Tribuna

EMILIO HERRERA

Presidente de la Fundación New Health

Empezar desde el final

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Empezar desde el final / rosell

Ayudar a quien sufre es parte de la esencia de nuestra humanidad. Acompañar en la vida y en la muerte es un valor que nos da sentido como sociedad y como comunidad.

Moriremos. Por excelente que sean nuestros médicos, nuestro sistema de salud, por más que corramos y queramos vivir de espaldas a la realidad, la vida se nos acaba a sorbos, en la suave nota de cada instante. De manera irremediable. Claro que se trata de posponer lo máximo posible esta cita ineludible. Pero que al final acontece, es seguro. Esa superstición absurda y extendida de pensar que por no nombrar la muerte, conseguiremos evitarla por más de tiempo, es lo que nos priva de saborear cada vivencia. Tener presente la propia muerte no es llamarla: lejos de ser un mal presagio, ayuda a entender qué es la vida. Y cuál es nuestro rol. Y a compartir una mirada más realista de lo que de verdad es importante, y a disfrutar de todo cuanto ocurre, y a poder contribuir a los demás.

El tabú se manifiesta especialmente cuando alguien nos invita a referimos a nuestro propio final: cruzamos los dedos queriendo alejar al mismo demonio, tocamos madera, mandamos callar a quien nos interpela… Y es que la muerte de los demás es siempre inesperada y un triste incidente; pero la nuestra… la nuestra parece, sencillamente, que nunca debiera ocurrir; al menos, en esta vida.

Nos hacemos los sordos a la melodía de los días cuando vivimos distraídos pensando que nuestros instantes serán eternos. Es como si tragáramos el buen vino de vivir sin paladearlo. Si la vida es la música que ocurre entre los dos grandes silencios, dejamos a menudo que simplemente suene de fondo, casi acostumbrados al ruido permanente, sin oírla, sin escucharla; incluso a veces, pareciéramos molestos de su insistente timbre … Como defendía san Agustín, tal vez el secreto esté en la consciencia permanente de "vivir muriendo y morir viviendo".

Desafortunadamente es la controversia sobre la eutanasia o el suicidio asistido el que únicamente consigue que periódicos, radios y televisiones abran ciertos debates en torno a las difíciles tomas de decisiones que pueden llegarse a afrontar al final de la vida. Si reducimos la reflexión sobre la trascendencia del final a la deliberación técnica de cuándo desconectar, habremos perdido el derecho de reconocernos los unos a los otros en nuestras propias razones, valores, historias, roles, biografías, logros, desavenencias y matices. Todos estos contenidos transcurren años antes, y sin embargo, parece que tratemos de recopilarlos rápidamente al final para hacer balance, como si se tratara de suspender o aprobar la asignatura de la vida.

Ni la vida ni la muerte son hechos médicos: no podemos delegar la trascendencia de nuestro propio yo y nuestras relaciones de acompañamiento a un sistema de prestaciones. Pareciera que quisiéramos a menudo justificar con impuestos o demandar como un servicio el ser humanos.

La muerte, además del tópico rasero inexpugnable que a todos nos iguala, bien entendida y prevista, nos permite entender toda su antesala: la vida.

Sabemos que un accidente o una enfermedad que haya colocado a algún conocido cerca de la muerte tiene a menudo un efecto transformador sobre su vida, invitándole a disfrutar de cada momento (carpe diem), a dirigir sus esfuerzos a propósitos más elevados y a dar a cada cosa el auténtico valor que tiene en su día a día. En definitiva, le lleva a vivir una vida plena y más feliz. ¿Hemos de estar a punto de perder la vida para tener una reflexión íntima con nosotros mismos y valorar si vivimos el camino que nos merecería la pena?

Recordar la mortalidad también re-prioriza nuestras metas respecto a las relaciones personales cercanas, estimula comunitariamente la relación de ayuda con los demás y promueve comportamientos solidarios que hacen que este sea una mejor sociedad que compartir. Alinear nuestra trascendencia con la relación de ayuda a los demás nos completa porque somos parte del plural. Y es que cuando muramos nos quedarán especialmente dos cosas: los buenos recuerdos de lo que hayamos disfrutado durante el camino y la satisfacción de haber contribuido a los demás.

¿Qué tal si empezáramos a vivir conscientes, sabiendo que esto se acaba, saboreando el camino y haciendo que esto mereciera la pena para nosotros y quienes nos rodean?

Invita el profesor Alex Jadad a "disfrutar de una vida plena hasta el último suspiro y a entender que la muerte sea también por definición, un hecho natural y saludable". ¿Qué tal si la miramos a los ojos, relajada y amablemente, para encontrarnos con nosotros mismos?

Esto es una simple invitación a pensar sin miedo en lo importante: ¿qué querríamos hacer antes de que esto acabara? Enfermos o sanos, sea en nuestros mejores o peores momentos, ¿qué nos gustaría que ocurriera antes de nuestro final?

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