Tribuna

Gumersindo ruiz Rafael Padilla

Economista

Un futuro en que creerTiempos de inquietud

La política del norteamericano Bernie Sanders es muy realista. Conoce las dificultades de la clase media venida a menos

El libro de Bernie Sanders, aspirante a presidente de los Estados Unidos, derrotado por Hilary Clinton, lo entregó a la imprenta en septiembre, antes de la victoria de Donald Trump; aunque en él hay referencias a este personaje y a sus negocios, el tema de fondo es la propia campaña de Sanders. Su título, Nuestra revolución: un futuro en que creer, narra una batalla que Sanders pierde, pero en la que consigue plantear temas poco habituales en Estados Unidos, como la desigualdad y el declive de la clase media, el poder de la oligarquía económica y la corrupción del sistema democrático, las políticas fallidas de educación, sanidad, inmigración, la falta de protección de las personas más vulnerables, y un libre comercio que beneficia sobre todo a los directivos de las empresas implicadas. Aunque algunas de estas cosas -sobre todo lo que ocurre con la sanidad y el dinero en las elecciones- son inconcebibles para nosotros, otras pueden ser motivo de reflexión sobre nuestra realidad más próxima.

Sanders es un independiente socialista integrado en el Partido Demócrata, congresista, senador y alcalde en la ciudad de Burlington, en el pequeño estado de Vermont. En 2016, con 75 años, compite con el poderoso entramado de los Clinton para ser el candidato demócrata a la presidencia; su campaña es peculiar y excepcional: se financia con pequeñas donaciones de millones de simpatizantes, no hay agresión verbal a los contrincantes, y sí un debate ancho en el desarrollo de medidas, alto de miras, y profundo sobre las ideas.

El libro es un inventario de los males de la sociedad norteamericana, pero no es sólo crítica, pues presenta soluciones, dificultosas y que requieren tiempo, pero bien articuladas. Un tema que llama especialmente la atención es que en el país de la democracia, Sanders sostiene que algo funciona muy mal cuando la gente no va a votar; en las elecciones últimas casi la mitad de los votantes no participaron. La falta de centros electorales hace que en las áreas pobres haya que desplazarse lejos para poder votar; por motivo de dónde viven, el tiempo medio de espera para emitir el voto es de 11,6 minutos para blancos, y 23,3 para negros; hay estados en los que es difícil acceder a los centros donde se dan las tarjetas de identificación, y personas que no pueden ir a votar porque faltar al trabajo es una cuestión de subsistencia; y, en fin, al 2,5% de la población se le impide votar por algún delito del pasado. Sanders cuenta cómo, en 2010, por cinco votos a cuatro el Tribunal Supremo decidió que cualquiera puede dedicar dinero ilimitado para apoyar a un político, lo que lleva a que los ultraconservadores hermanos Koch gasten por su cuenta y para sus candidatos al Senado y al Congreso, más dinero que los dos partidos Demócrata y Republicano juntos.

La verdadera democracia, dice Sanders, es aquella en que la gente sabe que se pueden cambiar cosas y vota; no, la que elección tras elección deja un sentido de frustración que aleja a los ciudadanos de las urnas. La verdadera libertad es la de tener un trabajo con un horario que no supere las 40 horas, y un salario que permita vivir fuera de la pobreza; no que las empresas inviertan caprichosamente, evadan legalmente impuestos y paguen cantidades extravagantes a los directivos. Los valores familiares pasan por tener tiempo y medios para ocuparse de los hijos, una vivienda digna, caer enfermo y que ello no suponga una ruina; no atacar el aborto, los derechos de los homosexuales o la educación pública.

La política de Bernie Sanders es muy realista. Conoce las dificultades de la clase media venida a menos; sabe el problema que es cuando un niño se ponen enfermo, no hay con quién dejarlo y no se puede faltar al trabajo. Es sensible al hándicap social y laboral que supone no poder arreglarse una dentadura muy deteriorada; la tensión de tener varios trabajos mal pagados para ganar un sueldo de subsistencia; y la depresión de caer en los sistemas públicos de ayuda. No es extraño que le hayan llamado populista, pero el populismo a veces no se emplea para ganar elecciones, sino para representar a la gente y reflejar sus expectativas y sentimientos, con propuestas sobre las que existe la convicción de que son viables. La idea de nación de Sanders queda reflejada perfectamente en esta frase que abre el penúltimo capítulo del libro: "Una gran nación se juzga no por cuántos billonarios tiene, o por su presupuesto militar, no se valora por la codicia de sus grandes empresas, sino por cómo trata a sus ciudadanos más débiles y vulnerables. Una nación verdaderamente grande es la que está llena de compasión y solidaridad".

EL año nace lleno de incógnitas, algunas de singular trascendencia. Tanto en lo político como en lo económico, en el ámbito nacional o en el internacional, surgen por doquier amenazas y peligros que no anuncian precisamente un período de cierto sosiego. Empezando por lo más grave, en 2017 continuará golpeando el terrorismo yihadista: justamente el hecho de que el EI pierda territorio en Siria e Iraq multiplicará, según afirman los expertos, la probabilidad de que atente en el resto del mundo y especialmente en Europa.

En política internacional tampoco parece haber asomo de tregua: la victoria de Trump y las dudas que ésta atrae sobre el futuro papel de los Estados Unidos en el escenario global, introducen un obvio factor de inseguridad. Junto a ello, las expectativas reales de triunfo que mantiene Le Pen en Francia, las dificultades que afrontará Merkel para contener a la ultraderecha y conservar el poder en Alemania, la apertura de la laberíntica negociación del Brexit, la tambaleante inestabilidad italiana o el visible incremento de la influencia de Rusia dibujan un horizonte francamente brumoso.

Poco cambia en política nacional: la debilidad del gobierno popular aparejará una continua tentación de convocar nuevas elecciones. Es cierto que existen síntomas que permitirían augurar un retorno al bipartidismo de hecho. Pero la sangría del voto socialista, la propia fractura interna del PSOE y los réditos que su desplome aportaría a Podemos quizá inclinen a Rajoy a dar por concluida prematuramente la legislatura. Todo ello sin olvidar el sempiterno conflicto catalán: los más optimistas señalan que los independentistas seguirán yéndose sin irse, aunque anda el patio como para fiarse de pronósticos cándidos.

En lo económico, al cabo, también despuntan incertidumbres de peso: la complicada coyuntura de una China que tratará de evitar una guerra comercial con los norteamericanos, la prevista e inquietante paridad entre el euro y el dólar, el camino que sigan los tipos de interés, el indeciso comportamiento de las Bolsas, el paulatino -pero firme- incremento del precio del petróleo o el quebradizo porvenir de los fondos de inversión en renta fija, factores todos a los que el españolito debe adjuntar sus propias cuitas, son elementos que confirman lo delicado y preocupante del momento.

Me dejo, claro, mil aristas. Pero basten éstas para subrayar las sombras del oscuro y azaroso tiempo que nos llega.

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