que las que se perciben en Sevilla, o que los sueldos que se cobran en Pamplona sean bastante mejores que los que se perciben en Badajoz.

Si ésta es la experiencia que tenemos, y que contradice en sus más íntimos fundamentos el principio de igualdad de todos los españoles ante la ley, que es uno de los pilares básicos de la arquitectura institucional de España, no tendría ningún sentido que, ahora, para resolver el problema que ha creado la élite extractiva catalana -en un plan perfectamente diseñado desde hace décadas para quedarse con toda la riqueza que han generado allí millones de españoles-, consintamos como antaño, para evitar problemas en el día a día, que se salgan una vez más con la suya y consigan un sistema de financiación que privilegie a los catalanes frente al resto de los españoles.

Porque esa es la clave de la plurinacionalidad de la que, muy insensatamente, hablan algunos estos días, cuando Puigdemont y sus muchachos han estado a punto de abrir España en canal.

Miren, Cataluña nunca ha sido históricamente ni una nación ni una entidad política independiente, y si nunca lo ha sido, no sé muy bien por qué lo va a ser ahora.

En el siglo XII, cuando comienza toda esta historia, hubo un rey de Aragón -el cuarto-, Alfonso el Batallador, el conquistador de Zaragoza, que murió sin descendencia y dejó su reino en herencia a las órdenes militares. Tras el desbarajuste que esto supuso, los nobles ofrecieron el trono a su único hermano, un obispo llamado Ramiro, al que la historia llamaría el Monje. Este Ramiro consiguió, mal que bien, a pesar de la tonsura, engendrar una hija, Petronila, a la que a la edad de un año comprometieron en matrimonio con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV. De esa unión nació, años más tarde, Alfonso II que sería rey de Aragón y conde de Barcelona. Con el paso de los años los restantes condados de la Marca Hispánica -tal y como se llamaban entonces los que hoy llamaríamos condados catalanes-, el de Cerdaña, el de Urgell, el de Pallars, el de Besalú, el de Ampurias y el de Valspir, se irían uniendo poco a poco a esta nueva entidad política independiente que fue el reino de Aragón, que permaneció como tal hasta la unión definitiva de los reinos de la Península bajo una sola monarquía a comienzos del siglo XVI.

A partir de ahí, es cierto que hubo a lo largo de los siglos revueltas contra el poder central en algunas zonas de lo que hoy conocemos como Cataluña, como la de Pau Claris en el siglo XVII, la Guerra de Sucesión en el XVIII, las Guerras Carlistas en el XIX, la astracanada de Companys en el XX y la payasada de Puigdemont en el XXI. Pero eso no significa que sean una nación.

Por tanto, no se dejen engañar -tal y como les decía al principio- por los cantos de sirena de la plurinacionalidad. España es y ha sido siempre una única nación, rica en su diversidad. Una única nación que es la mejor garantía de igualdad entre sus ciudadanos y del reparto equitativo de su riqueza, que encuentra su fundamento en el principio de solidaridad, esa palabra a la que los secesionistas catalanes tienen tanta alergia.

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