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Tribuna

josé maría agüera Lorente

Catedrático de Filosofía

El desvanecimiento de la izquierda

Ahora, la construcción de muros es una opción válida para muchos dirigentes cuando hace décadas se entendía la caída del muro de Berlín como un imperativo moral

El desvanecimiento de la izquierda El desvanecimiento de la izquierda

El desvanecimiento de la izquierda

"Si reclamara más justicia me tacharían de carroza y, sin duda alguna, de prisionero de una ideología de otra época".(André Comte-Sponville)

EL final de la historia es la tesis que el politólogo Francis Fukuyama hizo pública en su obra finisecular titulada El fin de la historia y el último hombre. Sostener que la historia había llegado a su término equivalía a declarar la conclusión definitiva de la pugna ideológica como resultado del final de la Guerra Fría. La caída del muro de Berlín significó que por fin la democracia había vencido y quedaba expedito el camino hacia el libre mercado global, el único capaz de ofrecernos un horizonte de prosperidad. La utopía (socialista) ha muerto, viva la utopía (capitalista).

El caso es que, en la actualidad y como ya pronosticó el filósofo inglés John N. Gray, "la socialdemocracia europea ha sido eliminada de la agenda de la historia", ya que carece de respuestas para afrontar "los males del capitalismo desordenado". La prueba más inmediata para nosotros de que esta sentencia es compartida por un sector significativo de los políticos en activo es la urgencia indisimulada con la que el partido Ciudadanos la ha borrado de su ideario para abrazar el liberalismo progresista en su reciente asamblea de febrero. Y no sólo la socialdemocracia, sino toda la izquierda ha ido como desvaneciéndose desde finales del siglo pasado.

Es difícil explicar por qué una ideología concreta se pone de moda en un determinado momento, como fue el caso del fascismo en los años treinta del siglo XX, y por qué otras caen en desgracia como le ocurre actualmente al socialismo democrático. No obstante, tengo para mí que la tesis del fin de la historia es ciertamente muy dañina para el pensamiento de izquierdas. Dar por conclusa la historia implica una sentencia definitiva que no admite recurso. Significa que ya no hay más que decir ni novedad que esperar. No ha lugar a la creatividad frente a un estado de cosas que ha sido legitimado por el veredicto de la historia. Si se interioriza esta idea, sólo queda la resignación. Es lo que subyace al "es lo que hay", que rige como lema en el discurso político predominante, y que da por definitivo lo "establecido". Me inclino a pensar que en la izquierda finisecular y en la que en nuestros días participa en la política europea hay una cierta merma de ese sentido histórico que, genéticamente, contribuyó de manera primordial a forjar su ideario.

Diríase que la concepción ilustrada de la historia como senda de progreso humano, que depende de las decisiones y acciones de los hombres basadas en el conocimiento de la realidad, se hubiera sustituido por la fatalidad producto de la aceptación de un destino que no deja margen para el cambio de rumbo. De este modo, la política es sustituida por la gestión de un estado de cosas que, en lo esencial, no admite variación. Gestión que deja poco margen para la creatividad política en términos de proyecto a largo plazo y a escala global, y que evidencia claramente la asunción de que el viejo proyecto histórico inspirado en los valores de la fraternidad humana es una utopía irrealizable que hay que dejar atrás. La prueba es que ahora la construcción de muros es una opción válida para muchos dirigentes políticos cuando hace décadas se entendía la caída del muro de Berlín como un imperativo moral.

En 2003 el filósofo norteamericano Sheldon S. Wolin acuñó la noción de totalitarismo invertido para definir la realidad de los Estados Unidos de Norteamérica, conformada, según él, por la combinación de un cuerpo legislador débil, un aparato legal que es a la vez complaciente y represivo, y un sistema de partidos en el que cada uno de ellos, en el poder o en la oposición, se dedica a mantener el sistema existente para favorecer a una clase dominante integrada por los ricos, los influyentes y los empresarios. No importa si ello requiere dejar a los ciudadanos más pobres en la indefensión política y mantener a las clases medias oscilando entre el miedo al paro y las expectativas de prosperidad. Tal estado de cosas no sería sostenible sin la ayuda de unos medios de comunicación serviles y de una máquina de propaganda desarrollada por instituciones conservadoras generosamente subvencionadas; tampoco hay que pasar por alto la colaboración de policías y agencias nacionales de seguridad y vigilancia, que lo mismo identifican a terroristas y a extranjeros sospechosos como a disidentes internos. ¿Es esto "lo que hay"?

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