Tribuna

aquilino duque

Escritor

Los extraños libros de un raro escritor

Luis Loayza es de esos escritores extraordinariamente dotados que tienen tal amor y tal respeto por la literatura que consideran que leer es más importante que escribir

Los extraños libros de un raro escritor Los extraños libros de un raro escritor

Los extraños libros de un raro escritor / rosell

Me llega la noticia del fallecimiento en París del escritor peruano Luis Loayza el lunes 12 de los corrientes y con ese motivo quisiera reproducir aquí como recordatorio la crónica que le dediqué hace unos años con motivo de la aparición en España de un libro suyo y que se publicó en la revista sevillana Renacimiento.

A fines de los 60 y en Ginebra, mi compañero de trabajo Luis Loayza me dejó unos escritos suyos. Recuerdo que era un ensayo crítico sobre Sebastián Salazar Bondy y el argumento principal era, en aquellos tiempos de euforias revolucionarias, un argumento en el que concurrían otros como Julio Cortázar, por ejemplo, que escribir bien era la mejor aportación de un escritor a la revolución. El ensayo creo que versaba sobre el teatro de Salazar Bondy, un teatro que acaso valiera la pena desempolvar en estos tiempos de crisis de la creación teatral en nuestro idioma. Luis Loayza siempre fue persona retraída y discreta, poco dada al chisme y a la intriga literaria, y tan exigente consigo mismo que nunca escribió una línea que no fuera la justa. Sus inicios son los mismos de otros jóvenes peruanos, entre ellos Vargas Llosa, encandilados con la Francia de Sartre, por más que alguno de sus mentores, como don Raúl Porras, procurara orientarlos hacia la tradición literaria de la lengua materna. No recuerdo si era Porras Barrenechea o Miró Quesada el que en una ocasión les ponderaba las bellas ciudades de la Madre Patria, hasta que uno de los jóvenes le dijo: "Bueno, don Raúl (o don Aurelio), ¿y cuál de ellas le gustaría para vivir?". La respuesta del prócer fue fulminante: "¡París, carajo!" En aquellos inicios limeños sería injusto omitir el nombre de Raúl Deustua, poeta más que discreto.

Luis Loayza es de esos escritores extraordinariamente dotados que tienen tal amor y tal respeto por la literatura que consideran que leer es más importante que escribir. Algo de esto le pasaba a nuestro Eugenio Montes. Si El avaro, esa joya juvenil en la que el cuento breve linda con el poema en prosa, u Otras tardes, bello muestrario de la mejor cuentística hispanoamericana, no dieran fe de su rigor verbal, de su enfrenada fantasía, de su agudeza de visión, Loayza sería uno de esos contados lectores en los que piensa cuando escribe cualquier autor para el que la literatura sea algo más que un negocio. Prueba de ello es Libros extraños, una recopilación de crónicas literarias que es, valga la redundancia, una lección de lectura, de buena lectura, de lectura inteligente. Y es que las reflexiones sobre algunos extraños libros extranjeros nacen de la profunda convivencia con ellos que supone la labor de traducción, como es el caso de De Quincey. Pero es que también sobre un libro sobre el que todos han escrito y del que todos han tomado algo, que es el Ulises, proyecta Loayza insólitos rayos ultravioleta y se remonta a las lecturas tomistas de los personajes de Joyce, es decir, del propio Joyce. Y de este modo saca a la luz y pule y abrillanta las muchas piedras preciosas que hay en ese magma confuso. Baste decir que, después de leer el ensayo de Loayza, entran ganas de releer el Ulises. Yo confieso que nunca lo hubiera leído de no ser por Ezra Pound, y una labor muy distinta de la de Pound, pero de parigual eficacia, es la que al respecto hace aquí Loayza. A Las mil y una noches, a la intrigante duplicidad de Simbad el Maligno, como él lo llama, puede que llegue Loayza empujado por el Stevenson de las Nuevas mil y una noches, y en las páginas de Balzac descubre agazapado el tigre de esas enfermedades innombrables que antes se reducían al trópico y ahora caen como maldiciones bíblicas sobre el hombre blanco. No son extranjeros todos los libros extraños que inquietan la mente de Loayza. Ahí está el Borges visto por Rodríguez Monegal con la vista desleída en visiones cosmopolitas, entre libros que nunca se escribieron y laberintos por los que desfila una procesión de fantasmas.

Un ensayo sólo es válido cuando contiene ideas y aporta datos, y no hay ni uno solo de los de este libro que no cumpla esa misión; pero es que además la prosa limpia y ajustada con que están redactados, la combinación de ideas y de referencias, hacen que se los lea como el que lee una colección de ficciones, de ficciones ejemplares. Al fin y al cabo, en sus Novelas ejemplares metió Cervantes a Loayza por la misma regla de tres que Pierre Menard escribió el Quijote.

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