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Tribuna

Sebastian rinken

Científico titular del Instituto de Estudios Sociales Avanzados

La gobernabilidad de Alemania

Aunque la situación no tenga nada que ver con la República de Weimar, es cierto que la memoria histórica obligaba a los partidos democráticos para alcanzar un acuerdo

La gobernabilidad de Alemania La gobernabilidad de Alemania

La gobernabilidad de Alemania / rosell

Suele reprocharse a los actores del sistema político español una escasa disposición para anteponer el interés común a sus fines partidistas. Reproche este que muchas veces, se ilustra con una mirada comparativa hacia países donde la cultura política estaría imbuida de mayores dosis de responsabilidad y sentido de Estado. Alemania suele figurar entre estos ejemplos virtuosos, gracias entre otros motivos a la contrastada capacidad de los partidos políticos alemanes para formar gobiernos de coalición. Desde la fundación de la República Federal en 1949, los partidos nunca han defraudado la expectativa de que, nada más terminar la contienda electoral, serían capaces de sobreponerse a las diferencias programáticas que habían enfatizado durante la misma: al inicio de cada legislatura, los competidores-convertidos-en-socios consiguieron acordar detallados programas de acción gubernamental. Incluso, en tres ocasiones (1966-69, 2005-2009 y 2013-17), se formaron coaliciones entre los partidos mayoritarios, de orientación socialdemócrata y democristiana respectivamente.

El reciente fracaso de las negociaciones de coalición en el país germano obliga, sin embargo, a replantearse estos esquemas. Rebobinemos: las elecciones generales del pasado mes de septiembre originaron una fragmentación sin precedentes del Parlamento alemán. Nada menos que seis partidos consiguieron representación (siete si contamos por separado al CSU bávaro, hermanado con la CDU de Merkel). Las dos principales formaciones cosecharon resultados históricamente bajos, apenas superando el 55% de los votos entre ambas, casi 14 puntos menos que cuatro años atrás. En cambio, los partidos pequeños mejoraron sus posiciones; la nacional-populista Alternativa para Alemania (AfD) se alzó como tercera fuerza política. La misma noche electoral, los socialdemócratas se negaron a formar nuevamente parte del gobierno -en parte para frenar el desgaste ocasionado por su papel como socio menor de la Gran Coalición durante la anterior legislatura y en parte, para impedir que los ultraderechistas pudieran ejercer como primer partido de oposición.

Ante esta situación, la aritmética de escaños admite una única opción: una coalición Jamaica, así denominada por los colores insignia de los partidos democristiano, liberal, y ecologista. Se vislumbraron negociaciones inevitablemente difíciles, pero no insalvables; las diferencias programáticas entre Liberales (FDP) y Verdes obligarían a ambas fuerzas a hacer concesiones ingratas a sus bases, pero cabía auspiciar que a la postre prevalecería la responsabilidad compartida de los partidos democráticos por garantizar la gobernabilidad del país. Previsión más descontada si cabe, dada la capacidad de Merkel para salvar disyuntivas complicadas.

No pudo ser: después de semanas de tira y afloja, el FDP ha declarado rotas las negociaciones. Salvo milagros de última hora, los alemanes serán llamados nuevamente a las urnas. Era precisamente este el escenario que el sentido de Estado aconsejaba evitar, dado el riesgo de que los nacional-populistas pudiesen aprovecharse del desacuerdo de las fuerzas democráticas. Aunque la situación actual no tenga nada que ver con el envenenado clima revanchista que acabó por dinamitar la República de Weimar, es cierto que la memoria histórica obligaba a los partidos democráticos para alcanzar un acuerdo.

Queda por ver cómo termina esta película. De momento, el rol del malo parece interpretarlo el partido liberal. Quizás el FDP anhelara amortizar las corrientes de la opinión pública más contrarias a la política migratoria de Merkel, y que en septiembre habían aupado al AfD. La política de inmigración fue uno de los puntos de fricción entre las posturas aperturistas y garantistas de los Verdes, por un lado, y las reticencias de liberales y buena parte de los democristianos, por otro; concretamente, el litigio se refirió al derecho de reagrupación familiar de personas refugiadas. La política migratoria ofrecería así la oportunidad al FDP para marcar distancias respecto del CDU/CSU. Objetivo este que interesa vivamente a un partido traumatizado por el riesgo de que se le perciba como subalterno: los liberales perdieron representación parlamentaria en 2013, después de haber gobernado en coalición con los democristianos. Cabe advertir que semejante cálculo electoral resultaría muy arriesgado, entre otros motivos porque el FDP es débil en el sureste alemán, principal feudo del AfD.

Las consecuencias inmediatas del impasse son tangibles. Hasta que se resuelva la crisis de gobernabilidad en su primera economía, poco o nada se moverá en Europa. Y desde luego, nadie garantiza que una nueva convocatoria electoral producirá resultados más propicios al acuerdo.

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