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Tribuna

Juan ramón medina precioso Rafael Padilla

Catedrático de Genética

La bilocación del PSCEl regreso de Aznar

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La bilocación del PSCEl regreso de Aznar

Las partículas cuánticas exhiben la enigmática capacidad de poder encontrarse en más de un sitio del espacio a la vez. Pues bien, el secretario general del Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), Miquel Iceta, puede situarse en dos posiciones a la vez, en una modalidad cuántica de baile al que tan aficionado es. Y lo más notable es que la conducta de las dos réplicas de Iceta difieren notablemente según la zona donde se encuentre: dentro o fuera de Cataluña.

Eso no pasaría de ser un asunto meramente individual, sin demasiada transcendencia, si no fuese porque el PSC en su conjunto también está dotado de esa capacidad de bilocarse. De hecho, la de Iceta viene inducida por la conducta en general del PSC. Me he visto obligado a aceptar la veracidad de los rumores sobre la bilocación, que al principio me parecía increíble, tras constatar varios ejemplos notables de sus efectos. Mencionaré algunos.

Cuando el PSC actúa fuera de Cataluña se manifiesta como una parte del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en cuyos órganos de dirección participa, pero en cuanto entra en Cataluña aparece como un partido soberano, con órganos de decisión autónomos.

Del mismo modo, fuera de Cataluña muestra interés en participar en la elección del secretario general del PSOE, pero en Cataluña decide que la elección de su homólogo en el PSC es competencia exclusiva de sus militantes. Fuera de Cataluña contribuye a decidir los pactos pre y postelectorales del PSOE, pero dentro proclama que esos acuerdos son asunto solo de ellos. Fuera de Cataluña se muestra distinto de la Izquierda Republicana de Cataluña, pero dentro ya formó gobierno con ERC y estaría encantado de volver a hacerlo. Fuera de Cataluña su prioridad es trabajar contra la desigualdad social y el socialismo, pero dentro no para de hablar del nacionalismo catalanista. Fuera de Cataluña defiende la soberanía del pueblo español y, en consecuencia, niega la soberanía del catalán, pero dentro es partidario de realizar un referéndum de autodeterminación pactado con el Gobierno español. Diga lo que diga Iceta, y firme lo que firme, la realidad es que 77 de cada 100 afiliados al PSC se declaran partidarios del referéndum. Fuera de Cataluña se declara contrario a la independencia de Cataluña, pero dentro no pone pegas a que buena parte de los ayuntamientos en los que gobierna se hayan afiliado a la Asociación de Municipios por la Independencia.

Y podría seguir así hasta aburrir al lector, pero le evitaré pasar por ese trance. Baste decir que esa notable dualidad política del PSC se ha mantenido viva y sin demasiados conflictos con el PSOE durante varias décadas, pero ha estallado recientemente. El motivo de la crisis es que el PSC ha infringido la norma no escrita de que "lo que haga en Cataluña, se queda en Cataluña." En efecto, con motivo de la propuesta de abstenerse para que Rajoy pudiese formar Gobierno que adoptó la Comisión Federal del PSOE, el PSC dio instrucciones a sus diputados que votasen en contra de la investidura. Y ello a pesar de que el PSC había participado en la Comisión Federal de marras y también a pesar de que, por tratarse de un asunto de interés nacional, el PSC debería haber estado en modo "soy parte del PSOE" y no en modo "soy un partido soberano", estado hasta ese momento limitado a sus actuaciones en Cataluña. Esa desagradable novedad ha despertado algunas suspicacias y recelos en el PSOE, que se debate ahora en el dilema de dejar las cosas como estaban o decidir que también es un partido soberano, de cuyos órganos de dirección no deben formar parte otros partidos por más fraternos que sean.

No soy yo nadie para aconsejar al PSOE la línea que debe adoptar al respecto, pero me atrevo a pronosticar lo que sucederá si deja las cosas como están y Susana Díaz y Sánchez se presentan de candidatos en las elecciones primarias que el PSOE va celebrar en mayo. La consecuencia más inmediata será que el PSC intervendrá para elegir al secretario general del PSOE. Y, además, votará masivamente a su favor de Sánchez.

La dirección del PSC se declara neutral entre ambos, pero sabe perfectamente que la militancia se inclina decisivamente por Pedro Sánchez. Lo que seguirá es más difícil de prever porque depende del resultado de las primarias. Si gana Sánchez o alguien equivalente, el PSC se aprestará a contribuir a una moción de censura contra Rajoy con la ayuda de Podemos y los separatistas catalanes. Y se aliará con los Comunes de Colau, con los que ya gobierna en Barcelona, para presionar a favor de un referéndum pactado. Ni siquiera descarto que haga esto último aunque Susana ganase las primarias.

En resumen: los pactos que Susana haya podido establecer con Iceta, los considera el catalán transitorios hasta que vea garantizada la continuidad del PSC en los asuntos del PSOE. Y, todavía más seguro, el PSC es un partido seriamente infectado por el virus reaccionario del soberanismo catalanista, tal y como la mayoría de sus militantes tienen la coherencia de reconocer al apostar por el referéndum pactado.

CUANDO se marchó, aquí le despedí con sincero agradecimiento. Más allá de errores obvios, muchos de los cuales aún no han sido digeridos por el estómago del PP, su labor presentaba, a mi juicio, un saldo positivo. La unificación de las derechas españolas, a las que encaminó por una senda decididamente democrática, así como su incondicional apuesta por una España moderna, acomodada y liberal, autorizaban el ganado elogio.

Pero ni tan siquiera él, que presume de perpetua lealtad, ha sabido esquivar la maldición que persigue a nuestros expresidentes: ninguno -quizá con la lógica excepción de Calvo-Sotelo- aceptó de buen grado el fin natural e inexorable de su tiempo. Es cierto que las normas no ayudan: no hemos encontrado para ellos una función razonable, un papel institucional que les permita seguir considerándose útiles y les aleje de la permanente tentación de incordiar.

Eso, incordiar, es lo que viene haciendo Aznar desde que cedió el testigo a quien libérrimamente quiso. No es, por supuesto, que le esté vedado opinar. Faltaría más. Es que le engloria el hacerlo con público y focos, cargando siempre la suerte del desplante, dejando claro en todo instante que el invento le pertenece y que sólo él custodia el frasco de las esencias. Su renuncia a la presidencia honorífica del PP acentúa, pero no varía, una deriva de años: acaso molesto con la frialdad de los propios, seguramente incómodo en el pragmatismo al que obligan los nuevos números, don José María desea incrementar su presencia en el debate político, desembarazarse de ligaduras orgánicas y reivindicar un liderazgo moral que considera vigente, imprescindible e intacto.

Incurre tal propósito, creo, en un inmenso error de cálculo. El calendario no perdona. El que fue ya no será. Ni sus viejas soluciones son aplicables a los problemas de ahora, ni el paréntesis borra máculas -Gürtel, aquella estúpida guerra, sus concesiones a los nacionalistas- que todavía perviven en el recuerdo. Mejor dejarlo estar.

Hay quien especula con su oculta intención de formar partido. Lamento privar del alegrón a las izquierdas: eso jamás ocurrirá. Aznar puede pecar de una insuperable soberbia, pero tonto no es. Ni tiene los apoyos suficientes, ni se ve gestionando minorías, ni, al cabo, persigue otro objetivo que el de agrandar su pedestal de prohombre cuya memoria debería enaltecer la Historia. Cuestión, más que de política, de una inmoderada y senil vanidad.

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